jueves, 17 de julio de 2025

Victor Hugo

 


Ya no hay hombres. ¿Dónde está Dios?

 Llama. ¡Alguien! ¡Alguien! Llama sin cesar.

 Nada en el horizonte. Nada en el cielo.

 Implora al espacio, a la ola, a las algas, al escollo; todo ensordece. Suplica a la tempestad; la tempestad, imperturbable, no obedece más que al infinito.

 A su alrededor, la oscuridad, la bruma, la soledad, el tumulto tempestuoso e inconsciente, el repliegue indefinido de las aguas feroces. Dentro de sí, el horror y la fatiga. Debajo de él, el abismo sin un punto de apoyo. Imagina las aventuras tenebrosas del cadáver en medio de la sombra ilimitada. El frío sin fondo le paraliza. Sus manos se crispan, se cierran y apresan la nada. Vientos, nubarrones, torbellinos, estrellas inútiles. ¿Qué hacer? El desesperado se abandona; quien está cansado toma el partido de morir, se deja llevar, se entrega a su suerte, y rueda para siempre en las lúgubres profundidades del abismo.

 ¡Oh, destino implacable de las sociedades humanas! ¡Pérdidas de hombres y de almas en vuestro camino! ¡Océano en el que cae todo lo que la ley deja caer! ¡Desaparición siniestra del socorro! ¡Oh, muerte moral!

 El mar es la inexorable noche social donde la penalidad arroja a sus condenados. El mar es la miseria inmensa.

 El alma, naufragando en este abismo, puede convertirse en un cadáver. ¿Quién la resucitará?


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