viernes, 12 de diciembre de 2025

 

La Biblioteca Oscura 

Huntington y El choque de civilizaciones: cuando la geopolítica hizo del prejuicio una teoría

Hay libros que no necesitan ser racistas para provocar racismo. Basta con que organicen el mundo en cajones rígidos, simplifiquen identidades complejas y den a los poderosos un mapa emocional para justificar guerras. The Clash of Civilizations (1996), de Samuel P. Huntington, logró exactamente eso: convirtió un estereotipo del café universitario estadounidense en una teoría “seria” que terminó moldeando políticas reales.

Huntington escribió su libro después del fin de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos buscaba su nuevo enemigo favorito. La caída de la URSS había dejado un vacío narrativo: ya no había un villano global conveniente. Y en vez de pensar en desigualdad, capitalismo salvaje, dictaduras financiadas por Occidente o el desastre climático, Huntington ofreció un diagnóstico elegante y cómodo:

el mundo no se divide por política o economía, sino por “civilizaciones” incompatibles entre sí.

Así agrupó a miles de millones de personas como si fueran tribus homogéneas con instintos fijos:

  • La “civilización occidental”.
  • La “islámica”.
  • La “confuciana”.
  • La “hindu”.
  • La “ortodoxa”.
  • Y otras cajas más, todas rígidas como manual de Disneyland.

Y dentro de ese mapa reduccionista, Huntington insinuó —con el tono académico del que no insulta: diagnostica— que el Islam estaba predispuesto al conflicto. No por historia, geopolítica o circunstancias, sino por su “cultura profunda”. Así de fácil: si un país musulmán tenía tensiones, era porque era musulmán. Punto.

Fue un bestseller inmediato.
No porque fuera cierto, sino porque calmaba ansiedades:
—“Ah, claro… no es que intervengamos, bombardemos o apoyemos dictadores. Es su civilización. Ellos son así.”

Con ese lente, Huntington le dio a Occidente un permiso intelectual para mirar al resto del planeta como si fueran tribus eternas atrapadas en su esencia. Una idea vieja, pero ahora en traje de politólogo de Harvard.

Lo peligroso es que el libro no quedó en debates académicos: influenció la política real.
Después del 11 de septiembre de 2001, su tesis se convirtió en profecía autocumplida.
Gobiernos, militares, periodistas y think tanks citaron a Huntington como si fuera un profeta.
Y su mapa simplista —Occidente vs. Islam— se volvió sentido común global.

De pronto, la complejidad del mundo se redujo a un slogan:
“Ellos contra nosotros.”

Irónico: Huntington afirmaba que no buscaba justificar conflictos, pero su libro se volvió el guion de una era de guerras, sospechas y paranoias.

Las civilizaciones que describió no existen como él las imagina. Lo que sí existe es el poder de una idea mal planteada para reorganizar la violencia.

El mayor error del libro no fue predecir un conflicto que no existía:
fue ayudarnos a construirlo.

Y lo más divertido es que El choque de civilizaciones fue tomado como verdad revelada por gente que nunca ha salido de su país.
Personas que creen que “el Islam” es un bloque uniforme, pero no saben ni distinguir Pakistán de Indonesia.
Huntington les sirvió el mundo en un menú infantil:
—“Aquí tienes siete civilizaciones. No mezcles los colores.”

Para los políticos fue perfecto:
mucho más fácil decir “nos odian por nuestra libertad” que aceptar
“quizá estamos bombardeando países desde hace décadas”.

Si Bill Hicks hubiese leído a Huntington, habría dicho algo así:
—“Este tipo no describió el mundo: describió el contenido de la televisión estadounidense a las tres de la mañana.”

Porque al final, las civilizaciones no chocan.
Lo que choca es la ignorancia organizada.
Y eso sí que es una superpotencia global.

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