sábado, 23 de noviembre de 2024



 


 Herman Hesse

 



 Una de las más importantes decisiones de nuestra vida, según Epicteto, tiene que ver con preocuparnos por las cuestiones externas o internas. La mayoría elige centrarse en el exterior porque cree que los daños y beneficios proceden de ahí. Sin embargo, según Epicteto , un filósofo — considera como tal a quien tiene cierta comprensión de la filosofía estoica — hará justo lo contrario. Considerará que «todo daño y beneficio procede de sí mismo». [1] En particular, renunciará a las recompensas que el mundo exterior puede ofrecernos para alcanzar «la serenidad, la libertad y la calma ». [2]

 Al ofrecer este consejo, Epicteto invierte la lógica del cumplimiento de los deseos. Si preguntas a la gente cómo quedar satisfecha, la mayoría te dirá que hay que trabajar para conseguirlo: conviene diseñar estrategias para cumplir nuestros deseos y luego implementar esas estrategias. Pero, como señala Epicteto, «es imposible que la felicidad y el anhelo por lo que no está presente se unan alguna vez». [3] Una mejor estrategia para conseguir lo que quieres, dice, es convertir en tu objetivo solo aquello que puedes conseguir; e, idealmente, desear solo aquello que estás seguro de obtener.

 Ahí donde la mayoría de la gente pretende alcanzar la satisfacción cambiando el mundo a su alrededor, Epicteto aconseja cambiarnos a nosotros mismos; más exactamente, cambiar nuestros deseos. Y no está solo al ofrecer este consejo; de hecho, es el consejo ofrecido por, virtualmente , todo filósofo y pensador religioso que ha reflexionado sobre el deseo y sobre las causas de la insatisfacción humana. [4] Todos están de acuerdo en que si buscas la felicidad , es mejor y más fácil cambiarte a ti mismo y lo que deseas que cambiar el mundo que te rodea .

 Tu deseo fundamental, dice Epicteto, debería ser el de no verte frustrado por la formación de deseos que no podrás cumplir. Tus otros deseos deberán conformarse a este otro, y si no ocurre así, tendrás que esforzarte por desterrarlos. Si lo consigues, dejarás de experimentar ansiedad respecto a alcanzar lo que quieres o no; ni te sentirás decepcionado si no obtienes lo que quieres. De hecho, asegura Epicteto, serás invencible : si te niegas a participar en una competición que puedes perder, jamás perderás competición alguna.

William B. Irvine

jueves, 21 de noviembre de 2024

 


Mientras te miro

Cuando te sonrojas

Sobre tus curvas

Antes del beso

Parte del ritmo

Roza tu pulso

Vengo a abrazarte

Soy un impulso

Estoy de tu lado

Parto de nada

Vengo de lejos

Por la fragancia

Corazonada

Tan inconsciente

Existe una chispa que me mantiene

Estoy en el hambre

Vivo en el hombre como la muerte, naturalmente

Soy un animal

Puro coraje

Ante la sed

Claro, salvaje


Oscar D Aniello, Maria Elena









 

miércoles, 20 de noviembre de 2024

 Para cruzar el río del Cambio necesitas despojarte de tu yo conocido 

y previsible —conectado a los mismos pensamientos, decisiones, 
conductas y sentimientos de siempre—, y adentrarte en el vacío 
o en lo desconocido. El espacio entre el yo antiguo y el nuevo 
constituye la muerte biológica de tu antigua personalidad. 
Si el yo antiguo ha de morir, en este caso debes crear un yo nuevo 
con nuevos pensamientos, decisiones, conductas y emociones. 
Meterte en este río es adquirir un nuevo yo desconocido e imprevisible. 
Lo desconocido es el único lugar donde puedes crear, porque desde 
lo conocido te es imposible crear nada nuevo.

Joe Dispenza

 




