martes, 28 de febrero de 2023
Emil Cioran
Ludwig Wittgenstein
Ludwig Wittgenstein fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. Afirmarlo no es una exageración. Pero, además, fue un individuo singular, con una personalidad fascinante. Nació en Viena en 1889 en el seno de una gran familia austríaca de gran fortuna y abolengo de origen judío, siendo el menor de ocho hermanos. Su padre era un importante industrial siderúrgico y protector de la cultura. El joven Ludwig fue educado por profesores privados hasta los catorce años. Luego cursó estudios en la Escuela Real de Linz y en la Escuela Técnica Superior de Berlín. Su formación como ingeniero lo llevó a inscribirse en la Universidad de Manchester y a diseñar un exitoso motor para aviones. Pronto sus intereses se desplazaron hacia las matemáticas puras y el problema de su fundamentación. El lógico alemán Gottlob Frege, internacionalmente famoso por ese entonces, le aconsejó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge. Aunque Wittgenstein no llegó nunca a leer y a estudiar filosofía en el sentido estricto, académico, del término, empezó a hacer aproximaciones al pensamiento filosófico.
Cierto día abordó al pensador gales a la salida de una clase donde había asistido como oyente, y le dijo: «Profesor Russell, quiero que usted me diga si soy un idiota o no». Russell le preguntó la razón de una petición tan curiosa y Wittgenstein le contestó: «Porque si soy un idiota voy a seguir haciendo lo que hago, que es dedicarme a la ingeniería aeronáutica; y si no lo soy, deseo dedicarme a la filosofía». Prudentemente, Russell le repuso: «Verá, en verdad no sé si es usted un idiota o no. Tráigame algo que haya escrito para que yo pueda leerlo y hacerme así, quizá, una idea respecto de su inteligencia». Días después, Wittgenstein volvió a abordarlo, esta vez para entregarle un escrito. Russell lo leyó y, al día siguiente, al encontrarse con Wittgenstein le dijo: «Usted no debe dedicarse a la ingeniería aeronáutica».
En 1913 murió el padre de Wittgenstein, y éste se trasladó a Noruega. Construyó una cabaña en un solitario fiordo y vivió en un profundo aislamiento. Durante un año aproximadamente trabajó intensamente en diversos problemas de lógica y mantuvo correspondencia con Russell.
Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, se alistó como voluntario en la artillería austríaca. Durante los cuatro años que estuvo en el frente llevó en su mochila algunos cuadernos en los que anotaba sus pensamientos filosóficos. En 1918 cayó prisionero del ejército italiano. En el campo de prisioneros de Montecassino, Wittgenstein dispuso de tiempo libre para revisar y reordenar sus apuntes. Desde su prisión, gracias a John Maynard Keynes, condiscípulo suyo de Cambridge, logró hacerle llegar una copia a Russell. El manuscrito se titulaba Tractatus logico-philosophicus.
Una personalidad atractiva
Wittgenstein era un hombre extraño, callado, melancólico, de extraordinaria belleza física, cuya condición homosexual nunca logró asumir de manera explícita. Quienes lo conocieron aseguraron que tenía un influjo e influencia extraordinarios en todo aquel que lo trataba de forma personal.
Después de la guerra, fue liberado de su cautiverio en 1919. En Viena renunció a su parte de la herencia paterna en favor de sus hermanos. Se encontró con Russell y discutió con él su trabajo línea por línea. Ciertas diferencias entre las perspectivas de uno y otro se hicieron cada vez más evidentes. El Tractatus logico-philosophicus fue publicado en alemán en 1921.
El lenguaje genera un mundo para cada individuo
El mérito de Wittgenstein es que puso el tema del lenguaje en el centro de la atención del pensamiento contemporáneo. Los lenguajes que nosotros manejamos de una manera espontánea y reflexiva dan lugar a todo tipo de trampas, equívocos y paradojas. Hay una posibilidad de hacer un lenguaje que realmente sea una verdadera descripción del mundo tal cual es, purificado de alguna forma de todas las ambigüedades que lo constituyen habitualmente. El Tractatus es un esfuerzo por concretar una teoría del lenguaje, y a través de él una teoría del mundo. Cada uno tenemos un mundo que nos viene dado a través del lenguaje. Las proposiciones del lenguaje representan de alguna forma, el mundo que existe, incluso pictóricamente.
