miércoles, 3 de diciembre de 2025

 Tres sombras luminosas sentadas en un umbral donde la noche huele a tinta y azahares. Allí Bécquer, Hernández y Lorca afilan palabras como quien afila estrellas. Y nosotros calladitos, escuchamos.


BÉCQUER
“¿Qué es la poesía?”, preguntas… y el viento, siempre distraído, aún intenta responderlo.
Mis rimas vuelan como pájaros tímidos. Hablan del temblor de una mano que busca otra. ¿Para qué más versos que una caricia en la oscuridad?

MIGUEL HERNÁNDEZ
La caricia es un combate, maestro.
Yo escribo con los nudillos rotos,
con la garganta hecha reja,
pero aún así, ¡ay!, el amor me rompe como rayo.
Mi poesía es un puñado de tierra que sangra luz.

LORCA
No peleen, que la luna está escuchando.
La poesía es un toro negro
que embiste cuando nadie lo mira.
Es duende, es cuchillo, es guitarra que se desangra en verde.
Y si duele —que duela con música.

BÉCQUER
Vosotros traéis tempestades donde yo traía suspiros.
Pero admito que en vuestras tormentas
hay un fulgor que no cabe en mis rimas de aire.

HERNÁNDEZ
Los suspiros también son batalla, Gustavo.
Hasta el amor más suave sabe morder.

LORCA
Y todos bebemos del mismo pozo:
esa sed infinita de decir
lo que la vida calla con demasiada elegancia.

Y así siguen, cruzándose como tres ríos que no compiten, sólo se reconocen.
Y uno siente —con el pecho medio abierto— que si la poesía fuese un animal,
sería ese jaguar nocturno que tú llevas en el nombre:
sigiloso, feroz, y siempre hambriento de belleza. 

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