[Monólogo estilo Bill Hicks — “El Insomnio del Alma”]
Se enciende una luz tenue. Él entra lento, con una taza de café o un cigarro, como si llevara días sin dormir, mira al público con resignación existencial...
¿Han notado que no podemos estar en silencio ni cinco segundos sin sentir que algo va mal?
¡Cinco segundos!
Cinco segundos de silencio y ya estás agarrando el celular como si se fuera a morir tu abuelita si no actualizas Instagram.
El otro día me senté en el parque sin música, sin podcast, sin notificaciones... sólo yo y el viento.
Pasaron tres minutos.
Tres malditos minutos.
Y mi cerebro empezó a gritar:
“¡¿Qué haces?! ¡Estás perdiendo el tiempo! ¡Estás solo! ¡Todos se están divirtiendo sin ti!”
La mente moderna es como un televisor viejo que nunca apagas. Sólo le bajas el volumen... pero la estática sigue ahí. Zzzzzzz...
Y esa estática, ese ruido constante, es lo que nos impide ver que el alma está cansada, jodida… ¡insomne!
No duerme. No descansa. No sueña.
¿Por qué?
Porque vivimos en una sociedad que te mide por productividad y te droga con entretenimiento.
¡No pares! ¡No pienses! ¡No te detengas a sentir!
Haz scroll, traga contenido, sonríe con filtros y sigue adelante.
¿Dormir el alma?
No, gracias, tenemos ansiedad para todos.
¿Silencio?
Solo si lo acompañas con música lo-fi y una frase de Paulo Coelho.
Pausa, bebe café, mira al público con compasión y rabia.
Antes el silencio era sagrado.
Ahora es sospechoso.
Si te quedas callado mucho tiempo en una conversación, alguien te pregunta:
—¿Estás bien?
¡No, pendejo! Estoy pensando. ¿Qué es eso, un crimen ahora?
Y luego están los gurús:
“Medita, amigo, respira, conecta con tu ser interior…”
¿Mi ser interior? ¡Ese cabrón está lleno de deudas, traumas y sueños rotos! No quiero conectarme con él, ¡lo estoy evadiendo! Por eso veo videos de gente cayéndose de escaleras y perritos disfrazados.
Pero ahí está… el alma, con ojeras, viendo cómo llenas tus días con basura, tus noches con pantallas, y tus mañanas con prisa.
Y sólo te pide una cosa…
Silencio.
Nada más.
Cinco malditos minutos.
Sin ruido.
Sin dopamina artificial.
Sólo tú… contigo.
Y claro… eso da miedo.
Porque cuando el alma habla en el silencio, a veces lo primero que dice es:
“¿Por qué me abandonaste?”
Pausa larga. Mira al público con ironía triste. Suspira.
Así que sí… sigamos con el show.
Suban el volumen.
Bajen las luces.
Y olviden por un rato que hay una parte de ustedes que está gritando desde adentro:
“¡Déjame dormir, cabrón! ¡Déjame soñar otra vez!”
Buenas noches, insomnes del alma.
Nos vemos cuando se callen... si se atreven.

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