"Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante: he allí una forma para ser feliz".
lunes, 31 de octubre de 2022
En la mayor parte del mundo, son conocidos como neoliberales, pero a menudo se utilizan los términos «libre mercado» o, sencillamente, «globalización». Únicamente desde mediados de los años noventa, este movimiento intelectual dirigido por los think tanks de extrema derecha con los que Friedman trabajó durante varios años —como Heritage Foundation, Cato Institute o American Enterprise Institute— empezó a autodenominarse «neoconservador», un enfoque que ha enrolado toda la potencia del ejército y de la maquinaria militar al servicio de los propósitos del conglomerado empresarial.
En una ocasión, un matrimonio de campesinos fue a la Universidad de Harvard. Ambos se sentaron frente al rectory le dijeron:
viernes, 28 de octubre de 2022
«¿Por qué tenemos que quedarnos todos tan solos? Pensé. ¿Qué necesidad hay? Hay tantísimas personas en este mundo que esperan, todas y cada una de ellas, algo de los demás, y que, no obstante, se aíslan tanto las unas de las otras. ¿Para qué? ¿Se nutre acaso el planeta de la soledad de los seres humanos para seguir rotando? Me tumbé de espaldas sobre una piedra plana, alcé la vista hacia el cielo y pensé en la multitud de satélites artificiales que debían de estar girando alrededor de la tierra. El horizonte aún estaba ribeteado de una pálida luz, pero en aquel cielo teñido de un profundo color vino empezaban a brillar ya las estrellas. Busqué en él la luz de los satélites. Pero aún había demasiada claridad para que pudieran apreciarse a simple vista. Las estrellas visibles permanecían inmóviles, cada una en su lugar, como clavadas en el cielo. Cerré los ojos, agucé el oído y pensé en los descendientes del Sputnik que cruzaban el firmamento teniendo como único vínculo la gravedad de la tierra. Unos solitarios pedazos de metal en la negrura del espacio infinito que de repente se encontraban, se cruzaban y se separaban para siempre. Sin una palabra, sin una promesa.»
jueves, 27 de octubre de 2022
"...El dolor es extraño.
El espacio, dejadme que lo repita, es enorme. La distancia media entre estrellas es ahí fuera de más de 30 millones de millones de kilómetros. Son distancias fantásticas y descomunales para cualquier viajero individual, incluso a velocidades próximas a la de la luz. Por supuesto, es posible que seres alienígenas viajen miles de millones de kilómetros para divertirse, trazando círculos en los campos de cultivo de Wildshire, o para aterrorizar a un pobre tipo que viaja en una furgoneta por una carretera solitaria de Arizona —deben de tener también adolescentes, después de todo—, pero parece improbable. De todos modos, la posibilidad estadística de que haya otros seres pensantes ahí fuera es bastante grande. Nadie sabe cuántas estrellas hay en la Vía Láctea. Los cálculos oscilan entre unos 100.000 millones y unos 400.000 millones. La Vía Láctea sólo es una de los 140.000 millones de galaxias, muchas de ellas mayores que la nuestra. En la década de los sesenta, un profesor de Cornell llamado Frank Drake, emocionado por esos números descomunales, ideó una célebre ecuación para calcular las posibilidades de que exista vida avanzada en el cosmos, basándose en una serie de probabilidades decrecientes. En la ecuación de Drake se divide el número de estrellas de una porción determinada del universo por el número de estrellas que es probable que tengan sistemas planetarios. El resultado se divide por el número de sistemas planetarios en los que teóricamente podría haber vida. A su vez esto se divide por el número de aquellos en los que la vida, después de haber