El Tractatus está escrito en pequeños parágrafos numerados que dan la impresión de ser un manual técnico de un aparato o algo por el estilo. Ese aparato, efectivamente, tiene que ver con el lenguaje y también con frases que tienden, de vez en cuando, a lo críptico y rozan lo místico. Todo el pensamiento —dice Wittgenstein—, todo lo que se expone en ese pequeño libro, cabe al final en una proposición: «De lo que no se puede hablar, mejor es callar». Es como una escalera por la cual subimos y una vez que hemos llegado a donde queríamos —a comprender lo que queríamos— la olvidamos porque lo que cuenta es haber llegado a ese estadio de mayor lucidez. Ese pequeño Tractatus fue presentado como una especie de tesis doctoral, apadrinada por el propio Russell, que le escribió un prólogo, y por George Moore. Hubo un debate de lo más animado porque Wittgenstein no era precisamente muy respetuoso con sus mayores y discutía con ellos, dejando de lado sus antecedentes y prestigio. Y al final, cuando Russell y Moore le otorgaron el reconocimiento académico que había buscado, él salió pasando el brazo confiadamente por encima de cada uno de ellos diciéndoles: «Ustedes nunca entenderán nada».
En 1922 Russell le animó a publicar en Inglaterra su texto con una introducción para facilitar la edición del libro. Wittgenstein no aprobaba la introducción de Russell, convencido de que mostraba incomprensión de aspectos centrales de su trabajo, y ambos se distanciaron definitivamente.
El Tractatus
El Tractatus gira alrededor de siete tesis. La primera afirma que el mundo es todo lo que sucede. La segunda introduce la noción de hecho atómico y lo define como combinación de entidades. De tal modo, una cosa cualquiera sólo puede ser pensada a partir de los hechos atómicos en que puede entrar. Podemos pensar una silla, por ejemplo, sólo a partir de los hechos en que ella puede aparecer, como el que alguien se siente en ella, o se pare en ella, o que se la ponga junto a una mesa, o cerca de una puerta, etcétera. Así, no podemos pensar ningún objeto fuera de la posibilidad de su conexión con otros. La tercera tesis define el pensamiento como figura lógica de los hechos. Señala, en consecuencia, que lo que es pensable es también posible. La cuarta tesis enfatiza la relación entre pensamiento y lenguaje. Señala que la mayoría de las cuestiones filosóficas no son falsas, sino que simplemente carecen de sentido. Para demostrar esta afirmación, Wittgenstein introduce una serie de precisiones respecto del simbolismo lógico. Es aquí donde el famoso proyecto de Russell de presentar un edificio deductivo de la lógica y la matemática es radicalmente criticado. Y es en el curso de tal crítica que Wittgenstein despliega su original concepción del simbolismo y de la lógica misma. Una de las aportaciones más celebradas para el ámbito del simbolismo lógico es su propuesta de las tablas de verdad. En la quinta tesis se introduce la noción de proposición elemental, y en la sexta se analiza la forma general de las funciones de verdad y de las proposiciones. Es a la luz de estos desarrollos que el Tractatus expone su afirmación más polémica: «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo». Esto significa, en primer lugar, que los límites del mundo son también los límites de la lógica. Nada podría ser ilógico, porque si lo fuera no pertenecería al mundo. En segundo lugar, que el mundo es mi mundo; de modo tal que yo soy mi mundo. Y, en tercer lugar, que el lenguaje es comprendido como esencialmente privado. Contra ello reaccionaría el propio Wittgenstein en su obra posterior.
Finalmente, la última tesis del Tractatus, «De lo que no se puede hablar, mejor es callarse», es quizá la más famosa. Fue entendida como una crítica al discurso metafísico, pero también podía interpretarse como un llamamiento a cierto tipo de silencio místico y a una renovada humildad del discurso humano. El propio Wittgenstein declaró en el Prólogo que lo más importante de su obra no era lo que decía, sino precisamente lo que callaba.
