Esa frase de Faulkner —"El pasado nunca muere, ni
siquiera es pasado"— es una de esas líneas que parecen simples pero
cargan todo un tratado de filosofía en pocas palabras.
Podemos reflexionarla desde varios ángulos:
1. El tiempo como persistencia
Faulkner
sugiere que lo que llamamos “pasado” no está realmente detrás de
nosotros. Las decisiones, traumas, amores y errores que creemos
archivados siguen influyendo en nuestra manera de pensar, sentir y
actuar hoy. El pasado es como una corriente subterránea: invisible a
veces, pero siempre empujando el presente.
2. La memoria y su peso
Incluso
cuando intentamos olvidar, el pasado se cuela en gestos, palabras,
miedos y manías. Una frase de alguien, un olor o un lugar pueden abrir
una puerta y traerlo de vuelta con toda su fuerza. En ese sentido, lo
“muerto” revive en cuanto lo recordamos.
3. Historia colectiva
No
es solo algo personal: también ocurre a nivel social. Los problemas
históricos —racismo, desigualdad, guerras— no desaparecen con decretos o
cambios de calendario. Siguen vivos en las estructuras, en las
mentalidades y en las heridas de las comunidades.
4. Imposibilidad de “comenzar de cero”
Faulkner
rompe la fantasía de que uno puede reiniciar la vida como si nada
hubiera pasado. Podemos transformarnos, sí, pero siempre partimos de lo
que fuimos; todo nuevo capítulo lleva las huellas de los anteriores.
Si lo resumimos, es como si Faulkner dijera:
>
“No existe un presente puro. Vivimos siempre con el pasado a cuestas,
respirando en lo que hacemos, aunque creamos que ya lo dejamos atrás.”
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