surgido, avance hasta un estado de inteligencia. Y así sucesivamente. El número va disminuyendo colosalmente en cada una de esas divisiones… pero, incluso con los datos más conservadores, la cifra de las civilizaciones avanzadas que puede haber sólo en la Vía Láctea resulta ser siempre de millones. Qué pensamiento tan interesante y tan emocionante. Podemos ser sólo una entre millones de civilizaciones avanzadas. Por desgracia, al ser el espacio tan espacioso, se considera que la distancia media entre dos de esas civilizaciones es, como mínimo, de doscientos años luz, lo cual es bastante más de lo que parece. Significa, para empezar, que aun en el caso de que esos seres supiesen que estamos aquí y fueran de algún modo capaces de vernos con sus telescopios, lo que verían sería la luz que abandonó la Tierra hace doscientos años. Así que no nos están viendo a ti y a mí. Están viendo la Revolución francesa, a Thomas Jefferson y a gente con medias de seda y pelucas empolvadas…, gente que no sabe lo que es un átomo, o un gen, y que hacía electricidad frotando una varilla de ámbar con un trozo de piel, y eso le parecía un truco extraordinario. Es probable que cualquier mensaje que recibamos de esos observadores empiece diciendo: «Señor caballero», y que nos felicite por la belleza de nuestros caballos y por nuestra habilidad para obtener aceite de ballena. En fin, doscientos años luz es una distancia tan alejada de nosotros como para quedar fuera de nuestro alcance. Así que, aunque no estemos solos, desde un punto de vista práctico si lo estamos. Carl Sagan calculó que el número probable de planetas del universo podía llegar a ser de hasta 10.000 millones de billones, un número absolutamente inimaginable. Pero lo que también resulta inimaginable es la cantidad de espacio por el que están esparcidos. «Si estuviéramos insertados al azar en el universo —escribió Sagan —, las posibilidades que tendríamos de estar en un planeta o cerca de un planeta serían inferiores a 1.000 millones de billones. (Es decir, 10 33 , o uno seguido de treinta y tres ceros). Los mundos son muy valiosos».
Bill Bryson
miércoles, 26 de octubre de 2022
martes, 25 de octubre de 2022
¿Te has preguntado alguna vez por qué los poetas, los narradores y los filósofos han sido tan valorados en todos los tiempos? No producían bienes, no construían casas ni conquistaban un imperio, y tampoco inventaban aparatos nuevos. Todo lo que podían hacer era soñar y hablar con los demás acerca de sus sueños y visiones. En diferentes siglos y en distintas civilizaciones, estos sueños tomaron muchas formas: las epopeyas de Homero y las visiones sufíes de Mukhi al-Din Ibn Arabi; los cuentos de Hans Christian Andersen y la filosofía de Dostoievski; las fantasías realistas de John Faulz y las novelas de J. K. Rowling. ¿Qué une a todas estas obras y otras miles escritas en diferentes épocas de la historia humana? Tienen distintos idiomas, estilos, maneras y pertenecen a diferentes continentes. Tienen algo en común: la imaginación y las imágenes surgidas en el cerebro de un escritor, filósofo o místico religioso se convierten en palabras y pasan a ser propiedad de la civilización. ¿Por qué estas historias son tan valoradas por otras personas? ¿Por qué los logros materiales de una época, como la ropa, utensilios, adornos y artículos de riqueza, desaparecieron sin dejar rastro, pero la más delicada cadena de palabras continuó viva después de que su creador se hubiera ido y, tras un tiempo, se convirtió en el orgullo de la nación? ¿Por qué nosotros, los seres humanos, somos tan aficionados a los cuentos de hadas y fantasías? ¿Qué esperamos encontrar en esas historias inventadas por otra persona?
