Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir haber qué sale y llenar páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va hacer aquello.
A veces resulta
que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo
quería que apareciera, aquel personaje vivo que tiene que moverse por si
mismo. De pronto, aparece, surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él.
En la medida que el personaje adquiere vida, uno puede, por caminos que
uno desconoce pero que, estando vivo, conducen a uno a una realidad o a
la irrealidad, si se quiere.
Al mismo tiempo, se
logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedió,
Entonces, creo yo que en esta cuestión de la creación es fundamental
pensar qué sabe uno, qué mentiras va a decir; pensar que si uno entra en
la verdad, en la realidad de las cosas conocidas, en lo que uno ha
visto o ha oído está haciendo historia, reportaje.
[...]
sabemos que no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y
la muerte. No hay más, no hay más temas, así es que para captar su
desarrollo normal, hay que saber cómo tratarlos, que forma darles; no
repetir lo que han dicho otros. Entonces el tratamiento que se le da a
un cuento nos lleva, aunque el tema se haya tratado infinitamente, a
decir las cosas de otro modo; estamos contando lo mismo que han contado
desde Virgilio hasta no se quién más, los chinos o quien sea. Más hay
que buscar el fundamento la forma de tratar el tema, y creo dentro de la
creación literaria, la forma —la llaman la forma literaria — es la que
rige, la que provoca que una historia tenga interés y llame la atención a
los demás.
Juan Rulfo
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