En la historia de la humanidad han existido genios cuya inteligencia ha desafiado todo lo imaginable. Sin embargo, pocos casos han sido tan impactantes y trágicos como el de William James Sidis, un niño prodigio con un coeficiente intelectual estimado entre 250 y 300, que a los 11 años ya era estudiante en Harvard. Pero su destino no fue el de un hombre exitoso y reconocido; al contrario, su vida fue una constante lucha contra las expectativas, la soledad y el rechazo social.
William
James Sidis nació en 1898 en Nueva York, hijo de padres brillantes pero
extremadamente exigentes. Su padre, Boris Sidis, era un renombrado
psicólogo y su madre, Sarah, una talentosa médica. Desde su nacimiento,
fue sometido a un riguroso entrenamiento intelectual. Aprendió a leer a
los 18 meses, dominaba varios idiomas antes de los 6 años y a los 8 ya
escribía libros de matemáticas y lingüística.
A
los 11 años ingresó a Harvard, donde su intelecto sorprendía incluso a
los profesores. Pero su experiencia en la universidad fue todo menos
placentera. Era un niño en un mundo de adultos, incapaz de socializar, y
a menudo era tratado como una rareza más que como una persona. Se
convirtió en el foco de la prensa, que lo describía como “el niño más
inteligente del mundo”, aumentando aún más la presión sobre él.
En
lugar de seguir una carrera académica deslumbrante, como muchos
esperaban, Sidis rechazó la fama y la vida pública. Abandonó Harvard y
decidió trabajar en oficios humildes, alejándose del mundo intelectual.
Se convirtió en un hombre solitario y evitaba a la prensa a toda costa.
Su
pensamiento era radical para la época: se oponía al capitalismo,
defendía el pacifismo y promovía ideas anarquistas. Durante el Primer
Conflicto Mundial, se negó a enlistarse en el ejército y participó en
marchas de protesta, lo que lo llevó a ser arrestado y perseguido
políticamente.
A pesar de
su inteligencia, Sidis tenía enormes dificultades para relacionarse con
las personas, en especial con las mujeres. Sin embargo, hubo una
persona que marcó su vida: Martha Foley, una activista irlandesa a quien
conoció en una de sus protestas pacifistas. Foley quedó fascinada por
su soledad y su manera de pensar, iniciando con él una amistad que
parecía ser su única conexión genuina con el mundo.
Sin
embargo, su familia no aprobó esta relación y su padre le prohibió
verla. Sidis, obediente como siempre, se alejó de ella, pero también
decidió cortar todo contacto con su familia. Se recluyó completamente,
sin trabajo estable ni relaciones cercanas, sobreviviendo con trabajos
de poca importancia y escribiendo libros bajo seudónimos.
El
17 de julio de 1944, Sidis fue encontrado en su pequeño apartamento,
víctima de un derr4 m3 cerebral. Tenía solo 46 años. Entre sus pocas
pertenencias, encontraron una fotografía de Martha Foley, el único
recuerdo de la única persona que realmente pareció entenderlo.
La
historia de William James Sidis es una mezcla de asombro y tristeza.
Aunque su capacidad intelectual era extraordinaria, la presión, la falta
de libertad y el aislamiento terminaron por consumirlo. En lugar de
brillar en el mundo académico, eligió el anonimato. En vez de ser
recordado como un científico o inventor, su legado es el de una mente
incomprendida que solo buscaba ser libre.
Su
historia nos deja una pregunta: ¿de qué sirve la inteligencia sin
felicidad? Porque, al final del día, incluso el hombre más brillante del
mundo seguía siendo un ser humano en busca de amor y conexión.
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