viernes, 9 de mayo de 2025



Diálogo imaginado entre Julio Cortázar y Carlos Fuentes 

Escena: 

Un café parisino en 1960, mesas de madera gastada, humo de cigarrillos flotando en el aire. Julio Cortázar, con su aire desgarbado y una sonrisa traviesa, está sentado frente a Carlos Fuentes, quien ajusta su corbata con elegancia. Ambos sostienen tazas de café y un ejemplar de La región más transparente descansa sobre la mesa. 

Cortázar: (encendiendo un cigarrillo) Che, Carlos, leí tu novela. Es un torbellino, ¿eh? México entero cabe ahí, con sus voces, sus fantasmas. Pero contame, ¿cómo hiciste para meter tanta ciudad en unas páginas?

Fuentes: (sonriendo) Julio, es que México es un jeroglífico, como diría Octavio Paz. Quise descifrarlo, ponerle nombre a cada sombra, a cada calle. Pero vos, con tus cuentos... ¡Eso es magia pura! ¿De dónde sacás esas ideas? Ese Bestiario, por ejemplo, me dejó mirando las paredes de mi casa con sospecha.

Cortázar: (riendo) ¡Ja! Es que las casas tienen sus secretos, viejo. A veces, solo hay que escucharlas. Pero no me cambies el tema. Tu libro tiene una ambición descomunal, como si quisieras atrapar el alma de un país. Yo no sé si podría. Prefiero los rincones, las grietas, lo que pasa desapercibido.

Fuentes: Eso es lo tuyo, Julio. Vos encontrás lo fantástico en lo cotidiano, en un gato, en un puente. Yo necesito el gran lienzo, la historia, los mitos. Pero sabés, leí Rayuela en manuscrito y... (baja la voz) eso es una revolución. ¿Cómo se te ocurrió romper así la novela?

Cortázar: (encogiéndose de hombros) No sé si la rompí o la armé de otra manera. Quise que el lector juegue, que no sea un pasajero pasivo. La vida no es lineal, ¿por qué habría de serlo una novela? Pero vos, con tu Aura... ese clima, ese misterio. Me recordó a Poe, pero con un sabor mexicano que no explico.

Fuentes: (entusiasmado) ¡Poe! Sí, y también el gótico, pero nuestro, latinoamericano. Quise que Aura fuera un espejo, que el lector se viera en el pasado y el presente a la vez. Pero, Julio, hablemos en serio. Nosotros, los latinoamericanos, ¿qué estamos haciendo? ¿Es el Boom este que dicen? ¿O solo estamos gritando para que nos escuchen?

Cortázar: (serio, exhalando humo) No sé si es un Boom o un eco. Pero siento que estamos abriendo puertas. Vos con tu México, Gabo con su Macondo, Vargas Llosa con sus peruanos. Cada uno trae su pedazo de continente. Y no es solo para que nos escuchen en Europa, sino para que nosotros mismos nos veamos.

Fuentes: (asintiendo) Exacto. Es una red, Julio. Tu Rayuela no se entiende sin mi Región, ni sin Cien años de Gabo. Somos un diálogo, aunque a veces discutamos. Pero, che, ¿vos creés que lo fantástico y lo político pueden ir de la mano? Porque yo veo tu Libro de Manuel y pienso que querés meter la revolución en tus juegos.

Cortázar: (mirándolo fijo) Pueden y deben. Lo fantástico no es escapar, es otra forma de mirar la realidad. La revolución no es solo fusiles, es imaginar otro mundo. Pero vos, con tu Cambio de piel, también jugás con eso, ¿no? Esas identidades que se cruzan, ese México que no se deja atrapar.

Fuentes: (riendo) Touché. Creo que los dos queremos lo mismo: que la literatura no sea un adorno, sino un arma, un espejo, un sueño. Pero, Julio, confesá: ¿cuánto de vos hay en Oliveira? ¿Ese tipo perdido en París sos vos?

Cortázar: (sonriendo, evasivo) Digamos que Oliveira es un primo lejano. Y vos, ¿cuánto de vos hay en Artemio Cruz? Ese hombre que mira su vida desde la muerte...Fuentes: (serio) Más de lo que quisiera admitir. Pero bueno, Julio, brindemos. (levanta su taza) Por la literatura que no se rinde, por América Latina que no se calla.

Cortázar: (chocando su taza) Por los cronopios, por los espejos rotos, y por los amigos que se encuentran en cafés como este. Ambos ríen, el humo se arremolina, y la conversación se pierde en la tarde parisina, como un cuento que aún no termina.

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