Montesquieu establece una distinción que muchas veces olvidamos: conocimiento versus sabiduría. El conocimiento es aquello que podemos acumular mediante el estudio, la lectura, la práctica de técnicas y la memorización de datos. Es tangible, medible y transmisible: si lees un libro sobre historia, matemáticas o física, aumentas tu conocimiento. Es el “qué” y el “cómo” de las cosas.
La sabiduría, en cambio, es menos tangible. Se nutre de la experiencia, de la reflexión y, sobre todo, de la observación del mundo y de los demás. Observar implica mirar más allá de lo evidente, captar los matices de la conducta humana, de la naturaleza, de la sociedad. Es aprender de lo que ocurre, incluso de lo que no se dice, y extraer de ello lecciones aplicables a la vida. Mientras el conocimiento se puede adquirir sentado frente a un libro o una pantalla, la sabiduría exige atención, paciencia y sensibilidad.
Esta distinción también tiene implicaciones éticas y sociales. Una persona puede ser extremadamente conocedora y aún así actuar con ceguera moral o tomar decisiones desacertadas si carece de sabiduría. Por ejemplo, un político puede conocer la ley al detalle, pero sin la sabiduría de observar las consecuencias humanas de sus decisiones, sus acciones pueden resultar catastróficas. Por eso, la observación —escuchar, mirar, analizar— se vuelve indispensable.
Montesquieu sugiere que estudiar es necesario, pero no suficiente. La sabiduría no se transmite únicamente con libros o teorías; se cultiva en la vida cotidiana, en la interacción con otros, en la contemplación del mundo. Y en la práctica, la observación nos vuelve críticos, nos ayuda a discernir entre lo superficial y lo esencial, entre lo que realmente importa y lo que es accesorio.
En un mundo saturado de información, esta distinción es más relevante que nunca. Podemos tener acceso a millones de datos en segundos, pero eso no garantiza juicio, reflexión ni entendimiento profundo. La verdadera sabiduría exige frenar, observar y aprender de la vida misma. Como diría Montesquieu, no basta con estudiar: debemos mirar y escuchar con atención.

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