La vejez como producto: el marketing de la eterna juventud
Vivimos en una época en que la vejez ya no es solo una etapa de la vida, sino un mercado en expansión. Susan Jacoby, en Never Say Die: The Myth and Marketing of the New Old Age, denuncia cómo la industria moderna ha transformado la inevitabilidad de envejecer en un problema a resolver y, sobre todo, en un negocio rentable. La vejez, antes asociada con sabiduría, experiencia y aceptación, ahora se percibe como un enemigo silencioso: arrugas, canas y fatiga son advertencias que deben combatirse con productos, cirugías y estilos de vida “anti-aging”.
El marketing de la eterna juventud se infiltra en cada rincón de nuestra vida. Cremas que prometen borrar décadas de la piel, suplementos que aseguran mantener el cerebro joven, rutinas de ejercicio que venden vitalidad interminable. Cada anuncio transmite un mensaje implícito: envejecer es fallar si no hay un remedio al alcance de tu bolsillo. Lo curioso, y a la vez perturbador, es que esta narrativa no solo crea un mercado, sino que moldea nuestra percepción de la propia identidad. La vejez deja de ser un proceso natural y se convierte en una meta a evitar a toda costa.
Jacoby nos recuerda que esta ilusión no es inocente. La “juventud prolongada” no solo requiere dinero: exige una actitud de constante vigilancia sobre nuestro cuerpo y nuestra productividad. Quien no puede costear tratamientos o mantener un estilo de vida que cumpla con los estándares publicitarios queda marginado, invisibilizado, y en cierto modo, culpabilizado por “envejecer mal”. Aquí el marketing no solo vende productos: vende culpa y miedo.
El problema no es solo comercial, sino cultural y psicológico. La presión de aparentar juventud perpetúa un rechazo hacia la propia vulnerabilidad y mortalidad, elementos esenciales para aceptar la vejez con dignidad. Como sociedad, hemos sustituido la reflexión sobre la experiencia y la sabiduría por la obsesión con la apariencia y la eficiencia, olvidando que envejecer también puede ser un acto de libertad y de autenticidad.
Al final, el mito de la eterna juventud nos ofrece una lección amarga: nos recuerda que la vejez, por más que la mercadotecnia lo niegue, no es un defecto, sino una etapa de la vida. Ignorarla o disfrazarla puede ser rentable para algunos, pero para nosotros, como individuos, el verdadero desafío es aprender a aceptarla sin miedo, con dignidad y con sentido.
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