Conversación imaginaria entre Irvin D. Yalom y Gabriel Rolón, dos figuras muy distintas pero complementarias en su forma de entender el sufrimiento humano, particularmente el desamor, desde el psicoanálisis y la psicoterapia existencial.
Yalom:
Gabriel,
he leído algunos de tus relatos clínicos. Es interesante cómo abordas
el desamor, no solo como una pérdida emocional, sino como una
experiencia que confronta al paciente con su propia fragilidad.
Rolón:
Gracias,
Irvin. En Argentina, el desamor es casi un tema nacional. Pero más allá
del cliché, lo que me parece fascinante es cómo el abandono activa
heridas mucho más antiguas. Uno se siente rechazado hoy, pero sufre por
todo el rechazo acumulado que no ha podido elaborar.
Yalom:
Sí.
En mi experiencia, el desamor no es solo una pérdida de otro, sino una
amenaza directa al sentido del yo. Lo llamo "una herida al narcisismo
existencial". La persona ya no se siente amada y entonces comienza a
cuestionar su valor, su propósito, incluso su existencia.
Rolón:
Me
resuena profundamente. Muchos pacientes no vienen diciendo “me dejó”,
sino “¿por qué no fui suficiente?” Y ahí empieza la verdadera
exploración. Porque no se trata solo de la historia de pareja, sino de
la historia de su identidad.
Yalom:
Exactamente.
Y en ese momento, el trabajo terapéutico puede ser una oportunidad de
crecimiento. El terapeuta debe estar dispuesto a mirar el abismo con el
paciente, sin taparlo con explicaciones simples. A veces, solo podemos
estar ahí con ellos, ayudarlos a soportar el vacío.
Rolón:
Y
también ayudarlos a escuchar su propio deseo. Porque el desamor los
deja desorientados, pegados al deseo del otro. ¿Qué quiero yo ahora, sin
esa persona? Es una pregunta que da vértigo, pero también libera.
Yalom:
Es
lo que llamo “la posibilidad transformadora del sufrimiento”. No es
consuelo barato; es una verdad existencial. El dolor puede ser fértil si
no lo evitamos. Pero claro, para eso el vínculo terapéutico debe ser
fuerte. Humano.
Rolón:
La
transferencia en esos casos es muy intensa. A veces, el paciente se
agarra de uno como de un salvavidas afectivo. Hay que cuidar esa
relación con mucha ética y mucha compasión.
Yalom:
Y
mucha presencia. A fin de cuentas, la cura muchas veces no está en las
palabras, sino en la presencia compartida. En saber que no estás solo en
medio de ese naufragio.
Rolón:
Tal
cual, Irvin. Como decimos por acá, el corazón roto no se arregla, pero
se puede aprender a vivir con sus cicatrices. Y a veces, incluso, a amar
mejor.
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