Millones desean la inmortalidad y no saben qué hacer un domingo por la tarde cuando llueve. – Susan Ertz
La frase de Susan Ertz, breve y aparentemente sencilla, es en realidad un comentario profundo sobre la condición humana, el deseo y la paradoja de la existencia. Nos invita a reflexionar sobre dos planos: el anhelo trascendental y la experiencia cotidiana.
Por un lado, la inmortalidad representa el deseo más antiguo y universal del ser humano: el anhelo de perpetuar nuestra existencia, de escapar de la muerte y del olvido. Millones de personas han imaginado fórmulas, creencias o tecnologías para alcanzar esta meta, desde la búsqueda de elixires en la alquimia hasta la ciencia moderna de la longevidad. La inmortalidad simboliza nuestra aspiración de sentido último, de controlar el destino y vencer la finitud de la vida.
Sin embargo, Ertz contrapone este deseo trascendental con lo mundano: un domingo por la tarde, bajo la lluvia, sin saber qué hacer. Aquí reside la ironía. La inmortalidad, ese objetivo supremo que motiva a la humanidad, se enfrenta a la banalidad de la existencia cotidiana. Aun si viviéramos eternamente, ¿qué significado tendría la eternidad si la mayoría de nuestros momentos se pierden en la indecisión, la rutina o la simple inacción? La frase denuncia la contradicción de querer lo absoluto mientras ignoramos lo inmediato, lo tangible, lo presente.
Desde una perspectiva filosófica, se puede leer esta frase a la luz del existencialismo. Filósofos como Sartre y Camus insistieron en que la vida carece de un sentido predefinido, y que el desafío humano es darle sentido a través de nuestras elecciones, incluso en la aparente trivialidad. La lluvia de un domingo se convierte así en una metáfora de la contingencia: la vida puede ser gris, repetitiva o incompleta, y aun así nos exige actuar, crear y experimentar. El deseo de inmortalidad sin conciencia de lo cotidiano es, por tanto, una forma de alienación: perseguimos lo eterno mientras ignoramos lo efímero.
Finalmente, la frase nos invita a un ejercicio de humildad y de atención plena. La grandeza de la vida no reside solo en el deseo de lo eterno, sino en cómo vivimos el presente, incluso en los momentos más simples o rutinarios. Saber qué hacer con un domingo lluvioso —leer, contemplar, conversar, crear— es un acto de existencia auténtica, que quizá nos acerca más a la inmortalidad simbólica que cualquier ansia de perpetuidad literal.

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