lunes, 21 de abril de 2025

 La inquisicion y el índice fueron respuestas básicamente negativas por parte de la Iglesia católica. Esta actitud quedó ejemplificada en Pablo III, la persona que había concibido estos dos pavorosos instrumentos. En España, y durante mucho tiempo, el simple hecho de poseer un libro incluido en el Índice se castigaba con la muerte.[2111] (La lista continuó actualizándose hasta 1959, y fue abolida finalmente por el papa Pablo VI en 1966). Pablo IV fue igual de intransigente. Había sido el primer Inquisidor General y, tras haberse convertido en pontífice, fue quien ordenó que se colocaran hojas de parra a los desnudos de la famosa colección de estatuas antiguas del Vaticano y quien contrató a Daniele da Volterra, el pintor al que se encargó cubrir las «más flagrantes muestras de desnudez» del Juicio Final de Miguel Ángel.[2112] Pío V siguió su ejemplo. Como anota Bamber Gascoigne: «A Calvino se le conocía como el papa de Ginebra, pero Pío ciertamente demostró ser el Calvino de Roma». Otro antiguo Gran Inquisidor se propuso convertir el adulterio en crimen capital y realizó grandes esfuerzos para erradicar a las prostitutas de la ciudad, pero fracasó en ambos intentos. Con todo, acaso comprendió que las medidas negativas no eran suficientes y fue en gran parte el responsable de que se implementaran las decisiones del Concilio de Trento, que se había reunido de manera intermitente de 1545 a 1560.

Peter Watson 

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