Un adiós a la filosofía
Entre 1920 y 1925, Wittgenstein abandonó la filosofía y trabajó como maestro en varias aldeas austríacas. En 1926 ingresó como jardinero en un monasterio cerca de Viena. También se dedicó a diseñar y construir una casa para una de sus hermanas, tarea que lo ocupó durante dos años. En 1927 conoció al filósofo Moritz Schlick y, a través de él, a Rudolf Carnap y a FriedrichWaissmann. Se reunió periódicamente con ellos y comenzó nuevamente a discutir problemas filosóficos. En estas discusiones, Wittgenstein sintió una creciente insatisfacción con las doctrinas del Tractatus que tanto maravillaban a sus amigos y decidió que su trabajo no estaba terminado.
En 1929 regresó a Cambridge y obtuvo el doctorado en filosofía. Dio una importante disertación conocida como Conferencia sobre ética y comenzó a dictar clases reducidas, que pronto se hicieron famosas. Enseguida empezó a circular el rumor de que estaba desarrollando una filosofía radicalmente distinta de la del Tractatus. No eran rumores vanos. En poco tiempo, Wittgenstein dio a conocer una filosofía completamente diferente. Dejó de lado la búsqueda de un lenguaje puro que estuviese al margen de la turbulencia de los lenguajes reales. Su idea central fue que no hay una esencia pura del lenguaje —porque no hay una función básica del lenguaje de la cual todas las otras serían derivadas o dependientes—, lo que hay son diferentes juegos de lenguaje mediante los cuales interactuamos, y las palabras tienen sentido sólo respecto de su uso. Por lo tanto, preguntar por un juego de lenguaje es, en el fondo, preguntar por una forma de vida, de interacción, de convivencia.
En 1937, cuando Alemania se anexionó Austria, Wittgenstein adoptó la ciudadanía británica. Los apuntes de sus clases comenzaron a circular por círculos cada vez más amplios. Durante toda la Segunda Guerra Mundial colaboró como enfermero en Londres y en Newcastle. En 1947 renunció a su cátedra en Cambridge y se estableció en Irlanda, donde falleció víctima de un cáncer cuatro años después.
Una vida maravillosa
Wittgenstein tenía un grupo de adoradores que le seguían verdaderamente como si fuera, no un filósofo, sino un gurú, un personaje místico. Cuando se anunció que iban a salir editadas las Investigaciones filosóficas —que no es un libro precisamente divertido ni sencillo— en todas las grandes librerías, en especial en Cambridge, sus adictos formaron colas interminables desde la madrugada, porque nadie quería quedarse sin la obra de este pensador singular. Su influencia en un primer momento fue absoluta en toda la filosofía anglosajona, mientras que en la Europa continental fue visto con bastante distanciamiento, con rechazo, e ignorado en buena medida. Cuando murió relativamente joven, a los sesenta y dos años de edad, le pidió al médico que lo estaba atendiendo que le transmitiera a sus amigos: «Dígales que he tenido una vida maravillosa». No tenemos por qué no creerle.
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José Saramago
En la isla a veces habitada de lo que somos,
lunes, 27 de febrero de 2023
Gloria Fuertes
Nací para poeta o para muerto,
Erich Fromm
En contraste con la unión simbiótica, el amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos. Si decimos que el amor es una actividad, nos vemos frente a una dificultad que reside en el significado ambiguo de la palabra «actividad». En el sentido moderno del término, «actividad» denota una acción que, mediante un gasto de energía, produce un cambio en la situación existente. Así, un hombre es activo si atiende su negocio, estudia medicina, trabaja en una cadena sinfín, construye una mesa, o se dedica a los deportes. Todas esas actividades tienen en común el estar dirigidas hacia una meta exterior. Lo que no se tiene en cuenta es la motivación de la actividad. Consideremos, por ejemplo, el caso del hombre al que una profunda sensación de inseguridad y soledad impulsa a trabajar incesantemente; o del otro movido por la ambición, o el ansia de riqueza. En todos esos casos, la persona es esclava de una pasión, y, en realidad, su actividad es una «pasividad», puesto que está impulsado; es el que sufre la acción, no el que la realiza. Por otra parte, se considera «pasivo» a un hombre que está sentado, inmóvil y contemplativo, sin otra finalidad o propósito que experimentarse a sí mismo y su unicidad con el mundo, porque no «hace» nada. En realidad, esa actitud de concentrada meditación es la actividad más elevada, una actividad del alma, y sólo es posible bajo la condición de libertad e independencia interiores. Uno de los conceptos de actividad, el moderno, se refiere al uso de energía para el logro de fines exteriores; el otro, al uso de los poderes inherentes del hombre, se produzcan o no cambios externos. Spinoza formuló con suma claridad el segundo concepto de actividad, distinguiendo entre afectos activos y pasivos, entre «acciones» y «pasiones». En el ejercicio de un afecto activo, el hombre es libre, es el amo de su afecto; en el afecto pasivo, el hombre se ve impulsado, es objeto de motivaciones de las que no se percata. Spinoza llega de tal modo a afirmar que la virtud y el poder son una y la misma cosa. La envidia, los celos, la ambición, todo tipo de avidez, son pasiones; el amor es una acción, la práctica de un poder humano, que sólo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una compulsión.