 Cortazar

 CONTEMPORÁNEO DE FLAUBERT, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer recoge la idea de Goethe e incluso va más allá, pues está convencido de que nuestra naturaleza nos predispone a ser felices o infelices. Según él, nuestra sensibilidad (hoy diríamos nuestros genes) determina nuestra aptitud para la felicidad o para la infelicidad. La primera condición requerida para ser feliz sería tener un temperamento feliz… Una jovialidad de carácter, dice, que «determina la capacidad para el sufrimiento y la alegría».2 Ya Platón había establecido la distinción entre temperamentos descontentos (duskolos), que no se alegran con los hechos que les son favorables y se irritan con los desfavorables, y los temperamentos alegres (eukolos) que se deleitan, por el contrario, con los hechos favorables y no se irritan con los desfavorables. Hoy diríamos que existen los que ven el vaso medio vacío y los que lo ven medio lleno. «Nuestra felicidad depende de lo que somos, de nuestra individualidad, pero, en general, sólo tomamos en cuenta nuestro destino y lo que tenemos», continúa Schopenhauer. Y añade con ese humor mordaz que lo caracteriza: «Podemos mejorar el destino, y la frugalidad no le reclama mucho: un bobo sigue siendo un bobo y un torpe sigue siendo un torpe eternamente, aunque estén rodeados de huríes en el paraíso».3 Lo único que nos queda es aprender a conocernos para llevar una existencia lo más adecuada a nuestra naturaleza. Pero, para Schopenhauer, es imposible cambiar: un colérico seguirá enfureciéndose; un miedoso seguirá siendo un timorato; un ansioso, un ansioso; un optimista, un optimista; un enfermizo seguirá siendo un enfermizo; o una fuerza de la naturaleza, una fuerza de la naturaleza. Y, a continuación, el filósofo de Fráncfort distingue entre: • Lo que somos: personalidad, fuerza, belleza, inteligencia, voluntad… • Lo que tenemos: bienes y posesiones. • Lo que representamos: posición social, renombre, gloria. Para la mayoría de la gente, los dos últimos puntos parecen ser los fundamentales: a menudo, se piensa que la felicidad depende principalmente de nuestros bienes y de nuestra importancia, reflejada en la mirada de los otros. Nada más lejos de ello, afirma Schopenhauer: la insatisfacción permanente, la competitividad, la rivalidad o las vicisitudes y avatares del destino, pronto arruinan nuestra felicidad si esta se basa únicamente en el tener y en el aparentar. Para él, la felicidad reside, pues, fundamentalmente en el ser, en lo que somos, en nuestra satisfacción interior, fruto de lo que sentimos, comprendemos, queremos: «Lo que alguien posee para sí, lo que lo acompaña en la soledad y nadie puede darle ni arrebatarle, eso es más esencial que todo lo que posee o lo que es a ojos de los demás»

Frederic Lenoir

martes, 19 de noviembre de 2024



 

Pero ¿qué pasa con esos individuos que obviamente no están viviendo su sueño? ¿Qué ocurre con un vagabundo, por ejemplo? Hay que destacar que en ningún caso el estoicismo es la filosofía de los ricos. Quienes disfrutan de una vida cómoda y próspera pueden beneficiarse de la práctica del estoicismo, pero también los más desfavorecidos. En concreto, aunque su pobreza les impida hacer muchas cosas, no les imposibilita practicar la visualización negativa.

 Consideremos a la persona que se ha visto reducida a la única posesión de un taparrabos. Sus circunstancias podrían ser peores: podría perder el taparrabos. Los estoicos dicen que haría bien en pensar en esta posibilidad. Supongamos que entonces pierde el taparrabos. Mientras conserve su salud, sus circunstancias podrían empeorar, un aspecto que merece la pena considerar. ¿ Y si su salud se deteriora? Puede agradecer seguir con vida.

 Es difícil imaginar a una persona que en algún sentido no pudiera estar peor. Por lo tanto, cuesta imaginar a alguien que no pueda beneficiarse de la práctica de la visualización negativa. La cuestión no es que practicarla haga que la vida sea tan disfrutable para los que no tienen nada como para los que viven en la opulencia . La cuestión es que la práctica de la visualización ne gativa — y, en líneas generales, la adopción del estoicismo — puede eliminar parte de la aflicción de la pobreza y lograr que quienes no tienen nada no se sientan tan miserables como se sentirían de otro modo.

 En este sentido, consideremos la apurada situación de James Stockdale (si el nombre te suena, probablemente se debe a que fue compañero de papeleta de Ross Perot en la campaña presidencial de Estados Unidos en 1992). Piloto de la marina, Stockdale fue abatido en Vietnam en 1965 y hecho prisionero de guerra hasta 1973. Durante ese tiempo tuvo una mala salud, vivió en condiciones lamentables y sufrió la brutalidad de sus carceleros. Y, sin embargo, no solo sobrevivió, sino que lo resistió con ánimo inquebrantable. ¿Cómo lo consiguió? 

Dice que en gran medida gracias al estoicismo. 

 Otro aspecto que tener en cuenta: aunque ofrece consejo a los oprimidos para que su existencia sea más tolerable, en modo alguno el estoicismo pretende mantener a la gente en su estado de sometimiento. Los estoicos se esfuerzan por mejorar sus circunstancias externas, pero al mismo tiempo sugieren estrategias para aliviar su miseria hasta que las circunstancias mejoren.


  William B. Irvine




 

lunes, 18 de noviembre de 2024

 ¿Puedes disuadir tu mente de su vagabundeo

    y permanecer en la unidad original?
    ¿Puedes dejar que tu cuerpo se torne flexible
    como el de un recién nacido?
    ¿Puedes limpiar tu visión interior
    hasta ver sólo la luz?
    ¿Puedes amar a la gente y guiarla
    sin imponer tu voluntad?
    ¿Puedes afrontar los asuntos más vitales
    dejando que los eventos sigan su curso?
    ¿Puedes distanciarte de tu propia mente
    para así comprenderlo todo?
    Dar nacimiento y nutrir,
    tener sin poseer,
    actuar sin expectativas,
    dirigir sin controlar:
    esta es la suprema virtud.

Lao-Tsé


 Poe



 

sábado, 16 de noviembre de 2024


 Lovecraft

 Existieron otra raza y otras palmas de victoria. Gracias al corazón humano que nos da vida, gracias a su ternura, sus alegrías y sus miedos, la flor más humilde que se abre puede ofrecerme pensamientos que a menudo son demasiado profundos para el llanto.


WILLIAM WORDSWORTH


 Quino



 

viernes, 15 de noviembre de 2024

 Las armas son las herramientas de la violencia;

    todo hombre decente las detesta.
    Las armas son las herramientas del miedo;
    el hombre decente las evita.
    Sólo con el mayor refreno
    y en la más extrema necesidad
    las usará si a ello es compelido.
    La paz es el valor más elevado.
    Si la paz ha sido alterada,
    ¿cómo podría estar contento?
    Sus enemigos no son demonios
    sino seres humanos como él.
    No les desea mal.
    No se regocija en la victoria.
    ¿Cómo podría regocijarse en la victoria
    y deleitarse en la matanza?
    Él entra en batalla gravemente,
    con gran pena y compasión,
    como si a un funeral asistiera.

Lao Tse





 





 Buda



 



jueves, 14 de noviembre de 2024

 “Es importante aprender a no enfadarse con opiniones diferentes a las propias, sino a ponerse a trabajar en entender cómo surgieron. Si, después de entenderlas, todavía parecen falsas, entonces se pueden combatir mucho más eficazmente que si se hubiera continuado meramente horrorizado. No estoy sugiriendo que el filósofo no deba tener sentimientos; el hombre que no tiene sentimientos, si es que existe tal hombre, no hace nada y, por lo tanto, no logra nada. Ningún hombre puede esperar convertirse en un buen filósofo a menos que tenga ciertos sentimientos que no son muy comunes.


Debe tener un deseo intenso de entender el mundo, en la medida de lo posible; y para entender, debe estar dispuesto a superar esas estrecheces de perspectiva que hacen imposible una percepción correcta. Debe aprender a pensar y sentir, no como miembro de este o aquel grupo, sino simplemente como un ser humano. Si pudiera, se despojaría de las limitaciones a las que está sujeto como ser humano. Si pudiera percibir el mundo como un marciano o un habitante de Sirio, si pudiera verlo como parece a una criatura que vive un día y también como le parecería a una que vive un millón de años, sería un mejor filósofo.

Pero esto no lo puede hacer; está atado a un cuerpo humano con órganos humanos de percepción. ¿En qué medida se puede superar esta subjetividad humana? ¿Podemos saber algo en absoluto sobre lo que es el mundo en oposición a lo que parece? Esto es lo que el filósofo desea saber, y es con este fin que debe someterse a un largo entrenamiento de imparcialidad.”

Bertrand Russell,

 

Cortazar



 

 Determina tus ambiciones, incluso si no tienes claro cuál va a ser su

contenido. Las mejores ambiciones tienen que ver con el desarrollo del carácter
y las propias capacidades, más que con el estatus y el poder. Puedes perder el
estatus, pero el carácter lo llevas encima allí donde vayas y te permite plantar
cara a la adversidad. Teniendo esto en mente, ata una cuerda a una gran roca.
Elígela con cuidado, plántala delante de ti y ve avanzando hacia ella tirando de
la cuerda. Presta atención a medida que te aproximas. Explica lo que sientes con
la mayor claridad y atención posibles, tanto a ti como a los demás. De este modo
aprenderás a acercarte de forma más eficiente y eficaz a tu objetivo. Y mientras
lo haces, no mientas. Sobre todo no te mientas a ti.

