Mansur al-Hallaj: el místico que dijo "Yo soy la Verdad"
En
el corazón de la mística islámica brilla una figura intensa y trágica:
Mansur al-Hallaj, un poeta, místico y mártir del sufismo. Nacido
alrededor del año 858 en Persia, al-Hallaj se convirtió en uno de los
más apasionados buscadores de Dios que haya dado el islam. Su vida —y
sobre todo su muerte— marcaron para siempre la historia del pensamiento
espiritual.
Lo que lo
hizo inmortal no fue solo su poesía, ni sus enseñanzas, sino una frase
que estremeció a su época y sigue retumbando siglos después:
> “Ana al-Haqq” —Yo soy la Verdad.
Esa
declaración fue considerada una blasfemia. En el islam, al-Haqq es uno
de los 99 nombres de Dios. Decir “yo soy la Verdad” sonaba, para los
juristas y teólogos de su tiempo, como decir “yo soy Dios”. Pero
al-Hallaj no hablaba desde la soberbia ni desde la locura. Su afirmación
surgía desde un estado místico en el que el ego desaparece y la
conciencia se funde con la divinidad. Desde la perspectiva sufí, no era
Mansur quien hablaba, sino Dios mismo manifestándose a través de un
corazón anulado por el amor.
Para
los místicos, esa es la cima: la aniquilación del yo (fanā') y la
permanencia solo de Dios (baqā'). En ese estado, ya no queda nadie que
diga “yo soy”, sino solo la Verdad misma hablando por una boca humana.
Su
valentía, sin embargo, le costó la vida. Fue arrestado, juzgado durante
años y finalmente ejecutado en Bagdad en el año 922. La forma de su
muerte fue brutal: lo azotaron, lo mutilaron, lo crucificaron y
finalmente lo decapitaron, todo en público. Querían dar una lección
ejemplar. Pero lograron lo contrario: lo convirtieron en leyenda.
Desde
entonces, al-Hallaj se volvió símbolo del amor absoluto, del místico
que no teme a las llamas ni al acero si con eso se funde con lo divino.
Muchos lo comparan con Jesús: por hablar desde el amor puro, por
desafiar a los poderosos y por morir con los labios llenos de Dios.
Sus palabras aún conmueven:
> “Tu espíritu se mezcló con el mío como el vino con el agua. Si algo me toca, a ti te toca. Si algo te toca, me toca a mí.”
Quizás
por eso Mansur al-Hallaj no murió del todo. Cada vez que alguien busca a
Dios no como una idea, sino como una experiencia viva, cada vez que un
alma se atreve a decir “yo soy la verdad” desde el amor y no desde el
ego, el espíritu de Mansur arde una vez más.
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