domingo, 27 de julio de 2025

 Contra el entusiasmo bélico: lecciones de tres testigos del infierno


“Ha ocurrido. Luego puede volver a ocurrir.”
—Primo Levi
“La guerra saca lo mejor y lo peor del ser humano, pero siempre termina premiando a los peores.”
—Antony Beevor
“La bondad humana es como el agua: silenciosa, modesta, sin poder. Y, sin embargo, es la que sostiene la vida.”
—Vasili Grossman

En estos tiempos de tambores de guerra, donde se glorifican las armas y se simplifican los conflictos en blanco y negro, conviene invocar las voces que han conocido el infierno. No las voces de generales ni de estrategas, sino las de los testigos morales que nos advirtieron —con dolor, con precisión, con vergüenza— que la guerra no es un espectáculo, ni una solución, ni una gesta: es un abismo.

Hoy, que se celebran presupuestos militares récord, que se criminaliza la compasión por el enemigo, que se habla de bombardeos como si fueran maniobras de ajedrez, ¿qué nos dirían Antony Beevor, Vasili Grossman y Primo Levi?

1. Beevor: la historia como advertencia, no como épica

El historiador militar Antony Beevor ha narrado la Segunda Guerra Mundial con la minuciosidad de un cirujano, pero sin anestesia. En sus libros (Stalingrado, La caída de Berlín, La Segunda Guerra Mundial) deshace cualquier romanticismo bélico.

Beevor documenta con cifras y testimonios el hambre, la violación masiva, los bombardeos sobre civiles, las traiciones internas y las decisiones estratégicas que terminaron en masacres. Escribió que la ofensiva aliada sobre Caen fue “muy cercana a un crimen de guerra”. Que más de un millón de mujeres fueron violadas en Alemania Oriental. Que los civiles eran, en cada frente, los primeros en caer y los últimos en ser contados.

Beevor no niega la necesidad de resistir al fascismo, pero insiste: quien olvida las consecuencias de la guerra, termina celebrándola. Por eso, en sus palabras:

> “Los paralelismos históricos son peligrosos. Porque nos hacen creer que cada guerra es una repetición moral de la última.”

Y eso es justo lo que ocurre hoy.


2. Grossman: lo humano bajo las ruinas

Vasili Grossman, corresponsal soviético en Stalingrado y testigo de la liberación de Treblinka, lo entendió de otra forma: no desde los archivos, sino desde el barro, la sangre, las cartas sin destino. En Vida y destino, su gran novela, y en sus crónicas reales, construyó una ética radical: salvar lo humano en medio de la maquinaria inhumana.

Grossman no se dejó seducir por la propaganda. Denunció tanto a Hitler como a Stalin, tanto a Auschwitz como al Gulag. Sabía que la guerra, incluso cuando se libra por una causa justa, tiende a triturar al individuo.

Escribió:

> “La guerra no tiene rostro humano. Es una masa que arrastra a la humanidad hacia lo inhumano.”

“La bondad es silenciosa, sin poder. Pero es la que sostiene la vida.”


Hoy, Grossman vería a quienes justifican el sufrimiento civil por razones geopolíticas. A quienes consideran que la compasión es ingenua. Y respondería: sin compasión, solo queda ceniza.


3. Levi: la ética de recordar cuando todos quieren olvidar

Primo Levi fue reducido a un número en Auschwitz. Sobrevivió. Escribió. Y dedicó su vida a impedir que el mundo volviera a repetir esa tragedia. Para él, el Holocausto no fue un accidente: fue el resultado de un proceso de deshumanización gradual que puede renacer en cualquier sociedad.

En Los hundidos y los salvados, Levi reflexiona sobre cómo gente común se convirtió en verdugo por miedo, obediencia o indiferencia. Advierte:

> “Cuando alguien pierde el derecho a ser llamado hombre, ya ha perdido el derecho a vivir.”

“Ha ocurrido. Luego puede volver a ocurrir.”


Hoy, Levi escucharía cómo se habla de “objetivos legítimos” cuando se bombardean hospitales. Vería cómo se usa la palabra “animales” para referirse al enemigo. Cómo se normaliza la tortura o el encierro masivo. Y diría: el campo no ha desaparecido: solo ha cambiado de nombre.

4. Lo que los une: una ética sin patria ni bandera

Ni Beevor, ni Grossman, ni Levi se habrían dejado arrastrar por la histeria de las banderas. Ellos sabían —porque lo vieron de cerca— que la muerte no pregunta a quién votaste.

Los tres, cada uno desde su trinchera, nos dejaron la misma advertencia:

No existe guerra sin horror.

No existe verdad sin memoria.

No existe humanidad sin piedad.


Y también: el entusiasmo por la guerra es siempre entusiasmo por la muerte, aunque se vista de justicia.


Epílogo: el deber de recordar para no repetir

Frente a quienes celebran la guerra desde la comodidad de sus pantallas, frente a quienes eligen un bando y desprecian al resto, frente a quienes justifican lo injustificable, estas tres voces se alzan como antorchas encendidas en un mundo que vuelve a oscurecerse.

No son pacifistas ingenuos. Son sobrevivientes lúcidos. Y nos dicen:

> No hay victoria si muere la compasión. No hay libertad si muere la verdad. No hay humanidad si aceptamos que algunos deben dejar de ser considerados humanos.


Beevor nos da los datos. Grossman nos da la mirada. Levi nos da la conciencia. Y juntos nos dan la advertencia.

La única pregunta que importa es: ¿estamos dispuestos a escucharla?

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