En una época en la que todo se dice, se grita o se
publica, el silencio parece haber perdido su valor. Sin embargo, hay un
tipo de conexión humana que no se alimenta de palabras, sino de la
comprensión profunda que puede habitar en la quietud. Camus, con su
mirada aguda sobre la existencia, nos recuerda que el amor —ya sea de
pareja, de amistad o de familia— se expresa tanto en lo que se dice como
en lo que no hace falta decir.
Cuando
dos personas se quieren de verdad, pueden compartir una habitación sin
pronunciar una sola palabra, y aun así sentirse profundamente
acompañadas. No hay incomodidad. No hay necesidad de llenar el aire con
frases vacías. Solo hay presencia. Y en esa presencia silenciosa se
despliega un lenguaje más sutil, más verdadero.
El
silencio, lejos de ser un vacío, es una forma de comunicación madura.
Requiere confianza, porque solo se calla con quien uno se siente seguro.
Requiere afecto, porque solo se respeta el silencio de quien se ama. Y
requiere entendimiento, porque solo se entiende el silencio cuando ya se
ha escuchado con el alma.
Esta
forma de comunicarse nos habla de una intimidad que no necesita ser
explicada, que se ha construido con miradas, gestos, experiencias
compartidas, y que no depende de discursos para sostenerse. A veces,
incluso, las palabras pueden ser torpes. Decir "te quiero" es hermoso,
pero hay silencios que abrazan más fuerte.
Por
eso, en un mundo que nos empuja a hablar sin parar, tal vez debamos
aprender a callar con quien amamos. No por indiferencia, sino por amor.
Porque en ese silencio vive una certeza: la de saber que el otro está
ahí, que nos comprende, y que no hace falta decir nada para sentirse
profundamente acompañado.

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