Peterson


 Hermann Hesse

miércoles, 13 de noviembre de 2024

 




 Sylvia Plath

 Mar adentro, mar adentro.

Y en la ingravidez del fondo
Donde se cumplen los sueños
Se juntan dos voluntades
Para cumplir un deseo

Un beso enciende la vida
Con un relámpago y un trueno
Y en una metamorfosis
Mi cuerpo no es ya mi cuerpo
Es como penetrar al centro del universo

El abrazo más pueril
Y el más puro de los besos
Hasta vernos reducidos
En un único deseo

Tu mirada y mi mirada
Como un eco repitiendo, sin palabras
"más adentro", "más adentro"
Hasta el más allá del todo
Por la sangre y por los huesos

Pero me despierto siempre
Y siempre quiero estar muerto
Para seguir con mi boca
Enredada en tus cabellos

Ramón Sampedro

martes, 12 de noviembre de 2024

 




 

 A fin de desarrollar y refinar su estrategia para alcanzar la serenidad, los estoicos se convirtieron en agudos observadores de la humanidad. Pretendieron determinar qué acontecimientos perturban la serenidad de la gente, cómo evitar que esto ocurra y cómo recuperarla rápidamente si, pese a sus esfuerzos, su serenidad se ve aniquilada. A partir de estas investigaciones, los estoicos produjeron todo un corpus de recomendaciones para todos los que busquen la serenidad. Entre ellas encontramos las siguientes:

 •  Debemos ser autoconscientes . Hemos de observarnos en nuestras tareas cotidianas y debemos reflexionar periódicamente en cómo hemos respondido a los acontecimientos del día. ¿Cómo hemos respondido a un insulto, a la pérdida de una posesión, a una situación estresante? ¿Hemos aplicado estrategias estoicas en nuestras respuestas?

 •  Debemos utilizar nuestra capacidad de razonamiento para superar las emociones negativas. También para dominar nuestros deseos, en la medida en que sea posible. En particular, hemos de usar la razón para convencernos de que la fama y la fortuna no merecen la pena — al menos no si lo que buscamos es la serenidad — y, por lo tanto, no vale la pena perseguirlas. Asimismo, la razón nos ha de servir para convencernos convencernos de que aunque ciertas actividades son placenteras, practicarlas perturbará nuestra serenidad, y la serenidad perdida será mayor que el placer ganado.

 •  Si a pesar de no buscar la riqueza llegamos a ser ricos, hemos de disfrutar de nuestra prosperidad; eran los cínicos, no los estoicos, los que defendían el ascetismo. Pero aunque hemos de disfrutar la riqueza, no debemos aferrarnos a ella; de hecho, aun mientras la disfrutamos tenemos que contemplar la posibilidad de perderla.

 •  Somos criaturas sociales; seremos infelices si intentamos cortar el contacto con los demás. Por lo tanto, si lo que buscamos es la serenidad, deberíamos formar y mantener relaciones con los demás. Sin embargo, hemos de ser cuidadosos respecto a las personas con las que trabamos amistad. Además, hemos de evitar, en la medida de lo posible, a aquellos individuos cuyos valores son corruptos, por temor a que esos valores nos contaminen.

 •  Los demás son invariablemente molestos, por lo que si mantenemos relaciones con ellos acabarán por perturbar nuestra serenidad, si se lo permitimos. Los estoicos invierten una considerable cantidad de tiempo diseñando técnicas para eliminar el dolor de nuestras relaciones con otras personas. En particular, crean técnicas para afrontar los insultos de los demás y evitar que nos irriten.

 •  Los estoicos señalaron dos fuentes principales de infelicidad humana — nuestra insaciabilidad y nuestra tendencia a preocuparnos por cosas que están más allá de nuestro control — y desarrollaron técnicas para eliminar esas fuentes de infelicidad de nuestra vida.

 •  Para superar nuestra insaciabilidad, los estoicos aconsejan implicarnos en la visualización negativa. Debemos contemplar la impermanencia de las cosas. Hemos de imaginar que perdemos aquello que más valoramos, incluyendo las posesiones y a los seres queridos. También hemos de imaginar la pérdida de nuestra propia vida. Si lo hacemos, apreciaremos todo lo que ahora tenemos y, al apreciarlo, será menos probable que formemos deseos de otras cosas. Además de imaginar que las cosas podrían empeorar, a veces inducimos su empeoramiento; Séneca aconseja «practicar la pobreza» y Musonio nos recomienda renunciar voluntariamente a las oportunidades de placer y comodidad.

