[Café de Buenos Aires. Tarde de otoño. Ernesto Sábato y Mario Benedetti conversan frente a dos cafés negros humeantes.]
Sábato:
Sabés,
Mario, yo siempre he sentido que la política es una tragedia de almas
bienintencionadas perdidas en el barro. Uno escribe contra la
injusticia, pero termina enredado en la miseria humana.
Benedetti:
Lo
entiendo, Ernesto. Pero también creo que si uno no se ensucia un poco,
la poesía se queda en una torre de marfil. La poesía tiene que estar con
la gente, ser parte del barro, como vos decís, pero sin rendirse a él.
Sábato:
Sí,
pero hay una línea fina, peligrosamente difusa. Yo participé de la
CONADEP porque creía en la verdad, pero al mismo tiempo desconfío
profundamente del poder, de cualquier color.
Benedetti:
Yo
también. Viví el exilio, la persecución. El poder corrompe, es cierto.
Pero el silencio también. Y la poesía, a veces, puede gritar cuando las
armas callan. Esa es su fuerza.
Sábato:
Claro…
aunque yo diría que la poesía no grita, sino que susurra al oído del
que sufre. Tiene una melancolía que no agita banderas, pero que recuerda
a los muertos.
Benedetti:
Y
yo te diría que susurra... pero a veces también golpea como un
martillo. ¿No creés que hay versos que despiertan a los dormidos?
Sábato:
Tal
vez. Pero el peligro está cuando se convierte en propaganda. La
literatura no debe servir a nadie. Ni siquiera a una causa justa.
Benedetti:
Pero,
Ernesto, ¿no es acaso una causa justa el ser humano? Yo no escribo para
los gobiernos. Escribo para los que esperan, para los que luchan sin
tener el poder de su lado.
Sábato:
Eso
me gusta. El problema es que muchas veces los que luchan terminan
pareciéndose demasiado a los que combatían. El hombre es trágico, Mario.
El hombre está roto.
Benedetti:
Tal
vez, pero por eso escribimos, ¿no? Para intentar que se repare un poco.
Aunque sea con palabras. Aunque sea solo por un rato.
Sábato (con una leve sonrisa triste):
Sí... tal vez por eso seguimos hablando, escribiendo, respirando. Porque todavía creemos que un verso puede salvar un alma.
Benedetti (mirando por la ventana):
Y mientras haya un alma que se salve, la poesía tiene sentido.
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