jueves, 31 de julio de 2025


 En una época en la que todo se dice, se grita o se publica, el silencio parece haber perdido su valor. Sin embargo, hay un tipo de conexión humana que no se alimenta de palabras, sino de la comprensión profunda que puede habitar en la quietud. Camus, con su mirada aguda sobre la existencia, nos recuerda que el amor —ya sea de pareja, de amistad o de familia— se expresa tanto en lo que se dice como en lo que no hace falta decir.


Cuando dos personas se quieren de verdad, pueden compartir una habitación sin pronunciar una sola palabra, y aun así sentirse profundamente acompañadas. No hay incomodidad. No hay necesidad de llenar el aire con frases vacías. Solo hay presencia. Y en esa presencia silenciosa se despliega un lenguaje más sutil, más verdadero.

El silencio, lejos de ser un vacío, es una forma de comunicación madura. Requiere confianza, porque solo se calla con quien uno se siente seguro. Requiere afecto, porque solo se respeta el silencio de quien se ama. Y requiere entendimiento, porque solo se entiende el silencio cuando ya se ha escuchado con el alma.

Esta forma de comunicarse nos habla de una intimidad que no necesita ser explicada, que se ha construido con miradas, gestos, experiencias compartidas, y que no depende de discursos para sostenerse. A veces, incluso, las palabras pueden ser torpes. Decir "te quiero" es hermoso, pero hay silencios que abrazan más fuerte.

Por eso, en un mundo que nos empuja a hablar sin parar, tal vez debamos aprender a callar con quien amamos. No por indiferencia, sino por amor. Porque en ese silencio vive una certeza: la de saber que el otro está ahí, que nos comprende, y que no hace falta decir nada para sentirse profundamente acompañado.

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