 •  Para frenar nuestra tendencia a preocuparnos por cosas más allá de nuestro control, los estoicos nos recomiendan establecer una clasificación de los elementos que componen nuestra vida y dividirlos en aquellos sobre los que no tenemos ningún control, aquellos sobre los que ejercemos un control absoluto y aquellos otros sobre los que tenemos un control relativo. Una vez hecho esto, no deberíamos preocuparnos por aquellos aquellos elementos que no controlamos en absoluto. Por el contrario, deberíamos concentrarnos en aquellas cosas sobre las que tenemos un control absoluto, como nuestros objetivos y valores, y pasar la mayor parte del tiempo gestionando aquellos elementos sobre los que ejercemos un control relativo. Si lo hacemos así, nos ahorraremos mucha ansiedad innecesaria.

 •  Al invertir nuestro tiempo en aquellas cosas sobre las que tenemos un control relativo, hemos de procurar interiorizar nuestros objetivos. Mi objetivo al jugar al tenis, por ejemplo, no debería ser ganar el partido, sino jugar lo mejor posible.

 •  Hemos de ser fatalistas respecto al mundo exterior. Deberíamos ser conscientes de que lo que nos ocurrió en el pasado y lo que nos está sucediendo en este mismo instante están más allá de nuestro control, por lo que resulta insensato irritarse por estas cosas.

William Irvine



lunes, 11 de noviembre de 2024


 

 Reconocí la felicidad por el ruido que hizo al marcharse», escribe en tono desenfadado Jacques Prévert.



 


 Un mes antes de que Mama cumpliera cincuenta y nueve años, y dos meses antes de que Jan van Hooff cumpliera los ochenta, estos dos ancianos homínidos tuvieron una emotiva reunión. Mama, consumida y moribunda, estaba entre los chimpancés más viejos del mundo en un zoo. Jan, con su pelo blanco sobresaliendo de un impermeable rojo chillón, es el profesor de biología que dirigió mi tesis doctoral hace tiempo. Ambos se conocían desde hacía más de cuarenta años. Acurrucada en posición fetal en su nido de paja, Mama ni siquiera levanta la vista cuando Jan, que se ha decidido a entrar en su jaula de noche, se aproxima a ella con unos cuantos gruñidos amistosos. Los que trabajamos con antropoides a menudo imitamos sus sonidos y gestos típicos: los gruñidos suaves son tranquilizadores. Cuando Mama finalmente se despierta, tarda un segundo en darse cuenta de lo que ocurre. Pero luego expresa una inmensa alegría al ver a Jan en persona y de cerca. Su cara cambia a una sonrisa extática, mucho más expansiva que la típica de nuestra especie. Los labios de los chimpancés son increíblemente flexibles y pueden plegarse hacia fuera, de modo que vemos no solo los dientes y las encías, sino también el interior de los labios de Mama. La mitad de la cara de Mama es una amplia sonrisa acompañada de gañidos; un sonido suave y agudo para los momentos de gran emoción. En este caso la emoción es claramente positiva, porque ella intenta alcanzar la cabeza de Jan mientras se inclina hacia delante. Acaricia su pelo, y luego rodea su cuello con uno de sus largos brazos para acercarlo más a ella. Durante este abrazo, sus dedos golpetean rítmicamente la cabeza y el cuello de él en un gesto confortador que los chimpancés emplean también para calmar a un infante que llora. Esto era típico de Mama: debió de notar la inquietud de Jan por haber invadido su dominio, y le estaba haciendo saber que no tenía de qué preocuparse. Estaba contenta de verle.

Frans de Waal

sábado, 9 de noviembre de 2024


 


 

 «Sócrates dijo: “El mal uso del lenguaje induce el mal en el alma”. No estaba hablando de gramática. Hacer un mal uso del lenguaje es utilizarlo como lo hacen los políticos y los anunciantes, con fines de lucro, sin asumir responsabilidad por el significado de las palabras. El lenguaje utilizado como medio para conseguir poder o ganar dinero sale mal: miente. El lenguaje utilizado como fin en sí mismo, para cantar un poema o contar una historia, va hacia la verdad. Un escritor es una persona a la que le importa el significado de las palabras, lo que dicen y cómo lo dicen. Los escritores saben que las palabras son su camino hacia la verdad y la libertad, y por eso las usan con cuidado, pensamiento, miedo y deleite. Usando bien las palabras fortalecen sus almas. Los narradores y poetas se pasan la vida aprendiendo esa habilidad y el arte de utilizar bien las palabras. Y sus palabras hacen que las almas de sus lectores sean más fuertes, más brillantes y más profundas.»


