jueves, 4 de diciembre de 2025

 

El privilegio de contar la historia: ¿quién escribe los manuales y quién se queda sin voz?

En Lies My Teacher Told Me, James Loewen expone algo que resulta obvio solo a medias: la historia que se enseña en las escuelas no es la historia “real”, sino la historia que conviene contar. Detrás de cada manual escolar, detrás de cada capítulo cuidadosamente redactado, hay decisiones: qué se omite, qué se exagera, qué se simplifica. Loewen demuestra que estas decisiones no son neutras; son un ejercicio de poder.

El privilegio de escribir la historia no se limita a redactar fechas y nombres. Significa elegir héroes y villanos, decidir qué sufrimientos merecen atención y cuáles pueden ser “resumidos” o ignorados. Por ejemplo, en muchos libros de texto estadounidenses, la esclavitud se presenta como un mal inevitable de un pasado lejano, minimizando la resistencia de los oprimidos y borrando las voces de quienes sufrieron. La narrativa oficial se convierte en un cuento de valores nacionales, donde la obediencia y el patriotismo valen más que la verdad.

Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. En México, también podemos ver cómo los libros de historia tienden a glorificar ciertas figuras, mientras silencian conflictos complejos o la participación de comunidades indígenas. Loewen nos recuerda que la historia escolar no es un espejo de la realidad; es un cristal teñido de intereses. Quienes controlan ese cristal determinan qué generaciones verán, y por ende, qué generaciones creerán.

La lección central es clara: no es suficiente memorizar fechas o nombres; debemos interrogarnos sobre quién nos cuenta la historia y con qué propósito. Cada omisión, cada exageración, cada héroe de papel revela estructuras de poder y privilegio. Reconocerlo es el primer paso hacia una ciudadanía crítica, capaz de cuestionar la narrativa oficial y dar voz a quienes fueron silenciados.

En última instancia, Loewen nos invita a recuperar la historia como instrumento de comprensión, no de control. Cuestionar los libros de texto no es una forma de rebeldía sin sentido; es un acto de justicia intelectual. Porque la verdad histórica no debería depender de quién la narre, sino de quién la viva y de quién tenga la capacidad de contarla con fidelidad a los hechos.

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