KONSTANTIN KOROTKOV
viernes, 21 de octubre de 2022
Varlam Shalamov — quien, según Gustaw Herling, superviviente de un gulag, era «un escritor a quien todos los literatos del gulag, incluido Solzhenitsyn, rinden pleitesía»— fue arrestado por primera vez en 1929, cuando tenía sólo 21 años y era todavía un estudiante de derecho en la Universidad de Moscú. Fue condenado a tres años de trabajos forzados en Solovki, una isla que había sido reconvertida de monasterio ortodoxo en campo de concentración soviético. En 1937, fue arrestado de nuevo y condenado a cinco años en Kolymá, en la Siberia nororiental. Tirando por lo bajo, alrededor de tres millones de personas perecieron en esos campos árticos, donde una tercera parte, o más, de los prisioneros morían cada año. Shalamov pasó diecisiete años en Kolymá. Su libro Relatos de Kolymá está escrito con un estilo sobrio, chejoviano, sin ninguna de las connotaciones didácticas de las obras de Solzhenitsyn. Pero en escuetos apartes ocasionales y entre líneas, se puede leer un mensaje: «Quien cree que puede portarse de manera diferente nunca ha tocado el auténtico fondo de la vida; nunca ha tenido que exhalar su postrer aliento en “un mundo sin héroes”». Kolymá era un lugar en el que la moral había dejado de existir. En los que Shalamov denominó secamente «cuentos de hadas literarios», bajo la presión de la tragedia y de la necesidad se forman profundos vínculos humanos; pero ningún lazo de amistad o de afinidad era suficientemente fuerte como para sobrevivir a la vida en Kolymá: «Si la tragedia y la necesidad unían a las personas y hacían nacer entre ellas la amistad, entonces ni la necesidad era extrema ni la tragedia tan grande», escribió Shalamov. Extirpado todo el sentido de sus vidas, podría parecer que los prisioneros no tenían ya ningún motivo para seguir adelante; pero la mayoría estaban demasiado débiles como para aprovechar las oportunidades que de vez en cuando se les presentaban para poner fin a sus vidas del modo que ellos eligieran: «Hay ocasiones en las que un hombre ha de apresurarse a morir si no quiere perder la voluntad de hacerlo». Rotos por el hambre y el frío, caminaban insensibles hacia una muerte sin sentido. Shalamov escribió: «Hay demasiadas cosas que un hombre no debería saber ni ver, y si las ve, es mejor para él que muera». A su regreso de los campos, pasó el resto de su vida negándose a olvidar lo que había visto. Describiendo su viaje de vuelta a Moscú, escribió: Era como si me hubieran despertado de un sueño que había durado años. Y, de repente, me invadió el miedo y sentí un sudor frío por todo el cuerpo. Me asusté de la fuerza terrible del hombre, de su deseo y de su capacidad para olvidar. Me di cuenta de que estaba dispuesto a olvidarlo todo, a hacer borrón de veinte años de mi vida. Y cuando lo comprendí, me hice con el dominio de mí mismo, supe que no permitirla que mi memoria olvidara todo lo que había visto. Y recuperé la calma y me dormí. En sus peores momentos, la vida humana no es algo trágico, sino carente de significado. El alma está rota, pero la vida prosigue. Cuando la voluntad falla, cae la máscara de la tragedia. Sólo queda el sufrimiento. No hay modo de explicar la última pena. Pero si los muertos pudieran hablar, no los entenderíamos. Tenemos la prudencia de mantener la apariencia de la tragedia: de sernos revelada, la verdad no haría más que cegarnos. Tal y como escribió Czeslaw Milosz: Nadie se da a sí mismo impune los ojos de un dios Shalamov salió libre de Kolymá en 1951, pero se le prohibió abandonar la región. En 1953, recibió permiso para irse de Siberia, pero le fue prohibido vivir en una gran ciudad. Regresó a Moscú en 1956, donde descubrió que su mujer le había dejado y su hija repudiado. El día en que cumplía 75 años, solo en una residencia para la tercera edad, ciego y casi sordo, y con grandes 105 dificultades para hablar, dictó varios poemas breves al único amigo que le visitaba de vez en cuando, y éstos fueron publicados en el extranjero. Debido a aquello, fue trasladado del asilo a un hospital psiquiátrico, sin mermar un ápice su resistencia, convencido quizá de que lo enviaban de vuelta a Kolymá. Tres días más tarde, el 17 de enero de 1982, murió en «una pequeña habitación, con barrotes en las ventanas, mirando hada una puerta recubierta de relleno aislante y con una mirilla redonda».
