Mary Wollstonecraft: la arquitecta de una igualdad que aún construimos
Hay pensadores que parecen cincelados por su época, y otros —raros, luminosos, testarudos— que nacen para romperla. Mary Wollstonecraft pertenece a la segunda especie: la de quienes no piden permiso ni perdón para pensar con claridad en un mundo que prefería el humo.
Un pensamiento que desafió el orden natural inventado por los hombres
A finales del siglo XVIII, cuando la “razón” tenía acento masculino y los filósofos bebían libertad pero servían misoginia, Mary lanzó su Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792) como una tormenta sobre el tejado ilustrado.
Su tesis, sencilla y devastadora, era prácticamente herejía:
Las mujeres no son inferiores. Lo que es inferior es la educación que se les da.
Ahí, con esa frase que suena tan obvia hoy, Mary abrió una fractura en el orden social. Lo que llamaban “naturaleza femenina” no era más que artificio, costumbre y conveniencia patriarcal disfrazada de biología.
Mary veía algo que su época se negaba a mirar:
la desigualdad no es destino—es diseño.
La educación como revolución silenciosa
Wollstonecraft no soñaba con un palacio derrumbándose: soñaba con escuelas abiertas. Su revolución era más profunda que una barricada; era una apuesta por la formación moral, intelectual y emocional de las mujeres.
Quería algo que aún seguimos peleando:
que una mujer piense sin tutores, ame sin permiso y viva sin cadenas legales.
Para ella, la educación no debía producir esposas dóciles ni adornos sociales, sino ciudadanas. Mujeres capaces de tomar decisiones, participar en la vida pública y evitar convertirse en “juguetes frívolos de los hombres”—como ella misma escribió, sin miedo a lastimar sensibilidades delicadas.
Una vida tan intensa como sus ideas
Mary no predicaba desde la torre de marfil. Vivió lo que escribió y escribió lo que vivió.
—Amó con libertad.
—Trabajó sin pedir aplausos.
—Crió a su hija (futura Mary Shelley) con independencia férrea.
Su vida entera fue una bofetada para los moralistas de su tiempo, esos guardianes del “deber ser” que siempre vigilan mejor el deseo ajeno que el propio.
Murió joven, pero dejó una obra que aún late con furia: una invitación a romper la farsa de la inferioridad aprendida.
El eco que no deja dormir a los reaccionarios
Mary Wollstonecraft no fue solo una pensadora feminista; fue la cartógrafa de un mundo que todavía intentamos alcanzar. Sus ideas atraviesan los movimientos por la educación de niñas, el sufragismo, el feminismo liberal, las luchas por la autonomía corporal, el cuestionamiento de roles de género y la crítica a la domesticidad obligatoria.
Si la escuchamos hoy, Mary parece decirnos:
Si la igualdad aún es promesa, es porque hay quienes viven de mantenerla pendiente.
Legado: un edificio en construcción permanente
La obra de Wollstonecraft sigue siendo ese martillo de claridad que golpea las paredes del mundo. Nos recuerda que la libertad exige inteligencia, que la inteligencia exige educación y que la educación exige valentía para romper moldes que parecen eternos solo porque nadie los ha desobedecido lo suficiente.
Mary nos dejó una brújula para navegar la modernidad:
—sé crítica,
—sé libre,
—sé incómoda.
Porque la igualdad no llega sola: hay que escribirla, defenderla y a veces —como hizo Mary— gritarla hasta quedarse sin aire.
Al final, su mensaje vibra como un verso afilado
“No nazcan para agradar.
Nacen para pensar.”
Ahí está Mary.
Ahí el relámpago.
Ahí el inicio de una revolución que aún pide su capítulo final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario