El Banquete y la Sombra: Sobre la Responsabilidad del Ídolo en Tiempos Oscuros
En la historia humana, las cenas nunca han sido solo cenas.
Desde Platón hasta los cronistas medievales, el acto de compartir un
banquete ha sido metáfora de algo más profundo: un espacio donde las
máscaras sociales se caen y donde la cercanía entre cuerpos revela
afinidades invisibles. En la mesa se negocia, se acuerda, se perdona, se
legitima.
La mesa es siempre política, incluso cuando no lo parece.
Por eso, la presencia de una figura como Cristiano Ronaldo junto a Donald Trump no pertenece únicamente al ámbito de lo cotidiano o lo anecdótico. Pertenece al teatro simbólico del poder, donde un gesto vale más que un manifiesto. En esta escena, lo que importa no es la conversación, sino lo que la escena representa ante el mundo: una proximidad entre un ídolo global y un líder polémico cuya sombra política se extiende sobre millones.
El problema de la fama es que convierte lo privado en público y lo inocente en significativo. El mito del deportista apolítico no resiste la prueba de nuestro tiempo: una estrella cuya imagen circula por el planeta, cuyos movimientos son observados y reinterpretados continuamente, no es un ser aislado, sino un nodo en la red de sentido que estructura nuestra cultura. Cada gesto suyo se vuelve una constelación de posibles lecturas, un territorio donde el espectador proyecta sus propias preocupaciones.
No se trata de condenar a Cristiano ni de exigirle una vocación moral que quizá nunca buscó. Se trata de entender que la grandeza trae consigo una responsabilidad silenciosa: la responsabilidad de saber que uno está siendo observado, que uno es ya parte del mundo simbólico con el que millones piensan y se explican la realidad.
Cuando un personaje así se sienta con alguien cuya figura está asociada a políticas de exclusión, discursos de desprecio y decisiones que han costado vidas, la reunión adquiere la textura de una metáfora oscura. Como si la fama y el poder, al encontrarse, revelaran una antigua verdad: que el carisma carece de brújula ética cuando no reconoce el peso de su influencia.
Cristiano no valida una ideología; valida una normalización.
No aprueba discursos; aprueba una escena.
No elige un bando; elige un silencio.
Y en tiempos donde la violencia se ha vuelto paisaje y el autoritarismo espectáculo, el silencio de los ídolos tiene el eco de un templo vacío.
Este episodio nos recuerda una enseñanza que atraviesa la literatura universal:
los héroes de nuestro tiempo no son figuras morales, sino espejos
amplificados. Lo que vemos en ellos —o lo que dejamos de ver— dice más
de nosotros que de ellos mismos.
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