Existen frases que no necesitan adornos: su claridad es
una puñalada suave. Fernando Pessoa, ese poeta que multiplicó su alma en
heterónimos, nos deja una de esas joyas que descolocan y reconfortan a
la vez. ¿Cómo puede ser agradable ignorar la vida? ¿Y por qué hacerlo a
través de la literatura? La respuesta no es simple, pero sí necesaria.
Este texto es una defensa —quizá una celebración— de esa forma
particular de huida que nos ofrece la palabra escrita.
Ignorar la vida con belleza: una defensa de la evasión literaria
Fernando
Pessoa, con su acostumbrado filo existencial, lanza una frase que en
apariencia parece despectiva, pero encierra una verdad profunda: “La
literatura es la forma más agradable de ignorar la vida”. Esta sentencia
no es una condena, sino una confesión —quizá incluso un elogio— a ese
acto humano tan antiguo como el lenguaje: huir de la realidad para
habitar otra más soportable, más estética, más inteligible.
Ignorar
la vida no significa despreciarla, sino reconocer sus aristas
insoportables. El tedio, el dolor, la rutina, la injusticia o la
banalidad cotidiana nos obligan a buscar refugios simbólicos. Para
algunos será la religión, para otros el arte, y para muchos —como
Pessoa, como nosotros—, la literatura. En ella no solo encontramos
consuelo, sino también una forma sofisticada de evasión: nos alejamos
del mundo sin abandonarlo del todo. Como quien cierra los ojos para ver
mejor.
Leer es suspender
momentáneamente las leyes del tiempo y del espacio. Es ignorar al jefe,
la renta, el clima, la guerra, las noticias, las deudas y hasta el
cuerpo. Es entrar a mundos donde cada palabra es elegida con una
intención estética, donde el sufrimiento tiene forma y sentido, y donde,
paradójicamente, uno comprende más la vida justo cuando decide
ignorarla.
Pessoa, que se
desdoblaba en heterónimos para escribir desde múltiples yoes, sabía
mejor que nadie que la literatura es también un modo de fragmentarse, de
multiplicarse, de escapar de ese yo fijo que la vida exige para
sobrevivir. La literatura no solo lo salvó de la realidad, sino que le
dio varias.
Ignorar la
vida con literatura es, en cierto modo, vivirla con más intensidad.
Porque lo que se gana en comprensión emocional y simbólica supera con
creces lo que se pierde en literalidad. La evasión no es un defecto del
lector; es su libertad.
Por
eso, quien lee no huye por cobardía, sino por lucidez. Y quien escribe,
tal vez, no lo hace para explicar el mundo, sino para hacerlo más
habitable. La literatura no es una renuncia a la vida, sino una versión
más soportable de ella. Más bella. Más libre.

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