La gran ironía fue que la deformación que había experimentado la Iglesia católica y había llevado a tantos creyentes a distanciarse de la fe de sus ancestros siguió prosperando. Destacados miembros del clero católico continuaron llevando la misma vida de lujo, derroche y disolución. Los obispos siguieron desatendiendo las necesidades de sus diócesis y en el Vaticano no dejó de imperar el nepotismo. Los pontífices de la época se negaron a ver estos problemas y emprendieron una virulenta represión de toda disensión. Se necesitó todo un bosque para proporcionar papel a las distintas bulas que se dedicaron a condenar los distintos aspectos del protestantismo.[2099] Como anota William Manchester: «Una comisión de seis cardenales se encargaba de suprimir con rigor toda desviación de la fe católica, y se sometió a los intelectuales a un cuidadoso escrutinio… El arzobispo de Toledo fue condenado a pasar diecisiete años en un calabozo por haber manifestado abiertamente su admiración por Erasmo». En Francia, la simple posesión de literatura protestante se consideraba una felonía, y la divulgación de ideas heréticas conducía a la hoguera. Denunciar herejes podía ser una actividad muy lucrativa, ya que los informantes recibían una tercera parte del patrimonio de los condenados. Al tribunal se lo conocía como la chambre ardente.
Peter Watson
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