"La riqueza puede llenar tus manos, pero no tu alma."
Filosóficamente, pensadores como Epicuro ya distinguían entre deseos naturales (como el alimento, la amistad, el refugio) y deseos vanos (como la fama, el lujo, el poder). El problema es que la sociedad moderna glorifica los deseos vanos, y por eso muchos persiguen una forma de felicidad que siempre se escapa —como un espejismo en el desierto.
Psicológicamente, la felicidad duradera proviene más de la conexión humana, el propósito y la gratitud que del consumo. Las investigaciones lo confirman: una vez cubiertas las necesidades básicas, más dinero tiene un impacto mínimo en el bienestar emocional. De hecho, el afán de acumular puede generar ansiedad, insatisfacción crónica y aislamiento.
Espiritualmente, muchas tradiciones —desde Jesús hasta Buda— coinciden en que el apego a lo material es una de las principales fuentes de sufrimiento. Cuando alguien define su valor por lo que tiene, se vuelve prisionero del miedo a perderlo, de la comparación constante y de una insaciable necesidad de más.
En resumen: la felicidad no está en poseer mucho, sino en necesitar poco y vivir con plenitud interior.
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