Ursula K. Le Guin

viernes, 8 de noviembre de 2024

 



 ¿Qué es lo peor que puede pasar?

 Toda persona reflexiva contemplará periódicamente las cosas malas que pueden suceder. La razón obvia es prevenir que acontezcan. Por ejemplo, hay quien pasará tiempo pensando en impedir que los demás entren en su casa, para evitar que ocurra. O pensará en las enfermedades que puede padecer a fin de tomar medidas preventivas.

 Sin embargo, no importa lo previsores que seamos respecto a las cosas malas, algunas nos sobrevendrán inevitablemente. Por lo tanto, Séneca apunta a una segunda razón para contemplar lo malo que pueda pasarnos. Si pensamos en ello atenuaremos su impacto cuando finalmente acontezca, a pesar de nuestros esfuerzos: «Quien se ha adelantado a su llegada hurta su poder a los males presentes». La mala fortuna golpea más duramente, dice, a quienes «solo esperan buena fortuna». Epicteto repite este consejo: deberíamos tener presente que «todo en el mundo es impermanente». Si no somos capaces de reconocerlo y vemos el mundo asumiendo que siempre podremos disfrutar de aquello que valoramos, probablemente nos encontraremos sujetos a una inquietud considerable cuando aquellas cosas nos sean arrebatadas. 

 Junto a estas razones para contemplar lo malo que nos puede suceder, hay una tercera razón, probablemente la más importante. Los seres humanos somos infelices en gran medida porque somos insaciables; después de trabajar duro para tener lo que queremos, solemos perder el interés en el objeto de nuestro deseo. En lugar de sentirnos satisfechos, nos aburrimos, y como respuesta a ese hastío formamos nuevos deseos, aún más inalcanzables.

 Los psicólogos Shane Frederick y George Loewenstein han estudiado este fenómeno y le han dado un nombre: adaptación hedónica . Para ilustrar este proceso de adaptación, remiten a los estudios sobre los ganadores de la lotería. Ganar la lotería normalmente permite a alguien vivir la vida de sus sueños. Sin embargo, resulta que tras un periodo inicial de euforia, los ganadores de la lotería acaban con un nivel de felicidad equivalente al que tenían antes del premio. Se acostumbran a su nuevo Ferrari y a su nueva casa, tal como antes estaban acostumbrados a su camioneta oxidada y a su pequeño apartamento.

William B. Irvine


 

jueves, 7 de noviembre de 2024

 Estamos siempre pendientes de nuestros sentimientos, pero la parte engañosa es que sentimientos y emociones no son lo mismo. Tendemos a confundirlos, pero los sentimientos son estados internos subjetivos que, en sentido estricto, solo conocen quienes los experimentan. Yo conozco mis propios sentimientos, pero no los vuestros, a menos que me habléis de ellos. Comunicamos nuestros sentimientos mediante el lenguaje. Las emociones, en cambio, son estados corporales y mentales —desde la ira y el miedo hasta el deseo sexual y el afecto, y también el ansia de dominio— que impulsan el comportamiento, que son inducidas por ciertos estímulos y que van acompañadas de cambios corporales. Las emociones son detectables exteriormente por expresiones faciales, cambios del color de piel, el timbre vocal, los gestos, el olor, etc. Solo cuando una persona que experimenta estos cambios adquiere conciencia de ellos podemos hablar de sentimientos, que son experiencias conscientes. Mostramos nuestras emociones, pero hablamos de nuestros sentimientos. Consideremos la reconciliación, o la reunión amistosa tras una confrontación. La reconciliación es una interacción emocional mensurable: todo lo que un observador necesita para detectarla es algo de paciencia para ver lo que ocurre entre dos antagonistas al cabo de un rato. Pero los sentimientos que acompañan a una reconciliación —arrepentimiento, perdón, alivio— solo son cognoscibles por los que los experimentan. Podemos sospechar que los otros tienen los mismos sentimientos que uno, pero no podemos asegurarlo, ni siquiera cuando se trata de miembros de nuestra propia especie. Por ejemplo, alguien puede afirmar que ha perdonado a otra Página 11 persona, pero ¿podemos confiar en esta información? Con demasiada frecuencia, a pesar de lo dicho, la afrenta en cuestión vuelve a salir a la luz a las primeras de cambio. Conocemos nuestros estados internos de manera imperfecta y a menudo nos engañamos a nosotros mismos y a los que nos rodean. Somos maestros en el arte de comunicar falsa felicidad, ausencia de miedo y amor engañoso. Por eso me gusta trabajar con criaturas no lingüísticas, que me obligan a adivinar sus sentimientos, pero al menos nunca me embaucan con lo que me dicen de ellas.

