Un jardín en medio del silencio
Dicen que el amor lo puede todo. Pero nadie nos dice qué hacer cuando el amor sobrevive… y el mundo ya no.
Eran
dos. Habían vivido décadas juntos. La piel les colgaba como hojas que
han soportado muchas estaciones. El cuerpo les dolía, los recuerdos
pesaban, y cada día era una repetición del abandono. Pero todavía se
miraban como si aún quedara primavera.
Él
le habló de un jardín. No porque estuvieran en uno, sino porque lo
llevaban por dentro. Le dijo que las flores seguirían creciendo donde
ellos se tomaran de la mano. Que la muerte no era una derrota, sino una
forma de sembrarse juntos, de no soltar nunca esa raíz compartida.
No se fueron por cobardía. Se fueron porque nadie volvió a buscarlos.
Nos
cuesta mirar a los ancianos. Nos incomodan porque son nuestro futuro
sin filtros. Y cuando no producen, no consumen, no prometen… los dejamos
atrás. Como si la dignidad tuviera fecha de caducidad.
Pero
a veces el amor insiste. Aunque el cuerpo tiemble, aunque no haya techo
firme ni plato caliente, hay palabras suaves como flores. Hay jardines
que florecen justo antes del fin.
Tal
vez no lloramos solo por ellos. Tal vez lloramos porque intuimos que,
si no cambiamos el mundo, ese silencio también nos alcanzará.
Y ojalá, cuando llegue, alguien nos diga algo bonito. Algo como eso:
"Vamos al jardín. Ahí donde todo florece, incluso cuando nadie más lo ve."
No hay comentarios:
Publicar un comentario