La prolongación artificial de la infancia y el mito del cerebro adolescente
Richard Epstein, en su ensayo El mito del cerebro adolescente, cuestiona la narrativa popular que presenta a los adolescentes como seres en crisis debido a un cerebro biológicamente inmaduro o defectuoso. Según Epstein, el problema no radica tanto en la biología cerebral como en las condiciones sociales que prolongan artificialmente la infancia de los jóvenes.
1. La adolescencia como construcción social
La visión tradicional en Estados Unidos y otros países occidentales retrata la adolescencia como un período turbulento, lleno de conflictos y decisiones arriesgadas, atribuyéndolo a cambios hormonales y al desarrollo incompleto del lóbulo frontal. Epstein señala que esta interpretación ignora la influencia del entorno: la escuela, la familia y la sociedad a menudo retienen a los jóvenes en un estado de dependencia más allá de lo necesario.
Esto se traduce en varias prácticas:
- Educación prolongada, con más años de escolarización obligatoria.
- Dependencia económica y logística de los padres hasta después de los veinte años.
- Regulaciones estrictas sobre trabajos, responsabilidades y toma de decisiones legales.
El resultado es que los jóvenes viven una especie de “adolescencia extendida”, donde se espera que sigan comportándose como niños mientras se les exige comportarse como adultos parcialmente, generando ansiedad, frustración y confusión.
2. Consecuencias psicológicas y sociales
Epstein argumenta que esta prolongación artificial de la infancia puede producir:
- Una falsa percepción de fragilidad o vulnerabilidad adolescente.
- Un exceso de protección que limita la experiencia real y la autonomía.
- Confusión sobre identidad y propósito, porque los jóvenes no practican responsabilidades significativas hasta tarde.
En otras palabras, muchos de los problemas que atribuimos al “cerebro adolescente” son, en realidad, problemas de socialización y estructura cultural. No es que el cerebro sea incapaz, sino que la sociedad no lo entrena adecuadamente para la autonomía y la resiliencia.
3. Implicaciones para la educación y la crianza
Epstein invita a repensar cómo tratamos a los jóvenes:
- Darles responsabilidades reales desde temprano, coherentes con su capacidad de juicio.
- Evitar la sobreprotección que retrasa la autonomía.
- Reconocer que la adolescencia puede ser un período de aprendizaje activo, no solo de espera o experimentación guiada.
4. Reflexión final
El ensayo de Epstein desmantela el mito de que los adolescentes son inherentemente problemáticos por su biología. En cambio, pone el foco en cómo la cultura, la educación y la familia prolongan artificialmente la infancia, generando la crisis que tanto se observa. La pregunta que queda es provocadora: ¿y si gran parte de lo que llamamos “adolescencia problemática” no es un reflejo del cerebro, sino de la sociedad que decide cuándo un joven puede ser verdaderamente adulto?
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