La deconstrucción: abrir la caja negra del sentido
La
deconstrucción no es un martillo filosófico ni una motosierra
conceptual, aunque a veces lo parezca. Es más bien un acto de oído fino:
escuchar las grietas del lenguaje, oír cómo cada palabra guarda dentro
un fantasma que contradice lo que dice. Jacques Derrida, su padre
incómodo, la imaginaba como ese gesto que revela que los conceptos son
casas viejas: parecen sólidas, pero si levantas una tabla, encuentras
termitas, memorias y doble fondo.
En un mundo cansado de certezas
instantáneas, la deconstrucción aparece como un método para desarmar
los discursos que se presentan como “naturales”. Es un arte de sospecha
poética: mira el texto como quien revisa un espejo empañado, buscando
aquello que se oculta detrás del reflejo.
1. ¿Qué es deconstruir?
Deconstruir
no es destruir —aunque a muchos conservadores les encante esa
caricatura— sino deshacer cuidadosamente los hilos que sostienen una
idea. Es mostrar que los binomios que usamos a diario (“hombre/mujer”,
“civilizado/salvaje”, “normal/anormal”) no son leyes naturales, sino
sillas cojas sostenidas por siglos de repetición.
Derrida lo decía con un guiño casi zen:
> No hay un afuera del texto.
No
porque todo sea “texto”, sino porque toda experiencia pasa por el
lenguaje. Y el lenguaje, pobrecito, es tan fiel como un gato.
Así que deconstruir es leer al revés, al sesgo, desde el margen. Es preguntarnos:
—¿Qué tuvo que ser silenciado para que esta idea pareciera firme?
2. Ejemplos actuales: la calle como laboratorio
a) El debate sobre el género
Las
discusiones sobre identidades trans y no binarias son un campo de
batalla donde se ve brillar —y sangrar— la deconstrucción. La cuestión
no es “inventar géneros”, sino mostrar que la división rígida
hombre/mujer nunca fue tan rígida. La biología es compleja, la cultura
es caprichosa, y la historia está llena de matices que se limpiaron para
fabricar un binario cómodo.
La deconstrucción entra como un reflector:
> ¿Qué intereses sostuvieron esa dicotomía?
¿A quién deja fuera?
¿Quién gana cuando el mundo se reduce a dos cajones?
b) La idea de “seguridad” en política
Gobiernos
actuales —de Bukele a ciertos discursos europeos— repiten el mantra de
“seguridad total”. Suena bien. Huele a orden. Pero la deconstrucción
pregunta:
¿Seguridad para quién?
¿Contra quién?
¿Cómo se fabrica un enemigo y se lo convierte en principio de gobernabilidad?
Al
desmontar ese relato, aparece una danza de exclusiones: “los otros”,
“los peligrosos”, “los desechables”. La deconstrucción hace visible el
truco: la seguridad no es un valor absoluto, sino una narrativa que
reorganiza miedos y poderes.
c) Deconstrucción en la cultura pop
De
Beyoncé en Lemonade a las películas de Jordan Peele, la cultura
afrodescendiente ha usado la deconstrucción como arma estética. Tomar un
símbolo tradicional —la familia perfecta, la identidad nacional, la
masculinidad— y mostrar su fractura interna.
Peele agarra al
“monstruo” clásico del horror y lo voltea para revelar que el verdadero
monstruo es la sociedad que necesita crearlo.
3. El gesto político de la deconstrucción
Deconstruir es dejar de aceptar las cosas como “naturales”.
Eso asusta.
Porque cuando se afloja la tuerca del orden, tiemblan también los privilegios.
Por eso la deconstrucción siempre ha sido acusada de relativista, nihilista, disolvente.
Pero más bien es una invitación a respirar:
> Si nada es completamente sólido, todo puede cambiar.
Y si todo puede cambiar, entonces el poder no es destino.
La deconstrucción es una ética del temblor.
Nos recuerda que lo que hoy gobierna puede mañana ser polvo.
Y que pensar críticamente no destruye al mundo: lo abre.
4. Conclusión: deconstruir es un acto de amor feroz
La deconstrucción es ese arte de decir:
—No me vengas con verdades eternas; déjame ver de qué están hechas.
No quiere aniquilar significados, sino dejarlos respirar.
Es un gesto político, sí, pero también íntimo, casi sensual:
haz lugar para lo otro, para lo que no encaja, para lo que estaba tapado.
En
tiempos de discursos rígidos, de identidades blindadas y nacionalismos
que se creen de mármol, la deconstrucción es aire fresco.
Un viento que sopla, burlón y poético, recordándonos que incluso las palabras más solemnes tienen su talón de Aquiles.
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Bibliografía mínima y jugosa
Derrida, Jacques. De la gramatología. Siglo XXI, 2017.
Derrida, Jacques. Márgenes de la filosofía. Cátedra, 2008.
Butler, Judith. El género en disputa. Paidós, 2007.
Butler, Judith. Vidas precarias. Paidós, 2006.
Spivak, Gayatri Chakravorty. “¿Puede hablar el subalterno?”. En Crítica de la razón poscolonial. Akal, 2010.
Hall, Stuart. La identidad cultural en la posmodernidad. Amorrortu, 2003.
Ahmed, Sara. The Cultural Politics of Emotion. Edinburgh University Press, 2014.
Mbembe, Achille. Necropolítica. Melusina, 2011.
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