Álvaro Carrillo: el andariego del bolero
Hay
quienes caminan por la vida dejando huellas en el asfalto. Álvaro
Carrillo lo hizo en el aire, en las guitarras, en las gargantas de
quienes no saben decir “te quiero” sin música.
Nacido
en Cacahuatepec, Oaxaca, fue ingeniero agrónomo de profesión, pero
poeta del alma por vocación. De su pluma brotaron joyas que parecieran
eternas: Sabor a mí, Luz de luna, Amor mío, Sabrá Dios… y, claro, El
Andariego.
> “Yo soy el andariego que va por el mundo
recogiendo penas en su corazón…”
Así
se describía Carrillo: un alma que no se estaciona, que no se conforma,
que ama y parte, no por frialdad sino por la intensidad que lo consume.
En su voz, o en la de quienes lo interpretan, se oye la contradicción
del amante que necesita amar desde lejos para no enredarse en la rutina.
> “No soy de aquí ni soy de allá,
no tengo edad ni porvenir,
y ser feliz es mi color de identidad…”
(Esto último es Facundo Cabral, pero podría ser Carrillo también.)
El
andariego no huye del amor, lo busca. Pero no para encerrarlo, sino
para dejarlo respirar. Álvaro Carrillo le dio voz a ese tipo de amor: el
que no se mide en contratos ni anillos, sino en la forma en que una
melodía puede doler sin herir.
> “A mí me gusta el sol, Alicia y los palomares,
el buen cigarro y el ron, saltar paredes y abrir los portales…”
(Silvio esta vez, pero también de ese linaje: los que cantan lo que no cabe en palabras sueltas.)
Carrillo murió joven, pero como los grandes, dejó más de lo que vivió. Tal vez por eso sus canciones no envejecen.
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