domingo, 8 de junio de 2025

 Una y otra vez en esta tensa situación, que me dejó un recuerdo imborrable, me di cuenta de que todo acto extraordinario abate los muros de la razón. Quiebra la escala de valores y remite al espectador a su propio juicio. Actúa como un  espejo: cada cual lo ve con sus límites. Pero esos límites, al manifestarse, pueden provocar una inesperada toma de conciencia. «El mundo es como yo pienso que es. Mis males vienen de mi visión torcida. Si quiero sanar no es al mundo a quien debo tratar de cambiar sino a la opinión que tengo de él.»  Los milagros son comparables a las piedras: están por todas partes ofreciendo su belleza y casi nadie les concede valor. 

Vivimos en una realidad donde abundan los prodigios, pero ellos son vistos solamente por quienes han desarrollado su percepción. Sin esa sensibilidad todo se hace banal, al acontecimiento maravilloso se le llama casualidad, se avanza por el mundo sin esa llave que es la gratitud. Cuando sucede lo extraordinario se le ve como un fenómeno natural, del que, como parásitos, podemos usufructuar sin dar nada en cambio. 

Mas el milagro exige un intercambio: aquello que me es dado debo hacerlo fructificar para los otros. Si no se está unido no se capta el portento. Los milagros nadie los hace ni los provoca, se descubren. Cuando aquel que se creía ciego se quita los anteojos oscuros, ve la luz. Esta oscuridad es la cárcel racional.

Jodorowsky

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