Ensayo ficticio breve, escrito al estilo de Schopenhauer, como si él analizara la sociedad contemporánea:
La civilización del deseo: una reflexión desde el siglo XXI
En
cada época, la voluntad —ese ciego e insaciable impulso que atraviesa
toda existencia— se manifiesta con nuevos rostros, pero siempre con el
mismo trasfondo de miseria. El siglo XXI no ha escapado a su yugo; antes
bien, lo ha glorificado. Nunca el ser humano ha tenido tantos medios
para alimentar sus deseos, ni ha estado tan lejos de la paz interior.
La
sociedad moderna ha elevado el querer al rango de virtud. Todo gira en
torno a la realización personal, al éxito, al reconocimiento público. El
individuo ya no vive para sí, sino para ser visto; no desea ser feliz,
sino parecerlo. Redes de vanidad —llamadas sociales— han transformado el
yo en mercancía, y el alma en escaparate. Cuanto más se multiplica el
deseo, más se aleja la serenidad. Así, el hombre moderno corre sin saber
adónde, condenado a sufrir por querer, y a aburrirse cuando consigue.
Han
puesto la técnica al servicio de la voluntad. Cada invención que
pretendía liberar al hombre, lo ha encadenado más: primero al trabajo,
luego al consumo, y por último a la autoexplotación. ¿De qué sirve al
hombre el poder de comunicarse con todo el planeta, si ha perdido la
capacidad de estar en silencio consigo mismo?
La
cultura, que en otro tiempo ofrecía un respiro —por medio del arte, la
música o la filosofía— ha sido degradada a entretenimiento. El arte ya
no eleva, distrae; ya no consuela, vende. La música, otrora reflejo puro
de la voluntad misma, ha sido reducida a un ruido que acompaña la
aceleración constante del vivir.
La
moral ha sido sustituida por la opinión. La compasión, única base
verdadera de toda ética, ha sido enterrada bajo discursos de eficiencia,
éxito y competencia. El prójimo no es ya un ser con quien compartir el
dolor del mundo, sino un obstáculo en la carrera por destacar.
Así,
la modernidad ha perfeccionado el infierno. Un infierno brillante,
lleno de pantallas y promesas; pero infierno al fin. La única esperanza
reside, como siempre, en los pocos que comprenden la trampa, que
reconocen la raíz del sufrimiento en el deseo mismo, y que, mediante la
contemplación desinteresada, el ascetismo o el arte verdadero, logran
vislumbrar un instante de liberación.
Pero son pocos, y cada vez más invisibles en esta era que ha confundido ruido con vida.
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