jueves, 11 de diciembre de 2025

La deconstrucción: abrir la caja negra del sentido

La deconstrucción no es un martillo filosófico ni una motosierra conceptual, aunque a veces lo parezca. Es más bien un acto de oído fino: escuchar las grietas del lenguaje, oír cómo cada palabra guarda dentro un fantasma que contradice lo que dice. Jacques Derrida, su padre incómodo, la imaginaba como ese gesto que revela que los conceptos son casas viejas: parecen sólidas, pero si levantas una tabla, encuentras termitas, memorias y doble fondo.

En un mundo cansado de certezas instantáneas, la deconstrucción aparece como un método para desarmar los discursos que se presentan como “naturales”. Es un arte de sospecha poética: mira el texto como quien revisa un espejo empañado, buscando aquello que se oculta detrás del reflejo.

1. ¿Qué es deconstruir?

Deconstruir no es destruir —aunque a muchos conservadores les encante esa caricatura— sino deshacer cuidadosamente los hilos que sostienen una idea. Es mostrar que los binomios que usamos a diario (“hombre/mujer”, “civilizado/salvaje”, “normal/anormal”) no son leyes naturales, sino sillas cojas sostenidas por siglos de repetición.

Derrida lo decía con un guiño casi zen:

> No hay un afuera del texto.

No porque todo sea “texto”, sino porque toda experiencia pasa por el lenguaje. Y el lenguaje, pobrecito, es tan fiel como un gato.

Así que deconstruir es leer al revés, al sesgo, desde el margen. Es preguntarnos:
—¿Qué tuvo que ser silenciado para que esta idea pareciera firme?

2. Ejemplos actuales: la calle como laboratorio

a) El debate sobre el género

Las discusiones sobre identidades trans y no binarias son un campo de batalla donde se ve brillar —y sangrar— la deconstrucción. La cuestión no es “inventar géneros”, sino mostrar que la división rígida hombre/mujer nunca fue tan rígida. La biología es compleja, la cultura es caprichosa, y la historia está llena de matices que se limpiaron para fabricar un binario cómodo.

La deconstrucción entra como un reflector:

> ¿Qué intereses sostuvieron esa dicotomía?
¿A quién deja fuera?
¿Quién gana cuando el mundo se reduce a dos cajones?

b) La idea de “seguridad” en política

Gobiernos actuales —de Bukele a ciertos discursos europeos— repiten el mantra de “seguridad total”. Suena bien. Huele a orden. Pero la deconstrucción pregunta:
¿Seguridad para quién?
¿Contra quién?
¿Cómo se fabrica un enemigo y se lo convierte en principio de gobernabilidad?

Al desmontar ese relato, aparece una danza de exclusiones: “los otros”, “los peligrosos”, “los desechables”. La deconstrucción hace visible el truco: la seguridad no es un valor absoluto, sino una narrativa que reorganiza miedos y poderes.

c) Deconstrucción en la cultura pop

De Beyoncé en Lemonade a las películas de Jordan Peele, la cultura afrodescendiente ha usado la deconstrucción como arma estética. Tomar un símbolo tradicional —la familia perfecta, la identidad nacional, la masculinidad— y mostrar su fractura interna.
Peele agarra al “monstruo” clásico del horror y lo voltea para revelar que el verdadero monstruo es la sociedad que necesita crearlo.

3. El gesto político de la deconstrucción

Deconstruir es dejar de aceptar las cosas como “naturales”.
Eso asusta.
Porque cuando se afloja la tuerca del orden, tiemblan también los privilegios.
Por eso la deconstrucción siempre ha sido acusada de relativista, nihilista, disolvente.

Pero más bien es una invitación a respirar:

> Si nada es completamente sólido, todo puede cambiar.
Y si todo puede cambiar, entonces el poder no es destino.


La deconstrucción es una ética del temblor.

Nos recuerda que lo que hoy gobierna puede mañana ser polvo.
Y que pensar críticamente no destruye al mundo: lo abre.


4. Conclusión: deconstruir es un acto de amor feroz

La deconstrucción es ese arte de decir:
—No me vengas con verdades eternas; déjame ver de qué están hechas.

No quiere aniquilar significados, sino dejarlos respirar.
Es un gesto político, sí, pero también íntimo, casi sensual:
haz lugar para lo otro, para lo que no encaja, para lo que estaba tapado.

En tiempos de discursos rígidos, de identidades blindadas y nacionalismos que se creen de mármol, la deconstrucción es aire fresco.
Un viento que sopla, burlón y poético, recordándonos que incluso las palabras más solemnes tienen su talón de Aquiles.



---

Bibliografía mínima y jugosa

Derrida, Jacques. De la gramatología. Siglo XXI, 2017.

Derrida, Jacques. Márgenes de la filosofía. Cátedra, 2008.

Butler, Judith. El género en disputa. Paidós, 2007.

Butler, Judith. Vidas precarias. Paidós, 2006.

Spivak, Gayatri Chakravorty. “¿Puede hablar el subalterno?”. En Crítica de la razón poscolonial. Akal, 2010.

Hall, Stuart. La identidad cultural en la posmodernidad. Amorrortu, 2003.

Ahmed, Sara. The Cultural Politics of Emotion. Edinburgh University Press, 2014.

Mbembe, Achille. Necropolítica. Melusina, 2011.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Buscar este blog