¿La tecnología tiene dirección o propósito propio?
La ilusión del destino tecnológico y la pérdida silenciosa de la voluntad humana
Hay ideas que suenan inocentes hasta que, bien pensadas, revelan su colmillo. Una de ellas es el planteamiento de Kevin Kelly: la tecnología —el technium— no es solo una herramienta, sino un sistema vivo, en evolución, con dirección, impulso y hasta “deseos”. Según esta visión, la tecnología no solo crece, sino que quiere crecer, ramificarse, optimizarse y volverse inevitable. La propuesta es provocadora, elegante, casi poética. Pero también peligrosa: si la tecnología tiene destino propio, entonces la humanidad queda reducida a copiloto de un automóvil que jamás aprendió a frenar.
1. Cuando el progreso deja de ser elección y se vuelve profecía
Pensar la tecnología como un organismo evolutivo que avanza hacia un fin casi predeterminado es atractivo porque le da narrativa al caos. Nos calma creer que todo tiene rumbo. Sin embargo, la palabra clave aquí no es atractivo, sino cómodo. ¿Cómodo para quién? Para quienes diseñan, financian y dirigen ese avance. Porque lo “inevitable” no necesita votarse, no necesita cuestionarse, no necesita pedir permiso. Lo inevitable, por definición, se acepta. Y lo que se acepta sin revisión, se convierte fácilmente en dogma… o en negocio.
2. La tecnología no es la que quiere, sino la que nos enseñaron a desear
Si preguntáramos a un campesino purépecha, a una madre buscadora o a un estudiante de una prepa pública qué “quiere” la tecnología, probablemente no hablarían de expansión ni de eficiencia sistémica, sino de certezas muy humanas: comunicación cuando hace falta, información para defenderse, herramientas para aprender, reparar o sobrevivir. Ellos no piensan en la tecnología como un ente con voluntad, sino como un puente. Kelly, en cambio, describe un río que no sabe por qué fluye pero tampoco puede evitarlo. Y ahí está la trampa: creer que la tecnología quiere “algo” implica ignorar que ese “algo” tiene rostro humano, contexto económico y decisión política detrás.
La tecnología no quiere que pidamos un taxi desde el celular: quienes lo quieren son Uber, Didi y sus inversionistas. No quiere que pasemos 4 horas scrolleando: quienes lo quieren son algoritmos diseñados para monetizar atención. No quiere nuestros datos: quienes los quieren, los venden. El technium no es neutral ni autónomo: es un coro sincronizado de miles de intereses alineados para parecer destino.
3. Si la tecnología tiene voluntad, ¿la humana ya sobra?
Supongamos, para jugar el argumento, que Kelly tiene razón: que la tecnología es un sistema casi biológico, autoimpulsado, que tiende a hacerse más complejo, más ubicuo, más “vivo”. Aun si aceptáramos esa premisa, ¿qué conclusion ética se desprende? Que debemos obedecer su expansión. Pero la historia muestra lo contrario: cuando los desarrollos parecen inevitables —imperios, economías, ideologías, religiones, tecnologías— siempre hubo una deliberación humana empujándolos. Lo inevitable nunca nació inevitable: lo convirtieron en eso.
Y si hoy aceptamos que “la tecnología quiere avanzar y no podemos detenerla”, estamos también aceptando que nuestra voluntad puede ser irrelevante ante su crecimiento. Esa es la derrota más discreta: no la pelea perdida, sino la pelea abandonada.
4. Recuperar la pregunta: ¿qué queremos nosotros que quiera la tecnología?
La cuestión no es si la tecnología tiene dirección propia, sino si debemos permitir que la tenga sin control social. Los árboles crecen inevitablemente, sí, pero generan ecosistema. El bosque no te exige pagarle por existir, no te pide datos personales, no te rastrea ni intenta reemplazar tu criterio. La tecnología, en su modelo dominante, crece sin empatía, sin reciprocidad, sin mundo que sostener más que a sí misma.
Entonces debemos girar la brújula: no indagar qué quiere ella, sino qué debería querer si estuviera a nuestro servicio. En un proyecto filosófico-social digno, la tecnología debería querer:
- más autonomía comunitaria, no menos
- más pensamiento crítico, no más distracción
- más reparación y reciclaje, no más consumo
- más bienestar social, no más monopolios
- más humanidad, no más destino
5. Conclusión: no hay futuro tecnológico sin disputa humana
La tecnología no es un dios nuevo con designios, ni un proceso natural exento de responsabilidad. Es un terreno de disputa. Y dejar de verlo así solo beneficia a quienes ya están sentados en el timón. Nombrar un destino tecnológico propio es llamar “evolución” a lo que también puede ser imposición.
El futuro no se predice: se negocia, se pelea, se diseña, se limita. No porque no amemos el progreso, sino porque amamos la libertad humana más que la comodidad de una profecía.
Así que la mejor pregunta que nos deja Kelly no es “¿Qué quiere la tecnología?”, sino la más incómoda y urgente de todas:
¿Qué queremos que quiera… y quiénes no quieren que lo decidamos?
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