martes, 18 de octubre de 2022
Tras tanta impostura y tanto fraude, es reconfortante contemplar a un mendigo. El, al menos, ni miente ni se miente: su doctrina, si la tiene, la encarna él mismo; no le gusta el trabajo y lo prueba; como no desea poseer nada, cultiva su desprendimiento, condición de su libertad. Su pensamiento se resuelve en su ser y su ser en su pensamiento. Está falto de todo, es él mismo, dura. Estar a la altura de la eternidad es también vivir al día. De este modo, para él, los otros están encerrados en la ilusión. Cierto que depende de ellos, pero se venga estudiándolos, especializado como está en los trasfondos de los sentimientos «nobles». Su pereza, de una rara calidad, hace de él un auténtico «liberado», perdido en un mundo de bobos y engañados. Sobre la renuncia, sabe mucho más que numerosas de vuestras obras esotéricas. Para convenceros, no tenéis más que echaros a la calle... ¡Pero no! Preferís los textos que preconizan la mendicidad. Ya que ninguna consecuencia práctica acompaña vuestras meditaciones, no es de extrañar que el último de los pordioseros valga más que vosotros. ¿Es concebible el Buda fiel a sus verdades y a su palacio? No se es «liberado-vivo» y propietario. Me rebelo contra la generalización de la mentira, contra los que exhiben su pretendida «salvación» y la apuntalan con una doctrina que no emana de sus profundidades. Desenmascararlos, hacerlos descender del pedestal en el que se han izado, ponerlos en la picota, es una campaña a la que nadie debería permanecer indiferente. Pues a todo precio, es preciso impedir a los que tienen demasiado buena conciencia vivir y morir en paz.
lunes, 17 de octubre de 2022
Todo contador de historias sabe que la verosimilitud, la apariencia de verdad de su efímera y personal verdad, a fin de cuentas está en el detalle. No en lo que se dijo, que habría de volverse frase propiedad y uso de eso que llaman la historia, sino en cómo se contó el anillo con una piedra roja falsa que alguien movía con una mano gesticuladora, cómo se habló del color de las botas. El contador de historias sabe que el número exacto es esencial: 321 hombres, 11 caballos y una yegua, 28 de febrero; que la supuesta precisión de la exactitud, así sea falsa, amarra la historia que ha de ser contada, la solidifica, la fija en la galería de lo verdadero de verdad.
miércoles, 12 de octubre de 2022
Como señaló Kenko, escritor japonés del siglo XIV: “Si el hombre no se desvaneciera como el rocío del Adashino, no se desvaneciera como el humo del Toribeyama, sino que permaneciera para siempre en el mundo, las cosas perderían su poder de conmovernos. Lo más precioso en la vida es la incertidumbre”
Quitemos a la muerte su extrañeza, conozcámosla, acostumbrémonos a ella. Que nada sea tan frecuente en nuestra cabeza como la muerte. Representemos a cada instante en la imaginación todos sus aspectos. […] No sabemos dónde nos aguarda: esperémosla donde sea. Meditar en la muerte es meditar en la libertad. […] Quien aprende a morir desaprende a ser esclavo. Saber cómo morir nos liberará de toda servidumbre y restricción.
—MICHEL DE MONTAIGNE
lunes, 10 de octubre de 2022
Sin embargo, los pensamientos no siempre son una representación adecuada de los acontecimientos reales. Por lo tanto, un ligero cambio en nuestra forma de pensar puede ejercer un gran impacto en nuestra felicidad. Lo sé porque uno de los momentos más felices en mi vida tuvo lugar cuando mi hermoso y clásico Saab quedó completamente destrozado en un accidente. Amaba ese coche. Era un Turbo 900 de color verde y capota beige, y un día en que Nibal lo conducía chocó frontalmente con un camión. Mi juguete desapareció, pero me sentí terriblemente feliz porque los airbags, los cinturones de seguridad y el resto de los elementos de seguridad por los que Saab era conocido funcionaron exactamente como debían, y Nibal salió del coche sin un arañazo. Perdí mi coche, pero ¿y qué? ¡Mi amada esposa salió ilesa! Ahora piensa en esto: si mi coche hubiera quedado destrozado mientras estaba aparcado en algún lugar, sin nadie dentro, yo me habría quedado hecho polvo. Los resultados habrían sido los mismos —un coche destruido y Nibal ilesa—, pero mi experiencia habría sido muy diferente. El hecho en sí mismo era irrelevante. Lo importante era mi forma de mirarlo. Por lo tanto, aquí tenemos la pregunta del millón: si los acontecimientos siguen siendo lo que son, pero cambiar nuestra forma de verlos altera nuestra experiencia, ¿podremos ser felices alterando nuestra forma de pensar? ¡Claro que sí! De hecho, es lo que ocurre constantemente.