Frans De Waal 



 

 Conocer a otros es inteligencia;

    conocerse a sí mismo es verdadera sabiduría.
    Ser maestro de otros es fuerza;
    ser maestro de sí mismo es verdadero poder.
    Si comprendes que tienes suficiente,
    eres auténticamente rico.
    Si permaneces en el centro
    y abrazas la muerte de todo corazón,
    perdurarás siempre.

Lao Tse


 Facundo Cabral

miércoles, 6 de noviembre de 2024

 Ha habido un antes y un después de Conchita. Entonces, yo recuerdo que a Conchita yo iba a verla por las tardes, cuando terminaba la clase, y una vez le dije: “Tiene que perdonarme, Conchita, porque he tenido mucho que corregir y, entonces, he llegado tarde”. Y ella me miró y me dijo: “¿Tan mal enseñas que no se pueden corregir solos?”. Era una sabiduría especial, yo guardo la grandeza del maestro que te hace sentir, que te hace percibir, que te hace pensar, ¿no? Y que te envuelve, que te envuelve con lo que te da, que es para ti y que tú sabes que es para ti. Pero, fíjate, te lo da sin quitártelo. Te lo da para que tú lo pienses, te lo da para que tú lo elabores, te lo da para que tú lo conquistes. Y es por eso que lo saboreas mejor. Yo recuerdo una vez que ella me decía que tenían que verlo todos los niños. Entonces, yo: “He visto tal, he visto esto, he visto…”. Y decía: “¿Lo han visto todos?”. Y yo decía: “Hombre, todos, todos, no. Hay dos que me han faltado”. Dice: “Tienen que verlo todos”. Digo: “¿Y cómo lo hago yo si faltan dos?”. Siempre me decía: “Tienen que verlo todos”. Y recuerdo una semana antes, ¿verdad?, de que falleciera, pues hablábamos en Los Molinos juntos, y ella me decía… Yo le dije: “Lo que no entiendo, Conchita, es que tengan que verlo todos, todos”. Digo: “Porque, claro, hay tres que no vienen, cinco con hepatitis, uno con…”. Y ella me dijo: “Hombre, todos, todos, va a ser muy difícil”. Y entonces yo dije: “¡Pero si lleva mucho tiempo diciéndome que todos, todos, todos! ¿Qué pasa?”. Y me dijo: “Si yo te hubiera dicho que todos no, te hubieras conformado con que cinco no lo vieran. El próximo año te conformarías con que diez no lo vieran. Y terminarías pasando de tema cuando lo ve uno. Lucha por todos siempre. Ten un reto como profesional, entendiendo que todos son tus alumnos: los que no vienen, los que no pueden asistir, los que tuvieron hepatitis… No tanto porque lo consigues, sino porque tengas la intención de conseguirlo y de no parar de luchar hasta entender que puede haber una posible respuesta para ello”.

José Antonio Fernández Bravo



 

«Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los «tús» superpuestos que la vida
te había ceñido…

Te arranqué la corteza —entera y dura—
que se creía rama, que tenía
la forma de la fruta.

Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aun velados
de tinieblas y asombros…

Surgiste de ti mismo; 
de tu sombra fecunda — intacto y desgarrado
en alma viva…».



