La Paz Interior Como Espectáculo: El Vacío de la Espiritualidad desde el Privilegio
Hay frases que, por sí mismas, contienen una intuición valiosa. “La
paz está dentro de ti” podría ser una de ellas. En un contexto íntimo
—una conversación honesta, una sesión terapéutica, un momento de
vulnerabilidad— puede resonar como una brújula hacia el autocuidado.
Pero cuando esa misma frase se pronuncia desde la pantalla, envuelta en
maquillaje, producción televisiva y el aura impoluta de alguien
claramente protegido por el privilegio, pierde toda sustancia. Se
convierte en un eslogan. En un ruido. En una apariencia de profundidad
que no toca nada.
La razón de ese vacío no es complicada: quien pronuncia la frase suele ser alguien blindado de las condiciones que hacen imposible esa “paz” para la mayoría. Resulta fácil hablar de armonía interior cuando la vida material está resuelta. Cuando tu seguridad no depende de caminar por calles peligrosas. Cuando tus ingresos no tiemblan. Cuando tu apellido abre puertas. Cuando jamás has tenido que enfrentarte a un sistema que, para la mayoría, funciona como una máquina de desgaste.
Desde ese lugar, afirmar que la paz es algo “interno” implica más que simple ingenuidad: desconoce las condiciones sociales que producen angustia, violencia, incertidumbre y agotamiento. Es una espiritualidad sin carne, sin cuerpo, sin mundo. Una espiritualidad que funciona como decoración.
Pero lo más problemático es que esta frase desplaza la responsabilidad.
De pronto, si estás preocupado, si no puedes dormir, si sientes miedo, si tu vida es una carrera de supervivencia, la
culpa ya no es de la precariedad, de la desigualdad o de las
estructuras que perpetúan injusticias. La culpa es tuya, por no
encontrar “la paz dentro de ti”.
Es un mensaje perfecto para quienes se benefician del orden social existente.
No invita a cuestionar nada. No invita a transformar nada. Invita, en
cambio, a que te culpes por las heridas que el propio sistema te causa.
Y, por si fuera poco, suele venir acompañado de una estética
moralmente superior: el gesto suave, la voz pausada, el aire de quien se
siente más evolucionado espiritualmente. Esa superioridad moral es
parte del espectáculo. Una forma de decir: “Si yo puedo estar en paz es
porque he alcanzado un nivel superior; tú, si no puedes, es porque no
has hecho el trabajo.”
Pero muchas veces esa “paz” tiene más que ver con redes de poder que con
iluminación, con ingresos que con meditación, con privilegios que con
trascendencia.
Por eso la frase suena vacía. No porque la idea sea falsa, sino porque se pronuncia desde un pedestal, sin tocar la realidad concreta de quienes viven con el sobresalto diario, sin acceso a la comodidad material que permite siquiera respirar con calma.
En boca de alguien que no ha tenido que mirar a la intemperie, la espiritualidad se convierte en mercancía.
Y la paz interior, en un eslogan que sirve más para mantener el mundo
tal cual está que para acompañar a quienes de verdad necesitan ser
escuchados.
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