lunes, 25 de agosto de 2025

 El modo de vida imperial y la sociedad de la externalización: una crítica a la normalidad global


En el debate sobre la desigualdad global, pocas ideas resultan tan incómodas —y necesarias— como la planteada por los sociólogos alemanes Ulrich Brand y Markus Wissen: la del modo de vida imperial. Este concepto no sólo denuncia el estilo de vida que predomina en los países del Norte Global, sino que desenmascara su supuesta neutralidad, presentándolo como lo que realmente es: un privilegio estructurado sobre la explotación de otros territorios, otras personas y otros ecosistemas.

El modo de vida imperial no se limita a un consumo excesivo de recursos naturales o a una alta huella ecológica. Es un patrón estructural que permite a las sociedades del Norte mantener sus niveles de vida gracias al acceso desproporcionado a materiales, energía y trabajo del Sur Global. En otras palabras, la abundancia de unos está sostenida por la escasez de otros. El confort europeo, japonés o estadounidense depende del litio boliviano, del café centroamericano, del textil bangladesí y del petróleo nigeriano. No es una elección individual ni una anomalía del sistema: es la forma en que el sistema fue diseñado para funcionar.

En este marco, el sociólogo Stefan Lessenich añade una capa de análisis al hablar de la sociedad de la externalización. Vivimos en un modelo que traslada sus costos sociales, ecológicos y laborales fuera de sus fronteras. La contaminación, la pobreza y el sufrimiento no desaparecen, simplemente se desplazan: lejos de la vista, lejos del debate. Las ciudades limpias del Norte esconden sus basureros en el Sur. La producción barata se realiza en condiciones invisibilizadas para el consumidor final. Así, la sociedad externalizadora puede mantener su sensación de orden y bienestar a costa del desorden ajeno.

Esta estructura global no es un accidente. La relación centro-periferia, descrita desde las teorías del sistema-mundo, muestra cómo el capitalismo ha funcionado históricamente como una máquina de extracción: extrae materias primas, trabajo, energía y vida de los márgenes para sostener la comodidad de los centros. Y esa comodidad, que muchas veces se vende como sinónimo de progreso, es profundamente dependiente, ecológicamente insostenible y moralmente indefendible.

El discurso hegemónico de la sostenibilidad, que pide “hacer cambios individuales”, pierde fuerza frente a este diagnóstico. Ninguna cantidad de bolsas reutilizables ni de bicicletas puede compensar el hecho de que el modelo mismo está construido para devorar recursos ajenos. La solución, si es que puede haber una, no vendrá de ajustes cosméticos, sino de una transformación profunda: del cuestionamiento de la lógica imperial del consumo y del fin de la externalización como mecanismo estructural.

En suma, la desigualdad entre el Norte y el Sur no es una disfunción del sistema. Es su condición de posibilidad. El modo de vida imperial es, en esencia, una forma de vida colonial prolongada en tiempos modernos. Y hasta que no seamos capaces de nombrarlo, criticarlo y desmantelarlo, la justicia global seguirá siendo una promesa tan lejana como las tierras desde las que nos llegan los frutos de un privilegio que nunca fue inocente.

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