miércoles, 8 de noviembre de 2023

Elena Garro

 


Félix movió la cabeza, y su mujer y sus hijos guardaron silencio. Cuando pensaba en el porvenir una avalancha de días apretujados los unos contra los otros se le venía encima y se venía encima de su casa y de sus hijos. Para él los días no contaban de la misma manera que contaban para los demás. Nunca se decía: «el lunes haré tal cosa» porque entre ese lunes y el, había una multitud de recuerdos no vividos que lo separaba de la necesidad de hacer «tal cosa ese lunes». Luchaba entre varias memorias y la memoria de lo sucedido era la única irreal para él, De niño pasaba largas horas recordando lo que no había visto ni oído nunca. Lo sorprendía mucho más la presencia de una buganvilia en el patio de su casa que el oír que existían unos países cubiertos por la nieve. El recordaba la nieve como una forma del silencio. Sentado al pie de la buganvilia se sentía poseído por un misterio blanco, tan cierto para sus ojos oscuros como el cielo de su casa. —¿En qué piensa, Martín? —le preguntó su madre, sorprendida ante su actitud concentrada. —Me acuerdo de la nieve —contestó el desde la memoria de sus cinco años. A medida que creció, su memoria reflejó sombras y colores del pasado no vivido que se confundieron con imágenes y actos del futuro, y Martín Moncada vivió siempre entre esas dos luces que en él se volvieron una sola.

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