martes, 17 de febrero de 2015

Julio Cortázar


Hace cierto tiempo me sucedió una cosa, de las
que me han sucedido toda la vida y que para mí
es un hecho fantástico aunque cualquier teórico
diría que no fue más que el cumplimiento de una
pura casualidad, palabrita sospechosa.
Yo conocía a una mujer con quien no tenía ningu¬
na relación pero hubiera querido tenerla. Y ella
también conmigo. Estábamos muy separados
geográficamente, y había habido un largo silencio
epistolar por razones que podían explicarse por
ambas partes. En un momento dado, un día lunes
me llega una carta de esta mujer, aquí a esta casa.
Me dice que está en París y que ojalá pueda verme.
Yo estoy en la antevíspera de la partida de un via¬
je de tres meses y de ninguna manera quiero que
ese encuentro sea el típico rendez vous en un ho¬
tel para después separarse. Por eso le contesto la
carta diciéndole que no nos veremos, que cuando
vuelva del viaje podremos encontrarnos. Sé que
voy a hacerla sufrir porque ella hubiera preferido
un encuentro episódico aunque yo no, porque veo
las cosas de otra manera. Mandé la carta a las cua¬
tro de la tarde y ella tenía que recibirla al otro día.
Esa noche yo tenía una cita con un amigo en un
teatro por el lado del Marais, y caminé mucho va¬
gando por la ciudad porque no quería llegar tem¬
prano. En una esquina determinada me crucé con
una mujer, era una esquina bastante sombría del
Quartier Latin. No sé por qué nos volvimos, nos
miramos, y era ella.
París tiene unos nueve millones de habitantes, esa
mujer había mandado su carta sin saber si yo esta¬
ba aquí; si la recibiría o no, mi carta de respuesta
debía llegarle al otro día; el domicilio de ella que¬
daba muy lejos del mío.
Matemáticamente analizado, yo creo que esto no
se puede defender con las leyes aristotélicas. Hay
una serie de cosas, de combinaciones que nos lle¬
varon a los dos a caminar en esa dirección y a
cruzarnos precisamente en ese punto. Que, para
mayores datos, era una esquina donde sucede un
episodio muy importante de una novela mía. O
sea, que incluso el lugar de ese encuentro increí¬
ble formaba parte de una constelación que escapa
a toda racionalidad.

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