sábado, 7 de junio de 2025

 - Bastante lejos, en un lóbrego sótano del Lower East Side de la ciudad de Nueva York, en 1934, tuvo lugar uno de los más grandes y exitosos intentos a gran escala de cambiar los hábitos. En ese sótano se encontraba un alcohólico de 39 años llamado Bill Wilson. Años antes, había tornado su primera bebida alcohólica durante su estancia en el campo de entrenamiento para oficiales de New Bedford, Massachusetts, donde estaba aprendiendo a utilizar armas de fuego antes de que lo embarcaran hacia Francia y la Primera Guerra Mundial. Las familias importantes que vivían cerca de la base solían invitar a cenar a los oficiales, y un domingo por la noche, Wilson asistió a una fiesta donde se sirvió Welsh rarebit [pan con queso tostado] y cerveza. Tenía 22 años y nunca había bebido alcohol. Le pareció que 1a única forma de responder educadamente era tomarse la bebida que le habían servido. Al cabo de unas pocas semanas, le invitaron a otro acontecimiento elegante. Los-hombres iban de esmoquin, las mujeres coqueteaban. Se le acercó un mayordomo y le puso-un cóctel Bronx ——una combinación de ginebra, vermut seco y dulce y zumo de naranja— en la mano. Tomó un sorbito y sintió, como diría más adelante, que había encontrado el «elixir de la vida». A mediados de la década de 1930, cuando ya había regresado de Europa, con su matrimonio práCticamente roto y la fortuna producto de haber vendido sus acciones se habia esfumado, Wilson consumía tres botellas de alcohol al dia. Una fría tarde 'de noviembre, mientras estaba sentado sumido en la tristeza, le llamó un viejo compañero de bebida. Wilson le invitó y mezcló en una jarra zumo de piña y ginebra. Le ofreció un vaso a su amigo. Su amigo se lo devolvió. Le dijo que llevaba-sobrio dos meses. Wilson estaba atónito. Empezó a hablarle de su propia lucha Contra el alcohol, incluida la pelea que había tenido en un club de campo que le había costado el trabajo. Había intentado dejarlo, pero no había podido. Había hecho una desintoxicación y tomado pastillas. Le había hecho promesas a su esposa y acudido a grupos de abstinencia. Nada había funcionado. Wilson se preguntaba cómo lo había conseguido su amigo. «Tengo la religión», le dijo-su amigo. Le habló del infierno y-de la tentación, del pecado y del diablo; «Reconoce que estás Vencido,'admítelo y proponte entregarle tu vida a Dios.» Wilson pensó que su amigo se había vuelto loco. «El verano pasado era un borracho chiflado; ahora, supuse que estaba un poco chiflado por la religión», escribiría posteriormente. Cuando se marchó su amigo, Wilson se acabó la jarra y se fue a dormir. Un mes más tarde, en diciembre de 1934,-Wilson ingresó en el Hospital Charles B. Towns para Drogadicciones y Alcoholismo, un centro de desintoxicación de lujo en Manhattan. Un médico empezó a darle infusiones cada hora de un fármaco alucinógeno llamado belladona, que entonces estaba de moda para tratar el alcoholismo. Wilson entraba y salía de su consciencia en la cama de una pequeña habitación. Luego, en un episodio que se ha descrito en millones de reuniones en cafeterías, salas de clubes y sótanos de iglesias, Wilson empezó a retorcerse agonizando. Alucinó durante días. Los dolores del sindrome de abstinencia e hacían sentir como si tuviera insectos que le recorrían la piel. Tenía tantas náuseas que apenas podía moverse, pero el dolor era demasiado intenso para quedarse quieto. «¡Si Dios existe, que aparezca! —gritó Wilson en su habitación vacía—. ¡Estoy dispuesto a todo! ¡A todo!» En ese momento, escribiría más tarde, una luz blanca iluminó su habitación, cesó el dolor y se sintió como si estuviera en la cima de una montaña, «y que soplaba un viento, no de aire, sino de espíritu. Entonces, de pronto me di cuenta de que era un hombre libre. El éxtasis se fue apagando lentamente. Seguía tumbado en la cama, pero ahora, durante un. tiempo había estado en otro mundo, un nuevo mundo de consciencia». Bill Wilson no volvería a beber. En los treinta y seis años siguientes, hasta que murió de un enfisema en 1971, se dedicó a fundar, desarrollar y divulgar Alcohólicos Anónimos, hasta que se convirtió en la mayor, más conocida y exitosa organización mundial para cambiar los hábitos. Se calcula que aproximadamente 2,1 millones de personas recurren a AA cada año en busca de ayuda, y que unos 10 millones de alcohólicos han conseguido estar sobrios gracias al grupo. AA no le funciona a todo el mundo —las cifras de éxitos son difíciles de calcular, debido al anonimato de los participantes—, pero millones de personas dicen que el programa les ha salvado la vida. El credo