«Cuando empecé a escribir, pensé que un escritor debe definir cada cosa. Por ejemplo, decir “la luna” estaba estrictamente prohibido; había que encontrar un adjetivo, un epíteto para la luna. Pensé que había que definir cada cosa, que no debía utilizar ninguna palabra común. Jamás hubiera dicho “Fulano de tal entró y se sentó”, porque eso era demasiado sencillo, demasiado fácil.
Después
descubrí que esas cosas resultan generalmente molestas para el lector.
Pero creo que la raíz del asunto está en el hecho de que cuando un
escritor es joven siente de alguna manera que lo que va a decir es más
bien estúpido o evidente o es un lugar común, y trata de ocultarlo bajo
adornos barrocos, bajo palabras tomadas de escritores del siglo XVII; o
si no, decide ser moderno, y hace lo contrario: está todo el tiempo
inventando palabras, mencionando aviones, trenes, telégrafos y
teléfonos.
Luego, con el
transcurso del tiempo, uno siente que sus ideas, buenas o malas, deben
ser expresadas sencillamente, porque si uno tiene una idea uno debe
procurar que esa idea, o ese sentimiento, o ese estado de ánimo, sea
inteligible».
— Jorge Luis Borges
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