Eckhart Tolle
No creaste tu cuerpo, ni eres capaz de controlar sus funciones. Una inteligencia mayor que la mente humana está trabajando. Es esta inteligencia la que mantiene todo en la naturaleza. Puedes acercarte a esta inteligencia percibiendo tu propia energía interna, sintiendo la presencia de vida dentro de tu cuerpo.
domingo, 26 de febrero de 2023
J o h n A s h b e r y
Las estaciones del año ya no son lo que eran, ésa es la naturaleza de las cosas.- ser vistas sólo una vez, mientras suceden...
Gary Cox
A pesar de que la vida, en definitiva, es absurda y sin sentido —y aquel que no lo vea vive en un cuento de hadas—, aún es posible darle cierto sentido y valor, afrontando cada desafío con valentía y dignidad y aspirando a alcanzar objetivos realistas. Fijar objetivos no realistas es intentar vivir en un cuento de hadas y anhelar cosas imposibles, como la felicidad completa y la plenitud total. Los existencialistas defienden que, si quieres ser feliz o, al menos, aumentar tu felicidad, debes dejar de luchar por la felicidad completa, ya que ese camino conduce irremediablemente a la frustración y a la decepción.
sábado, 25 de febrero de 2023
Platón
“Podemos perdonar fácilmente a un niño que teme a la oscuridad; pero la real tragedia de la vida es cuando los adultos le temen a la luz”.
Jorge Luis Borges
¿Con qué te puedo retener?
LUDWIG WITTGENSTEIN
«Tenemos la sensación de que incluso en el caso de que se llegaran a responder todas las preguntas científicas posibles , los problemas de la vida seguirían totalmente intactos».
viernes, 24 de febrero de 2023
Sixto Rodriguez
Cristina Peri Rossi
lo breve infinito
Alvaro Neil
jueves, 23 de febrero de 2023
Bertrand Russell
El moralista tradicional, por ejemplo, dirá que
el amor no debe ser egoísta. En cierto sentido, tiene razón; es
decir, no debe ser egoísta más allá de cierto punto, pero no
cabe duda de que debe ser de tal condición que su éxito su-
ponga la felicidad del que ama. Si un hombre le propusiera a
una mujer casarse con él explicando que es porque desea ar-
dientemente la felicidad de ella y porque, además, la relación
le proporcionaría a él grandes oportunidades de practicar la
abnegación, no creo yo que la mujer se sintiera muy halaga-
da. No cabe duda de que debemos desear la felicidad de aqué-
llos a quienes amamos, pero no como alternativa a la nuestra.
De hecho, toda la antítesis entre uno mismo y el resto del
mundo implícita en la doctrina de la abnegación, desaparece
en cuanto sentimos auténtico interés por personas o cosas
distintas de nosotros mismos. Por medio de estos intereses,
uno se llega a sentir parte del río de la vida, no una entidad
dura y aparte, como una bola de billar que no mantiene con
sus semejantes ninguna relación aparte de la colisión. Toda
infelicidad se basa en algún tipo de desintegración o falta de
integración; hay desintegración en el yo cuando falla la coor-
dinación entre la mente consciente y la subconsciente; hay
falta de integración entre el yo y la sociedad cuando los dos
no están unidos por la fuerza de intereses y afectos objetivos.
