Contra el entusiasmo bélico: lecciones de tres testigos del infierno
“Ha ocurrido. Luego puede volver a ocurrir.”
—Primo Levi
“La guerra saca lo mejor y lo peor del ser humano, pero siempre termina premiando a los peores.”
—Antony Beevor
“La bondad humana es como el agua: silenciosa, modesta, sin poder. Y, sin embargo, es la que sostiene la vida.”
—Vasili Grossman
En
estos tiempos de tambores de guerra, donde se glorifican las armas y se
simplifican los conflictos en blanco y negro, conviene invocar las
voces que han conocido el infierno. No las voces de generales ni de
estrategas, sino las de los testigos morales que nos advirtieron —con
dolor, con precisión, con vergüenza— que la guerra no es un espectáculo,
ni una solución, ni una gesta: es un abismo.
Hoy,
que se celebran presupuestos militares récord, que se criminaliza la
compasión por el enemigo, que se habla de bombardeos como si fueran
maniobras de ajedrez, ¿qué nos dirían Antony Beevor, Vasili Grossman y
Primo Levi?
1. Beevor: la historia como advertencia, no como épica
El
historiador militar Antony Beevor ha narrado la Segunda Guerra Mundial
con la minuciosidad de un cirujano, pero sin anestesia. En sus libros
(Stalingrado, La caída de Berlín, La Segunda Guerra Mundial) deshace
cualquier romanticismo bélico.
Beevor
documenta con cifras y testimonios el hambre, la violación masiva, los
bombardeos sobre civiles, las traiciones internas y las decisiones
estratégicas que terminaron en masacres. Escribió que la ofensiva aliada
sobre Caen fue “muy cercana a un crimen de guerra”. Que más de un
millón de mujeres fueron violadas en Alemania Oriental. Que los civiles
eran, en cada frente, los primeros en caer y los últimos en ser
contados.
Beevor no niega
la necesidad de resistir al fascismo, pero insiste: quien olvida las
consecuencias de la guerra, termina celebrándola. Por eso, en sus
palabras:
> “Los paralelismos históricos son peligrosos. Porque nos hacen creer que cada guerra es una repetición moral de la última.”
Y eso es justo lo que ocurre hoy.
2. Grossman: lo humano bajo las ruinas
Vasili
Grossman, corresponsal soviético en Stalingrado y testigo de la
liberación de Treblinka, lo entendió de otra forma: no desde los
archivos, sino desde el barro, la sangre, las cartas sin destino. En
Vida y destino, su gran novela, y en sus crónicas reales, construyó una
ética radical: salvar lo humano en medio de la maquinaria inhumana.
Grossman
no se dejó seducir por la propaganda. Denunció tanto a Hitler como a
Stalin, tanto a Auschwitz como al Gulag. Sabía que la guerra, incluso
cuando se libra por una causa justa, tiende a triturar al individuo.
Escribió:
> “La guerra no tiene rostro humano. Es una masa que arrastra a la humanidad hacia lo inhumano.”
“La bondad es silenciosa, sin poder. Pero es la que sostiene la vida.”
Hoy,
Grossman vería a quienes justifican el sufrimiento civil por razones
geopolíticas. A quienes consideran que la compasión es ingenua. Y
respondería: sin compasión, solo queda ceniza.
3. Levi: la ética de recordar cuando todos quieren olvidar
Primo
Levi fue reducido a un número en Auschwitz. Sobrevivió. Escribió. Y
dedicó su vida a impedir que el mundo volviera a repetir esa tragedia.
Para él, el Holocausto no fue un accidente: fue el resultado de un
proceso de deshumanización gradual que puede renacer en cualquier
sociedad.
En Los hundidos
y los salvados, Levi reflexiona sobre cómo gente común se convirtió en
verdugo por miedo, obediencia o indiferencia. Advierte:
> “Cuando alguien pierde el derecho a ser llamado hombre, ya ha perdido el derecho a vivir.”
“Ha ocurrido. Luego puede volver a ocurrir.”
Hoy,
Levi escucharía cómo se habla de “objetivos legítimos” cuando se
bombardean hospitales. Vería cómo se usa la palabra “animales” para
referirse al enemigo. Cómo se normaliza la tortura o el encierro masivo.
Y diría: el campo no ha desaparecido: solo ha cambiado de nombre.
4. Lo que los une: una ética sin patria ni bandera
Ni
Beevor, ni Grossman, ni Levi se habrían dejado arrastrar por la
histeria de las banderas. Ellos sabían —porque lo vieron de cerca— que
la muerte no pregunta a quién votaste.
Los tres, cada uno desde su trinchera, nos dejaron la misma advertencia:
No existe guerra sin horror.
No existe verdad sin memoria.
No existe humanidad sin piedad.
Y también: el entusiasmo por la guerra es siempre entusiasmo por la muerte, aunque se vista de justicia.
Epílogo: el deber de recordar para no repetir
Frente
a quienes celebran la guerra desde la comodidad de sus pantallas,
frente a quienes eligen un bando y desprecian al resto, frente a quienes
justifican lo injustificable, estas tres voces se alzan como antorchas
encendidas en un mundo que vuelve a oscurecerse.
No son pacifistas ingenuos. Son sobrevivientes lúcidos. Y nos dicen:
>
No hay victoria si muere la compasión. No hay libertad si muere la
verdad. No hay humanidad si aceptamos que algunos deben dejar de ser
considerados humanos.
Beevor nos da los datos. Grossman nos da la mirada. Levi nos da la conciencia. Y juntos nos dan la advertencia.
La única pregunta que importa es: ¿estamos dispuestos a escucharla?
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