básico de AA, sus famosos Doce Pasos, se ha convertido en un imán cultural que se ha incorporado en programas de tratamientos para los adictos a la comida, al juego, al sexo, a las drogas, a acumular, a automutilarse, al tabaco, a los videojuegos, a la dependencia emocional y a docenas de otras conductas destructiVas. En muchos aspectos, las técnicas del grupo ofrecen una de las fórmulas más poderosas para el cambio. Todo esto es un tanto sorprendente, puesto que AA prácticamente no se basa en ninguna ciencia ni método terapéutico aceptado. Por supuesto, el alcoholismo es más que. un hábito. Es una adicción física con raíces psicológicas y quizá genéticas. No obstante, lo curioso del caso de AA es que el programa no aborda directamente muchos de los temas psiquiátricos o bioquímicos que los investigadores suelen decir que son la causa por la que una persona se vuelve alcohólica. De hecho, los métodos de. AA parecen esquivar los descubrimientos científicos y médicos, así como los tipos de intervención que muchos psiquiatras dicen que necesitan los alcohólicos.* ____________._._ * Suele ser difícil trazar la línea que separa los hábitos de las adicciones. Por ejemplo, la American Society ofAddiction Medicine [Sociedad Americana de Medicina de la Adic- ' dón} define la' adicción como «una enfermedad cerebral primaria y crónica, del circuito relacionado con la recompensa, la motivación y la memoria...‘ La-adicción se caracteriza por la incapacidad para controlar la conducta, las ansias, 1a imposibilidad de. saber abstenerse de manera estable, y eldet erioro de las relaciones». Según esa definición. indican algunos investigadores, es dificil determinar por qué gastarse 50 dólares a la semana en cocaina es malo, pero no pasa nada si nos los gastamos en café. A un observador que piensa que 5 dólares por un café implica una «incapacidad para controlar la conducta», alguien que se muere por tomar. un café con leche cada tarde puede parecerle que es clínicamente un adicto. ¿Alguien que prefiere salir a correr antes que desayunar con sus hijos es un adicto a hacer ejercicio? En general. dicen muchos investigadores, aunque la adicción sea complicada y todavia poco entendida, muchas de las conductas que asociamos con ella suelen deberse al hábito.'Algunas sustancias, como las drogas, el tab’aco o el alcohol pueden crear dependencias fisicaS Pero estos deseos físicos suelen desaparecer rápidamente cuando se inte— rrumpe su uso. Una adicción físíca a la nicotina, por ejemplo, dura sólo mientras esa sustancia química está en el torrente sanguíneo del fumador (unas 100 horas tras el últimoo cigarrillo). Muchos de los impulsos que quedan que creemos que son síntomas de la adicción son en realidad hábitos conductuales que se están reafirmando a sí mismos: nos apetece mucho fumar un cigarrillo a la hora de desayunar al cabo de un mes de haberlo dejado Lo que proporciona AA es un método para atacar los hábitos que envuelven el consumo de alcohol. AA es básicamente una maquinaria gigante para cambiar los bucles de los hábitos. Y aunque los hábitos asociados al alcoholismo son extremos, las lecciones que proporciona AA demuestran que se puede cambiar casi cualquier hábito, incluso los más arraigados. Bill Wilson no leyó revistas académicas ni consultó a muchos médicos antes de fundarAA. Unos pocos años después de haber logrado estar sobrio, escribió los ahora famosos doce pasos, una noche en la cama, en un momento de inspiración. Eligió el número doce por los doce apóstoles. Y algunos aspectos del programa no son sólo poco científicos, sino que directamente pueden parecer raros. Veamos, por ejemplo, la insistencia de AA de que los alcohólicos asistan a «noventa reuniones en noventa días» (un periodo de tiempo, según parece, elegido al azar). O la obsesión del programa en la espiritualidad, como se transmite en el Paso 3, que dice que los alcohólicos pueden dejar de serlo tomando «la decisión de poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos». En siete de los doce pasos se menciona a Dios o la espiritualidad, lo que suena extraño para un programa fundado por alguien que una vez fue agnóstico, y que durante casi toda su vida habia sido abiertamente contrario a la religión organizada.  