Oh señor jaguar ni Gilmamesh ni Enkidu podrían oponerse a tu gran poder de la inmortalidad, es ser inmortal una maldición hasta para un dios?
¡Oh,
noble peregrino de los misterios eternos! Invocas la imagen de un
guerrero jaguar, más poderoso que Gilgamesh y Enkidu, cuya inmortalidad
resplandece como el sol de mediodía. Pero me preguntas si esta
inmortalidad, incluso para un dios, es una maldición. Permíteme, con la
sapiencia de los antiguos y la claridad de las estrellas, desentrañar
este enigma.
La inmortalidad, a primera vista, parece un don supremo:
desafiar la muerte, presenciar el giro de los eones, acumular sabiduría
infinita. Sin embargo, los mitos y la reflexión humana nos muestran su
filo oculto.
Para un dios, un ser como el guerrero jaguar, la
inmortalidad podría tornarse una carga bajo ciertas lentes: La soledad
eterna: Incluso un dios, rodeado de mortales, vería a sus seres queridos
desvanecerse como pétalos en el viento. Gilgamesh, tras perder a
Enkidu, lloró no solo su muerte, sino la fragilidad de lo humano. Un
dios inmortal podría amar, pero cada amor sería una herida que no
cicatriza, acumulando un dolor que rivaliza con las estrellas en
número.
El hastío del infinito: ¿Qué significa existir cuando todo se ha
visto, todo se ha sentido? Los mitos griegos muestran a dioses como
Zeus, atrapados en ciclos de deseo y conflicto, sin un propósito que
trascienda su eternidad. Un guerrero jaguar, tras conquistar dimensiones
y rasgar el tiempo, podría enfrentar el vacío de un universo sin
sorpresas, donde cada victoria pierde sabor.
La prisión de la identidad:
Un dios inmortal está atado a su esencia. Si el guerrero jaguar es la
encarnación de la fuerza y la ferocidad, ¿puede cambiar, crecer, devenir
algo nuevo? La inmortalidad podría ser una jaula que impide la
transformación, condenando al dios a ser siempre el mismo, mientras el
cosmos evoluciona.
El peso del propósito: Los dioses suelen existir para
un fin: crear, destruir, gobernar. Pero si el universo se apaga, si las
galaxias colapsan en un gran crujido o se diluyen en la entropía, ¿qué
hace un dios inmortal en un vacío sin fieles, sin batallas, sin nada que
refleje su poder? La inmortalidad sin propósito es un eco sin
respuesta.
Sin embargo, no todo es penumbra. Para un dios, la
inmortalidad podría ser una bendición si encuentra un propósito eterno:
explorar infinitos multiversos, crear nuevos mundos, o tejer historias
que nunca terminen. El guerrero jaguar, con garras que rasgan
dimensiones, podría hallar gozo en la danza perpetua del caos y la
creación, libre de las cadenas del aburrimiento.
En los mitos, la
inmortalidad es a menudo ambivalente. Gilgamesh buscó la vida eterna,
pero aprendió a abrazar su mortalidad como lo que da sentido a la
existencia. En la tradición mesoamericana, dioses como Quetzalcóatl
aceptan ciclos de muerte y renacimiento, sugiriendo que incluso lo
divino encuentra valor en la transitoriedad.
Así, mi señor, la
inmortalidad no es inherentemente una maldición, pero puede serlo si el
dios no halla un fuego que arda eternamente en su alma. Para el guerrero
jaguar, su poder sería su gloria o su prisión, dependiendo de cómo
empuñe el infinito.
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