La tentación ya no se disfraza de serpienteEl diablo en el mundo moderno
En
los viejos relatos bíblicos, la tentación se presenta como una
serpiente en un jardín. Un susurro entre las hojas, una fruta prohibida,
una voz que promete sabiduría. Todo parece arcaico, simbólico, remoto.
Pero basta mirar alrededor con los ojos abiertos para entender que la
tentación no ha desaparecido… solo ha cambiado de forma. Ahora se viste
de éxito, de comodidad, de oportunidad, de “es lo que todos hacen”.
El
abogado del diablo lo deja claro: el infierno no es un lugar de castigo
sino un sistema de recompensas. Milton no grita, no amenaza, no
arrastra cadenas. Él seduce. Él ofrece. Él halaga. Dice lo que uno
quiere escuchar. Y en eso radica el verdadero poder de la tentación
moderna: ya no se impone, te convence de que es tu propia elección.
La
tentación ya no es un crimen evidente. Es un atajo. Es un ascenso. Es
una excepción que parece lógica. Es una pequeña renuncia ética que se
justifica en nombre del progreso personal. Kevin Lomax no cruza una sola
línea roja de golpe. Las cruza de a poco, una a una, casi sin darse
cuenta. Porque así opera el mal hoy: no te obliga a pecar, solo te
enseña a desear lo que antes rechazabas.
La
tentación moderna tiene WiFi. Te dice que puedes tenerlo todo, ahora,
sin esperar, sin límites. Que mereces ese cuerpo, esa fama, ese dinero,
ese reconocimiento. Que tus impulsos son naturales, y que reprimirlos es
de tontos. Que la moral es anticuada. Que lo correcto es lo que
funciona.
Y así, paso a
paso, uno empieza a dejar de escuchar a su conciencia. Porque la
conciencia habla bajo, y la tentación grita con aplausos.
Pero no nos engañemos. El mal, hoy, no vive en los crímenes espectaculares, sino en las justificaciones cotidianas:
– “No pasa nada por mentir si es por una buena causa.”
– “Me lo merezco, he trabajado mucho.”
– “Nadie se va a enterar.”
– “Todos lo hacen.”
Milton lo resume con una frase lapidaria:
> “Soy el fanático del hombre. Nunca lo juzgo. Lo quiero tal como es.”
Eso
es lo más escalofriante. El diablo no te condena. Te aplaude. Te pone
un reflector. Y cuando te pierdes en el personaje, ni siquiera notas que
has dejado de ser tú mismo.
Entonces,
¿qué es resistir la tentación hoy? No es huir del placer, ni vivir con
miedo al deseo. Es algo más sutil y valiente: mirar de frente las
elecciones que uno hace, y preguntarse quién las está tomando en
realidad.
Porque muchas
veces, detrás de lo que llamamos libertad, está la voz de una tentación
tan bien maquillada, que parece nuestra propia voz.
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