El hombre feliz es el que no sufre ninguno de estos dos fallos
de unidad, aquél cuya personalidad no está escindida contra sí
misma ni enfrentada al mundo. Un hombre así se siente ciu-
dadano del mundo y goza libremente del espectáculo que le
ofrece y de las alegrías que le brinda, sin miedo a la idea de la
muerte porque en realidad no se siente separado de los que
vendrán detrás de él. En esta unión profunda e instintiva con
la corriente de la vida es donde se encuentra la mayor dicha.
Ilaria Gaspari
Diógenes Laercio, por ejemplo, dice que Pitágoras desayunaba pan y miel, y para cenar no comía más que verduras crudas. Y que, además, tenía la costumbre de interpelar a los pescadores que regresaban por la noche con los barcos cargados para que lanzaran otra vez al mar todos los peces que habían pescado.
Ovidio cuenta que solía dirigir al que comía carne arengas bastante convincentes, y parece que no se andaba con chiquitas. Decía a los carnívoros, sin circunloquios, que sus cuerpos glotones eran contra natura, que engullían vísceras ajenas en sus propias vísceras, que sus dientes eran colmillos crueles y que ponían de nuevo en boga las costumbres de los Cíclopes, cuando en realidad la tierra ofrecía muchas exquisiteces para permitirse grandes banquetes sin masacres.
Samael Aun Weor
miércoles, 22 de febrero de 2023
John N. Gray
Tal como la caracterizan sus fundamentalistas, la ciencia es la suprema expresión de la razón. Ellos nos dicen que si hoy gobierna nuestras vidas ha sido gracias a una larga batalla en la que contó con la oposición incesante de la Iglesia, el Estado y toda clase de creencias irracionales. Surgida de la lucha contra la superstición, la ciencia — según nos dicen— se ha convertido en la indagación racional personificada. Ese cuento de hadas oculta una historia más interesante. Los orígenes de la ciencia no radican en la indagación racional, sino en la fe, la magiay el engaño. La ciencia moderna triunfó sobre sus adversarios, pero no por su racionalidad superior, sino porque sus fundadores (allá por el final de la Edad Media y el inicio de la Moderna) se mostraron más hábiles que los demás en el empleo de la retórica y de las artes de la política. Galileo no ganó su campaña en defensa de la astronomía copernicana porque se ajustara a los preceptos del «método científico». Según Feyerabend, se impuso por su capacidad de persuasión y porque escribía en italiano. Escribiendo en italiano y no en latín, Galileo fue capaz de identificar la resistencia a la astronomía copernicana con la desacreditada escolástica de su tiempo y, como consecuencia, conseguir el respaldo de quienes se opo31 nían a las tradiciones de aprendizaje más antiguas: «Copérnico pasa a representar entonces el progreso también en otras áreas; es un símbolo de los ideales de una nueva clase que mira atrás, hacia la época clásica de Platón y Cicerón, y adelante, hacia una sociedad libre y pluralista». Galileo no venció porque contara con los mejores argumentos, sino porque fue capaz de representar la nueva astronomía como parte del advenimiento de una nueva tendencia en la sociedad. Su éxito ilustra una verdad crucial: las reglas metodológicas limitan la práctica de la ciencia y lentifican el crecimiento del saber (cuando no lo frenan por completo): La diferencia entre ciencia y metodología, tan obvia a lo largo de la historia, [...] es un indicio de la debilidad de esta última y quizá también de las «leyes de la razón». [...] Sin caos, no hay conocimiento. Si no se desestima la razón con frecuencia, no hay progreso. Las ideas que hoy en día conforman la base misma de la ciencia existen porque existieron previamente ideas tales como el prejuicio, el engreimiento o la pasión, y porque eran ideas que se oponían a la razón y a las que se dio rienda suelta. De acuerdo con el filósofo de la ciencia más influyente del siglo xx, Karl Popper, una teoría es científica únicamente en la medida en que es falsable y debe ser abandonada tan pronto como quede falsada. Según este criterio, las teorías de Darwin y de Einstein no deberían haber sido nunca aceptadas. Cuando fueron postuladas por primera vez, cada una de ellas presentaba discordancias con parte de la evidencia disponible; no fue hasta más tarde cuando se presentó una nueva evidencia que les sirvió de apoyo crucial. La aplicación de la concepción popperiana del método científico habría liquidado esas teorías en el momento mismo de su nacimiento. Los grandes científicos nunca han estado limitados por las que en la actualidad se consideran las reglas del método científico. Tampoco las filosofías de los fundadores de la ciencia moderna — mágicas y metafísicas, místicas y ocultas— tienen mucho en común con lo que hoy se considera la