En los estudios clínicos se ha demostrado que atacar las conductas que consideramos adicciones modificando los hábitos que los rodean, es uno de los métodos más eficaces de tratamiento. (Aunque hay que recordar que algunas sustancias químicas, como los opiáceos, pueden provocar adicciones fisicas prolongadas, y algunos estudios indican que un pequeño grupo de personas parecen estar predispuestos a buscar adicciones químicas, independientemente de las intervenciones que se realicen en su conducta. Sin embargo, el número de sustancias químicas que crea adicciones fisicas a largo plazo, es relativamente reducido, y el número de adictos predispuestos es muy inferior a1 número de alcohólicos y adictos que buscan ayuda. nen una planificación rigurosa. Más bien suelen comenzar cuando un miembro cuenta su experiencia, tras la cual se agregan otros. No hay profesionales que moderen las conversaciones, y hay pocas reglas sobre cómo se supone que han de funcionar las reuniones. En las últimas cinco décadas, en las que se ha producido una revolución en casi todos los aspectos de la psiquiatría e investigaciones sobre las adicciones, debido a los descubrimientos de las ciencias de la conducta, la farmacología y nuestra comprensión sobre el cerebro, AA ha permanecido congelada en el tiempo. Debido a la falta de rigor del programa, los académicos e investigadores suelen criticarlo. El hincapié que hace AA en la espiritualidad, han dicho algunos, lo-convierte más en un culto que en un tratamiento. En los últimos quince años, sin embargo, se ha empezado a reevaluarlo. Ahora, los investigadores dicen que los métodos del programa ofrecen lecciones valiosas. Los profesores de las universidades de Harvard,Yale, Chicago y Nuevo México, y docenas más de centros de investigación, han descubierto una especie de ciencia dentro de AA, similar a la que usó Tony Dungy en el-campo de juego. Sus descubrimientos acreditan la Regla de Oro del cambio de hábitos: AA tiene éxito porque ayuda a los alcohólicos a utilizar las mismas señales y conseguir las mismas recompensas, pero cambia la rutina. Los investigadores dicen que AA funciona porque el programa obliga ala gente a identificar las señales que propician sus hábitos de alcohólicas, y luego las ayuda a hallar nuevas conductas. Cuando Claude Hopkins estaba vendiendo Pepsodent, encontró la manera de crear un nuevo hábito activando una nueva ansia. Pero para cambiar un viejo hábito, has de fomentar una vieja ansia. Has de mantener las mismas señales y recompensas de antes, y alimentar el deseo insertando una nueva rutina.

Veamos los pasos 4: «Sin miedo, hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos», y 5: «Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos». «No es evidente por el modo en que están escritos, pero para com- La regla de oro para cambiarlos hábitos 95 pletar esos pasos, alguien ha de crear una lista de todos los desencadenantes de los impulsos de los alcohólicos —-dice I. Scott Tonigan, un investigador de la Universidad de Nuevo México que ha estudiado AA durante más de una década—. Cuando haces inventario sobre ti mismo, estás descubriendo todas las causas que te hacen beber. Y admitir ante otra persona todas las cosas que has hecho mal es una buena forma de ser consciente de los momentos donde-tbdo se descontrola.» Luego, AA les pide a los alcohólicos que busquen las recompensas que les ofrece el alcohol. ¿Qué deseos —-pregunta el programa— son los que crean tu bucle del hábito? Con frecuencia, la propia embriaguez no forma parte. de la lista. Los alcohólicos ansían una copa porque les ofrece una vía de escape, para relajarse, encontrar compañia, calmar la ansiedad, una oportunidad para liberar emociones. Pueden tener ganas de tomar un cóctel para olvidar sus preocupaciones. Pero no necesariamente anhelan estar borrachos. Los efectos físicos del alcohol suelen ser una de las partes menos gratificantes de beber para los adictos. «Hay un elemento hedonista en el alcohol -dice Ulf Mueller, un neurólogo alemán que ha estudiado la actividad cerebral entre los alcohólicos—. Pero la gente también utiliza el alcohol porque quiere olvidar algo o satisfacer otros deseos, y estos deseos satisfechos tienen lugar en partes del cerebro totalmente diferentes a las que anhelan el placer fisico.» A fin de ofrecer a los alcohólicos las mismas recompensas que obtienen en un bar, AA ha creado un sistema de reuniones y compañerismo —el «tutor» con el que trabaja cada socio— que pretende ofrecer la misma evasión, distracción y catarsis que una juerga de un viernes por la noche- Si alguien necesita consolarse, puede hacerlo con su tutor o asistiendo a las reuniones del grupo, en vez de tomar una copa con un compañero de bebida. «AA‘te obliga a crear nuevas rutinas para lo que puedes hacer cada noche en lugar de beber “dice Toningan—. Puedes relajarte y hablar de tus ansiedades en las reuniones. Los desencadenantes y las recompensas son las mismas, sólo cambia la conducta.»

