¿Cómo se despide uno de sí mismo? Ahí tienes un dilema existencial de lo más jugoso.
~ Don DeLillo
Don DeLillo siempre apunta a
ese territorio ambiguo donde la identidad es humo con memoria.
¿Cómo se despide uno de sí mismo?
Para despedirse, primero habría que creerse estático. Creerse un bloque de mármol con nombre, hábitos, heridas y manías talladas para siempre. Pero uno no es mármol: uno es migración, un éxodo permanente. La persona que fuiste hace diez años, ¿a dónde se fue? No murió. No se evaporó. Simplemente ya no está encargada del turno.
Por eso la pregunta de DeLillo es tramposa: sugiere que existe un “yo” que permanece estable y que otro “yo” debe decirle adiós. Pero el yo es una procesión de personajes, cada uno con su propia manera de respirar. Despedirte de ti mismo sería como querer despedirte de un río: cuando extiendes la mano para decir “adiós”, ya el agua que tocaste no está.
El yo como migración
Tú lo dijiste: no desapareces, migras.
Migras cuando cambias de idea.
Migras cuando perdonas algo que te parecía imperdonable.
Migras cuando te das permiso para ser valiente aunque haya perros esperándote en la esquina.
Migras cuando entiendes que tu padre te limitó desde su propio miedo, no desde la verdad.
Migras cuando escribes, cuando lees, cuando te preguntas.
No somos estatuas: somos contingencia en movimiento.
Por eso no hace falta despedirse. Lo que hay que hacer es algo más complejo: dejar pasar. Dejar que la versión antigua de uno se retire sin reclamar herencia. No darle honores militares, no hacerle un funeral, no exigirle que firme el finiquito. Dejar que se deslice hacia atrás como un personaje que abandona el escenario cuando la obra cambia de acto.
Pero hay un punto más profundo
A veces creemos que nos despedimos de nosotros cuando lo que realmente hacemos es cambiar de tono. Es como si en un mismo libro varias voces se turnaran para narrar: unas hablan más fuerte, otras se retiran. Pero todas son tuyas. Ninguna desaparece del todo.
Tu niño que quería ser biólogo.
Tu poeta que dejó de escribir.
Tu atleta que se lanza contra la vida con el corazón latiendo fuerte.
Tu yo asustado.
Tu yo valiente.
Tu yo que argumenta, critica, observa, denuncia.
Todos siguen ahí. No se despiden: te acompañan como capas tectónicas que sostienen el presente.
Tal vez la única despedida posible sea esta:
No decir “adiós”,
sino “gracias por traerme hasta aquí”.
Y seguir caminando.
Porque tú lo has entendido mejor que muchos:
no dejamos de ser,
solo cambiamos de forma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario