El colapso no se previene con bolsas reutilizables
Vivimos
en una paradoja histórica: mientras los informes científicos sobre el
cambio climático son cada vez más alarmantes, las soluciones que se nos
ofrecen desde los medios, las empresas y los gobiernos se vuelven más
superficiales. En el fondo, una verdad incómoda se hace cada vez más
evidente: el capitalismo de crecimiento perpetuo nos conduce al colapso.
El mito del capitalismo verde
Durante
años se nos ha vendido la idea de que basta con "hacer más verdes" los
procesos: paneles solares, autos eléctricos, empaques biodegradables.
Pero la lógica sigue siendo la misma: producir más, consumir más,
acumular más. El "capitalismo verde" es una contradicción en términos.
No se puede sostener un sistema basado en la expansión infinita dentro
de un planeta finito.
Incluso
las llamadas energías limpias implican extractivismo brutal: litio,
cobalto, tierras raras, agua. Cambia el discurso, pero se mantienen las
jerarquías, la destrucción ambiental y la dependencia del sur global. En
lugar de cuestionar el modelo, simplemente lo pintamos de verde.
El simulacro de la responsabilidad individual
¿Y
nosotros qué? Nos dicen que debemos "hacer nuestra parte": llevar una
bolsa reutilizable, usar un termo, consumir menos carne, reciclar. Es
cierto que esas acciones pueden tener sentido como gestos simbólicos o
éticos, pero no resuelven nada si no van acompañadas de transformaciones
estructurales.
Peor aún:
nos hacen creer que estamos ayudando cuando en realidad nos desactivan
políticamente. El mensaje implícito es devastador: "el problema eres
tú". Así, mientras los verdaderos responsables—las grandes
corporaciones, los tratados comerciales, los sistemas financieros—siguen
operando con normalidad, nosotros discutimos si usar popote o no.
La crisis del neoliberalismo
La
era del neoliberalismo ha terminado, aunque no todos lo sepan aún. Los
mercados desregulados, los recortes presupuestales, el Estado mínimo y
la mercantilización de la vida no han sido capaces de responder a las
múltiples crisis: climática, alimentaria, energética, sanitaria, social.
El modelo colapsó, pero seguimos atrapados en su lógica.
Las
élites intentan sostenerlo con nuevas máscaras: capitalismo verde,
"transición energética", "desarrollo sostenible", "economía circular".
Son nombres bonitos para mantener el control, no para cambiar el rumbo.
Lo personal es político
Claro
que las decisiones individuales cuentan, pero solo si forman parte de
una apuesta colectiva por desmercantilizar la vida y reconstruir la
comunidad. No se trata de “ser ecológicos”, sino de ser críticos,
conscientes y valientes. Algunas formas reales de resistencia pueden
ser:
Apostar por redes de economía solidaria.
Participar en luchas territoriales.
Recuperar saberes comunitarios y prácticas de autosuficiencia.
Apoyar proyectos que desafíen la lógica del capital, no que la adornen.
No basta con vivir de forma “menos dañina”. Hay que imaginar un mundo fuera del capitalismo y organizarse para construirlo.
Una última advertencia
Que
el neoliberalismo haya muerto no implica que venga algo mejor. Podría
llegar un nuevo régimen autoritario, tecnocrático y ecológico solo en
apariencia. O peor: un ecofascismo donde los recursos se concentren más
aún y los excluidos sean sacrificados por el “bien común”. Por eso es
urgente actuar, no con culpa individual, sino con coraje colectivo y
lucidez política.
Conclusión
No
vamos a frenar el colapso con una bolsa de tela ni con un coche
eléctrico. Lo frenaremos —si es que aún estamos a tiempo— derribando la
fantasía del crecimiento perpetuo y construyendo alternativas reales
desde abajo. El peligro no es solo el cambio climático. El verdadero
peligro es enfrentarlo con las mismas ideas que lo provocaron.
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