La frase de Julius Fučík no es una invitación ingenua a evitar la tristeza, sino una declaración de identidad y legado. Tristeza habrá —como hay noche y lluvia—, pero lo que él propone es que no se convierta en nuestra forma de ser recordados. Es, en cierto sentido, un acto de rebelión contra el destino trágico y contra la huella de sufrimiento que la opresión pretende dejar en quienes resisten.
Fučík escribió estas palabras en un contexto de persecución y muerte, y por eso cobran una fuerza especial: quien tuvo razones para ser consumido por la desesperanza eligió, aun así, defender su dignidad interior. Su frase nos recuerda que cada persona tiene el derecho —y la responsabilidad— de construir el significado de su vida más allá del dolor que le tocó vivir.
No se trata de ocultar las heridas ni de fingir alegría; se trata de que el núcleo de lo que somos no quede definido por el llanto, sino por la fortaleza con que atravesamos la adversidad. Que nuestro nombre evoque luz, incluso si tuvimos que aprenderla en la oscuridad.
En última instancia, Fučík nos llama a cultivar una existencia que, al ser recordada, inspire. Que cuando alguien pronuncie nuestro nombre, no sienta peso, sino aliento. Como si dijera: vive de tal manera que tu paso por el mundo deje esperanza, no resignación.

No hay comentarios:
Publicar un comentario