cosmovisión científica. Galileo se tenía a sí mismo por un defensor de la teología y no por un enemigo de la Iglesia. Las teorías de Newton sentaron las bases de una filosofía mecanicista, pero en su propia mente sus teorías eran inseparables de una concepción religiosa del mundo, entendido como un orden de creación divina. Newton explicaba los casos aparentemente anómalos diciendo que se trataban de vestigios de Dios. Para Tycho Brahe, se trataba de milagros. Johannes Kepler describió las anomalías en la astronomía como reacciones del «alma telúrica». Como señala Feyerabend, las creencias consideradas hoy en día como pertenecientes a la religión, el mito o la magia ocuparon un lugar central en las cosmovisiones de las personas que dieron origen a la ciencia moderna. Tal y como la describen los filósofos, la ciencia es una actividad racional por excelencia. Pero la historia de la ciencia evidencia que los científicos han desobedecido muchas veces las reglas del método científico. El progreso de la ciencia (y no sólo sus orígenes) es un resultado de ese actuar contra la razón.
Taibo II
Siqueiros cuenta: «Tan grave fue la situación que los pintores tuvimos que defendernos a balazos de los disparos que con frecuencia lanzaban los estudiantes, sin duda alguna más contra nuestras obras que contra nosotros mismos […] Hacían funcionar la fonética mediante un incesante golpear contra las bardas de madera que habíamos nosotros colocado para proteger nuestros trabajos en desarrollo […] El choque más grave con los estudiantes se produjo de la manera siguiente: empezaron los alumnos de la preparatoria provocando a quien ya desde entonces era más susceptible a la provocación, o sea a mí; y su provocación consistió en el uso de cerbatanas para lanzar en contra de la pintura […] una ininterrumpida sucesión de plastas de papel masticado. Y después, ante mis respuestas de puntería familiar muy directa, alguno de ellos llevó una pistola de pequeño calibre […] a lo cual yo contesté haciendo un ruido horrible con mi cuarenta y cuatro. Entonces ellos, en formación cerrada, pretendían arrebatar la justiciera arma ofensiva. Felizmente las detonaciones de mi casi arcabuz llegaron hasta el primer patio y de esa manera todos los fl amantes muralistas acudieron rápidamente en mi auxilio. Juntos todos nosotros y con nuestros ayudantes, hacíamos un número muy próximo al de treinta [...] Hasta ese momento tanto nuestros disparos como los de los estudiantes tenían una finalidad más psicológica que real, pero las cosas empezaban a tomar un sesgo en extremo peligroso. Una bala de las nuestras, al rebotar, le pegó en la cara a uno de los estudiantes, con lo cual la mayor parte de ellos creyó que había recibido un disparo directo y empezaron a tratar de atinarnos en lo que nos veían de las cabezas. El escándalo crecía cada vez más en sus proporciones, haciéndolo llegar hasta el edificio que había ocupado antes la escuela de leyes, entonces ocupada por un batallón de indios yaquis. Creo que alguno de los nuestros […] fue hasta aquel lugar para explicarles a los soldados la finalidad de nuestra pintura “estrechamente ligada a la revolución” y por tanto a ellos que eran los artífices de la misma. Los soldados yaquis comprendieron perfectamente las palabras de nuestro agitador furtivo y llegaron para imponer el orden con toda energía. Después se quedaron viendo lo que habían defendido y me parece que no estuvieron muy seguros de haber procedido adecuadamente».
Albert Camus
Camus invita a rebelarse contra el absurdo.
martes, 21 de febrero de 2023
Rudyard Kipling
Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden y te echan la culpa; si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti, pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera, o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras, o siendo odiado no dar cabida al odio, y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría…
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen; si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo; si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre)y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar el escuchar la verdad que has dicho: tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios,o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas…
Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, y perder, y comenzar de nuevo por el principio y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza, excepto La Voluntad que les dice «¡Continuad!»
Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte, si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
Alfonsina Storni
Quisiera esta tarde divina de octubre
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