martes, 5 de agosto de 2025

 En Big Fish, Tim Burton construye un universo donde lo real y lo fabuloso se entrelazan sin fricción aparente, y en ese punto de contacto surge la pregunta esencial que recorre la película: ¿qué significa vivir una vida verdadera? ¿Es la verdad aquello que efectivamente ocurrió, o lo que fuimos capaces de imaginar sobre nuestra existencia?


Edward Bloom, el protagonista, narra su vida como una epopeya fabulosa. Gigantes, brujas, circos mágicos y peces imposibles pueblan su relato vital. Para su hijo Will, estas historias son un obstáculo: lo alejan de la verdad concreta de quién fue realmente su padre. Él busca hechos, datos, pruebas. Rechaza lo que considera fantasías, pues piensa que su padre se esconde tras ellas. Pero lo que está en juego no es solo una diferencia de estilo narrativo, sino una visión del mundo. Para Edward, contar su vida como un mito es una forma de trascender los límites estrechos de lo cotidiano. No se trata de mentir, sino de ensanchar la experiencia de lo vivido.

En esta tensión entre mito y realidad, la película nos invita a pensar que no hay una separación tajante entre ambas. En efecto, toda vida es, en algún sentido, una historia contada. Al recordar, al seleccionar qué contar y cómo, construimos versiones de nosotros mismos. La identidad no es solo lo que hicimos, sino cómo narramos lo que hicimos. La biografía no es una transcripción fiel, sino una interpretación continua.

Edward Bloom no se engaña a sí mismo: sus historias no son una evasión de la realidad, sino una afirmación poética de ella. La bruja con un ojo mágico, el pez que nunca pudo atrapar, el pueblo donde el tiempo se detiene… cada imagen fantástica condensa una emoción, una intuición sobre el sentido de vivir. El hijo solo logra entender esto cuando su padre está muriendo. Entonces comprende que lo verdadero no es necesariamente lo factual. Lo que importa no es si ocurrió exactamente como fue contado, sino lo que esa historia revela del alma de quien la cuenta.

Así, Big Fish nos propone que el mito es una forma de verdad. No una verdad científica ni jurídica, sino una verdad simbólica y vital. La fantasía no niega lo real: lo enriquece, lo amplifica, le da espesor. Y quizás, al final, lo más humano que podemos hacer con nuestra vida es convertirla en una historia digna de ser contada, aunque no todo sea literalmente cierto.


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