Mo Gawdat
viernes, 7 de octubre de 2022
Volviendo a la pregunta anterior, el porqué de las cosas suele estar en un acto pasado, y traerlo al presente probablemente no sirva para cambiarlo. No sé muy bien de dónde viene la creencia de que cuando sepamos por qué nos ha pasado algo o por qué hacemos lo que hacemos podremos cambiarlo. Lo que sí sé es que intentar saberlo requiere mucha energía y es poco útil. Eso me suena a: «Vete a tu cuarto a reflexionar y hasta que no sepas por qué te hemos castigado no salgas». Descubrir el porqué es muy útil si te interesa el conocimiento per se, pero preguntarse el porqué una y otra vez sólo ayuda al subconsciente a buscar razones por las que seguir haciendo lo que hacemos o seguir sintiéndonos como nos sentimos. En el caso de mi amiga, preguntarse el porqué era darle al subconsciente el permiso para justificar el acto de criticar una y otra vez, y así seguir con ese hábito bajo excusas como: «Criticas porque los demás lo hacen y así te sientes aceptada» o bien: «Criticas porque muchas veces no tienes nada que decir y así rompes el silencio». Puras justificaciones. Las respuestas a las preguntas que empiezan por «¿por qué?» suelen ser una excusa o una creencia y no nos ayudan a cambiar. Si, en vez de eso, formulamos la pregunta: «¿Cómo hago para cambiarlo?», el subconsciente tiene una tarea completamente distinta, que es buscar maneras de cambiar la situación. De esta manera la atención está en el cambio y lo que obtenemos son las formas de hacerlo
jueves, 6 de octubre de 2022
Buda no tenía respuesta para el enigma de la creación. En gran parte, el atractivo que ha ejercido sobre millones de personas de todo el mundo durante dos mil quinientos años deriva de esa razonable negativa a intentar responder preguntas para las que no hay respuesta. «¿Es el universo eterno o no lo es, o ambas cosas?». «¿Es el universo espacialmente infinito o no infinito, ambas cosas o ninguna de las dos?». Buda incluía estas preguntas en la lista de catorce interrogantes para los que no tenía respuesta.
Mo Gawdat
El trabajo de Ed Diener y Richard Easterlin sobre la correlación entre el bienestar subjetivo y los ingresos sugiere que, en Estados Unidos, el bienestar subjetivo aumenta proporcionalmente a los ingresos, pero solo hasta cierto punto. Sí, suena terrible tener que trabajar en dos sitios diferentes para poder permitirse un apartamento minúsculo y un Honda cascado mientras se devuelven los préstamos por estudios. Pero una vez que tu renta alcanza el ingreso medio anual per cápita —que en Estados Unidos es de setenta mil dólares en la actualidad—, el bienestar subjetivo se estanca. Es cierto que ganar menos puede atenuar tu sensación de bienestar, pero ganar más no necesariamente te hará más feliz.1 Lo que sugiere que todos los productos caros que los anunciantes nos dicen que son fundamentales para nuestra felicidad —un teléfono móvil mejor, un coche deslumbrante, una casa enorme, un vestuario digno de cierto estatus— en realidad no son tan importantes.
martes, 4 de octubre de 2022
La tercera razón por la que los otros infunden en nosotros sentimientos de antagonismo es que privan al individuo de su sentido de dominio y de primacía. Como todos sabemos, los otros no hacen necesariamente lo que deseamos, pues tienen sus propios planes ni comparten del todo nuestras creencias ni nuestro sentido de lo que es importante. De hecho, pueden ver el mundo de un modo radicalmente distinto al nuestro y por lo regular se resisten a nuestras tentativas de obtener algún beneficio de ellos, ¡y eso no nos gusta! Sartre se sirve de numerosas imágenes para ilustrar la influencia que la aparición de otra conciencia tiene en la psique del individuo. Valiéndose de una metáfora médica, afirma que la presencia de otros causa una "hemorragia" en el universo individual, una fisura que provoca que se "desintegre" el mundo que el individuo conoce". De modo similar, define al otro como el "desagüe" por el que desaparecen el sentido del mundo y el sentimiento de seguridad del individuo.
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