En Big Fish, Tim Burton construye un universo donde lo real y lo fabuloso se entrelazan sin fricción aparente, y en ese punto de contacto surge la pregunta esencial que recorre la película: ¿qué significa vivir una vida verdadera? ¿Es la verdad aquello que efectivamente ocurrió, o lo que fuimos capaces de imaginar sobre nuestra existencia?
Edward
Bloom, el protagonista, narra su vida como una epopeya fabulosa.
Gigantes, brujas, circos mágicos y peces imposibles pueblan su relato
vital. Para su hijo Will, estas historias son un obstáculo: lo alejan de
la verdad concreta de quién fue realmente su padre. Él busca hechos,
datos, pruebas. Rechaza lo que considera fantasías, pues piensa que su
padre se esconde tras ellas. Pero lo que está en juego no es solo una
diferencia de estilo narrativo, sino una visión del mundo. Para Edward,
contar su vida como un mito es una forma de trascender los límites
estrechos de lo cotidiano. No se trata de mentir, sino de ensanchar la
experiencia de lo vivido.
En
esta tensión entre mito y realidad, la película nos invita a pensar que
no hay una separación tajante entre ambas. En efecto, toda vida es, en
algún sentido, una historia contada. Al recordar, al seleccionar qué
contar y cómo, construimos versiones de nosotros mismos. La identidad no
es solo lo que hicimos, sino cómo narramos lo que hicimos. La biografía
no es una transcripción fiel, sino una interpretación continua.
Edward
Bloom no se engaña a sí mismo: sus historias no son una evasión de la
realidad, sino una afirmación poética de ella. La bruja con un ojo
mágico, el pez que nunca pudo atrapar, el pueblo donde el tiempo se
detiene… cada imagen fantástica condensa una emoción, una intuición
sobre el sentido de vivir. El hijo solo logra entender esto cuando su
padre está muriendo. Entonces comprende que lo verdadero no es
necesariamente lo factual. Lo que importa no es si ocurrió exactamente
como fue contado, sino lo que esa historia revela del alma de quien la
cuenta.
Así, Big Fish nos
propone que el mito es una forma de verdad. No una verdad científica ni
jurídica, sino una verdad simbólica y vital. La fantasía no niega lo
real: lo enriquece, lo amplifica, le da espesor. Y quizás, al final, lo
más humano que podemos hacer con nuestra vida es convertirla en una
historia digna de ser contada, aunque no todo sea literalmente cierto.
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