 

martes, 5 de noviembre de 2024

 

Leonardo da Vinci

 



 Hace muchos años tuve una paciente llamada Helen B., una periodista freelance de treinta y siete años. Durante nueve años, Helen había mantenido una relación con un colega casado llamado Robert. Cegada por su amor enfermizo, Helen era incapaz de pensar en él de forma racional. Durante todos esos años, Robert había incumplido todas las promesas que le había hecho. Le había propuesto irse juntos de vacaciones y había acabado llevándose a su esposa. Le había asegurado que dejaría a su mujer cuando su hijo menor fuera a la universidad, pero ese momento ya había pasado y Robert no había hecho nada al respecto. Tres meses después de que Helen empezara con la terapia, Robert le dijo que se había enamorado de otra y que iba a dejar a su esposa por ella. Helen ni negó ni rechazó esta información, pero parecía incapaz de comprender sus implicaciones. Ella me dijo que «veía más allá» y que sabía lo que «de verdad estaba pasando». «Mis amigos me decían “Robert nunca dejará a su esposa”, pero estaban equivocados: la va a dejar», me comentó con aire triunfal. Helen dijo que estaba «emocionada»; creía que la nueva novia de Robert sería «incapaz de manejarlo», así que al final regresaría con ella. Esa era una posibilidad, desde luego, pero Helen parecía creer que era una certeza y se negaba a admitir lo obvio: que Robert se había enamorado de otra mujer. Al igual que los paranoicos, los enfermos de amor recogen información con avidez, pero uno se da cuenta enseguida de la intención inconsciente que subyace en sus interpretaciones: cada nuevo hecho confirma su delirio. Durante el primer año de terapia, me encontré con que no podía ayudar a Helen a cambiar su forma de pensar. Me recordaba a esas teorías de la conspiración que sostienen que Felipe de Edimburgo ordenó asesinar a la princesa Diana, o que la CIA planeó los ataques del 11 de septiembre: ningún argumento podía hacer mella en su convicción. Cuando trataba de hacerle ver que nada de lo que Robert hacía parecía alterar sus sentimientos hacia él, se enfadaba: «¿Acaso el amor verdadero no es precisamente eso?»

Stephen Grosz


 

lunes, 4 de noviembre de 2024

 Mientras el sabio aspira a la felicidad en este mundo, el santo anhela la felicidad en el más allá, cerca de su Creador. Los últimos días de Jesús son un buen ejemplo de ello: porque aspira, como cualquier ser humano, a la felicidad, no desea en modo alguno ser apresado por la guardia de los sumos sacerdotes para ser entregado a Poncio Pilatos y condenado a muerte. De ahí, esa escena angustiosa y conmovedora en el Monte de los Olivos descrita por el evangelista Mateo: «Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces le dijo: “Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”».4 A pesar de su angustia, Jesús acepta entregar su vida libremente, pues quiere seguir siendo fiel a la voz de la verdad que lo guía (la de quien él nombra como su «Padre»), en lugar de salir huyendo, como le sugieren sus discípulos. Sacrifica su felicidad terrestre por fidelidad a la verdad y a un mensaje de amor incompatible con el legalismo religioso, que sitúa la rigidez de la Ley por encima de todo. El final de Sócrates es bastante similar al de Jesús. Él también se niega a huir, e ingiere la cicuta, un veneno letal, obedeciendo a los jueces que lo han condenado a la pena de muerte. Sentencia inicua donde las haya, pero Sócrates no quiere desobedecer las leyes de la polis, pues considera que todo ciudadano debe someterse a ellas. En nombre de sus propios valores, renuncia a la felicidad y a la vida. Sócrates, que en ciertos aspectos parece más un santo que un sabio, en realidad, desconfía de la palabra «felicidad». Prefiere hablar, según Platón, de búsqueda de una vida «buena», basada en unos valores como el bien, lo bello, lo justo, en lugar de buscar una vida «feliz» que pueda ir en contra de la justicia: ¿acaso el tirano, el egoísta, el cobarde no buscan también la felicidad? Aunque Jesús o Sócrates sacrifican su vida en nombre de una verdad o de unos valores más elevados que la felicidad terrestre, creen en la felicidad suprema y aspiran a ella tras la muerte. Jesús estaba convencido de que resucitaría para vivir en el más allá una felicidad eterna junto a Dios. El Apocalipsis, último libro de la Biblia cristiana, describe así la «Jerusalén celeste», metáfora de la vida eterna: «He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres […] y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado».5 Sócrates también estaba convencido de que para los hombres justos existía en el más allá un lugar de felicidad al que aspiraba.6 El anhelo de ambos fue en definitiva el de una felicidad diferida.

Frederic Lenoir



 

 Viendo silenciosos vuestras pobres vidas inquietas, mirando en silencio girar los planetas, gozamos del gélido invierno espacial. Al dragón celeste nos une amistad perdurable; es nuestra existencia serena, inmutable, nuestra eterna risa, serena y astral.

Hermann Hesse

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