Pedro Muagura: plantar árboles cuando el mundo aplaude discursos
Pedro Muagura no es un líder mundial, no sale en foros económicos ni da charlas TED. Y justo por eso importa. Es un campesino de Mozambique que planta árboles. No como metáfora. Árboles reales, con raíces, con sombra futura, con paciencia.
En un mundo obsesionado con resultados inmediatos, Muagura trabaja para personas que aún no existen.
La ética de lo invisible
Plantar un árbol es un acto profundamente político, aunque nadie lo quiera admitir. No da likes, no da prestigio, no da dinero rápido. Requiere tiempo, cuidado y una fe mínima en el futuro. Muagura planta sin garantías. Tal vez no verá muchos de esos árboles adultos. Y aun así planta.
Eso lo coloca en una tradición moral más antigua que cualquier ideología: la responsabilidad intergeneracional.
Mientras el poder piensa en elecciones, él piensa en décadas.
Mozambique: donde la supervivencia no es discurso
Hablar de ecología desde el Norte global suele ser un lujo retórico. En Mozambique no. Ahí los árboles no son “paisaje”: son leña, alimento, sombra, retención de agua, suelo fértil. Plantar árboles es defender la vida cotidiana frente a la desertificación, las tormentas, el hambre.
Muagura no discute el cambio climático en abstracto. Lo enfrenta con las manos.
El contraste obsceno
El mundo gasta miles de millones en cumbres climáticas, informes, logotipos verdes. Mientras tanto, personas como Muagura hacen el trabajo real sin cámaras, sin premios, sin hashtags.
No es que falten soluciones. Falta humildad para reconocer que muchas ya existen y no vienen de universidades prestigiosas, sino de comunidades que saben leer la tierra.
Plantar como forma de resistencia
Plantar árboles en un sistema extractivista es resistir. Es decirle al mercado: no todo se mide en rendimiento inmediato. Es afirmar que la tierra no es solo un recurso, sino un vínculo.
Muagura no “salva el planeta”. Eso es un eslogan infantil.
Lo que hace es más serio: repara un pedazo del mundo.
La lección incómoda
Pedro Muagura nos deja mal parados. Porque demuestra que no siempre hacen falta grandes cargos, ni discursos complejos, ni teorías sofisticadas para actuar con sentido ético. A veces basta con una pala, semillas y constancia.
Y entonces la pregunta no es qué tan grave es la crisis ecológica, sino: —¿Qué estamos dispuestos a hacer cuando nadie aplaude?
Muagura responde sin palabras. Planta.

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