La Fama y el Olvido: Reflexiones sobre la Gloria Pasajera
En
los escenarios brillantes de la cultura popular, donde hoy resplandecen
cantantes, actores y celebridades, se oculta una verdad incómoda: la
mayoría serán olvidados. Nos fascinan las luces del presente, pero el
tiempo tiene una forma silenciosa y cruel de borrar rostros, nombres,
voces. Lo que hoy parece eterno, en unas décadas será tan solo una
sombra confusa en la memoria colectiva.
Es
una experiencia común ver una película de hace cincuenta o sesenta años
y reconocer apenas a dos o tres figuras. ¿Quién recuerda hoy a Troy
Donahue, Tab Hunter o Sandra Dee, ídolos de la pantalla en los años 50 y
60? Fueron rostros recurrentes en revistas, objetos de deseo, símbolos
de una época. Hoy, salvo para los cinéfilos más apasionados, sus nombres
apenas evocan algo más que una curiosidad del pasado.
Lo
mismo sucede con la música. Pensemos en los charts de los años 80.
¿Quién recuerda con claridad a Laura Branigan, Christopher Cross o Toni
Basil? Tuvieron éxitos rotundos. Algunas de sus canciones incluso
sobreviven, pero sus rostros, su historia y su fama personal se han
disuelto en el aire. No fueron menos talentosos que otros; simplemente,
el tiempo avanza, los gustos cambian y la memoria cultural es selectiva.
Este
fenómeno no es nuevo. En el siglo XIX, el poeta inglés Edward Young
escribió que “la fama es el perfume de los héroes”. Pero incluso el
perfume se desvanece. Muchos escritores célebres en su tiempo, como
Edward Bulwer-Lytton (autor de Los últimos días de Pompeya y quien acuñó
la famosa frase "la pluma es más poderosa que la espada") fueron leídos
con avidez en su época, pero hoy sólo son una nota al pie en la
historia literaria.
La
fama artística tiene un componente de ilusión: creemos que estar en boca
de todos es equivalente a ser eterno. Sin embargo, esa permanencia sólo
la consiguen unos pocos y, muchas veces, no los más talentosos, sino
los más simbólicos. Marilyn Monroe, Elvis Presley, Frida Kahlo o The
Beatles no son recordados únicamente por su obra, sino por lo que
representan en la narrativa colectiva de una época.
Esto
debería hacernos reflexionar: ¿qué impulsa a tantas personas a
perseguir la fama como si fuera el mayor logro posible? ¿Por qué se
sacrifica tanto por una gloria que, en la mayoría de los casos, no
sobrevive ni siquiera a una generación? Tal vez la respuesta no está en
buscar ser recordado, sino en hacer lo que se ama sin miedo al olvido.
Porque
al final, la pregunta no es cuántos te recordarán dentro de 80 años,
sino si lo que hiciste mientras estuviste vivo tuvo sentido para ti, si
dejaste una marca —aunque invisible— en las personas cercanas, si tu
arte fue genuino, no una actuación para agradar a la masa.
La fama es una chispa. Pero el fuego verdadero es otra cosa.
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