Las primeras fisuras en la teoria de que Alcohólicos Anónimos tenía éxito únicamente porque reprogramaba los hábitos de los participantes empezaron a aparecer hace poco más de una década y se debieron a hitorias de alcohólicos como Iohn. Los investigadores empezaron. a descubrir que sustituir los hábitos funcionaba muy bien en muchas personas haSta que el estrés de la vida ——como descubrir que tu madre tiene cáncer o que tu matrimonio se está rompiendo— era demasiado fuerte, y es entonces cuando los alcohólicos perdían el tren. Los académicos se preguntaban por qué si la sustitución de los hábitos era tan eficaz, parecía fallar en los momentos críticos. Y a medida que fueron indagando en las experiencias de los alcohólicos para hallar la respuesta a esa pregunta, aprendieron que la sustitución de los hábitos sólo se convierte en conductas duraderas cuando va acompañada de algo más. Un grupo de investigadores del Grupo de Investigación sobre el Alcoholismo de California, por ejemplo, observó un patrón en las entrevistas. Una y otra vez, los alcohólicos repetían lo mismo: identificar las señales y elegir nuevas rutinas es importante, pero sin otro ingrediente, los nuevos hábitos nunca llegan a arraigar. La regla de oro para cambiarlos hábitos 109 El secreto, según dijeron los alcohólicos, era Dios. Los investigadores odiaban esa explicación. Dios y la espiritualidad no son hipótesis duraderas. Las iglesias están llenas de borrachos que siguen bebiendo a pesar de su fe. No obstante, en las conversaciones con adictos, el tema de la espiritualidad era una constante. Asi que en 2005, un grupo de científicos —esta vez afiliados a la Universidad de California en Berkeley, la Universidad Brown y los Institutos Nacionales de la Salud— empezaron a hacerles preguntas a los alcohólicos sobre todo tipo de temas religiosos y espirituales. Luego cotejaron los datos para ver si existía alguna correlación entre las creencias religiosas y el tiem- - po en que las personas estaban sin beber. Apareció un patrón. Los alcohólicos que practicaban las técnicas de sustitución de hábitos, según indicaban los datos, podían permanecer sobrios hasta que se producía una situación de estrés en sus vidas; en ese momento, ciertas personas empezaban a beber de nuevo, por muchas nuevas rutinas que hubieran adoptado. Sin embargo, los alcohólicos que creían, como Iohn de Brooklyn, que había llegado un poder superior a sus vidas, era más probable que superaran los periodos de estrés sin alterar su sobriedad. Lo que importaba no era Dios, según los investigadores, sino el propio acto de creer. Cuando las personas aprendían a creer en algo, esa habilidad empezaba a transmitirse a otros aspectos de sus vidas, hasta que comenzaban a creer que podían cambiar. La fe era el ingrediente que hacía que el bucle del hábito transformado se convirtiera en una conducta duradera. «No lo hubiera dicho un año antes; así de rápido cambian nuestros conocimientos —dijo Tonigan, el investigador de la Universidad de Nuevo México—, pero la fe parece ser esencial. No has de creer en Dios, pero necesitas la capacidad para creer que las cosas mejorarán. >>Aunque les ofrezcas a las personas mejores hábitos, eso no remedia la causa por la que empezaron a beber. Llega un momento en que tienen un mal día, y ninguna rutina conseguirá que todo parezca que está bien. Lo que realmente puede cambiar las cosas es creer que pueden afrontar esa situación de estrés sin el alcohol.»

Charles Duhigg

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