La ira es otra emoción negativa que puede destruir nuestra serenidad si dejamos que se instale en nuestro interior . De hecho, podemos pensar en la ira como en la antialegría. Por lo tanto, los estoicos idearon estrategias para minimizar el nivel de ira que experimentamos.
La principal fuente estoica de consejos para prevenir y abordar la ira es el ensayo de Séneca De la ira . La ira, dice Séneca , es una «locura provisional» y el daño que produce es enorme: «Ninguna epidemia le ha costado más a la raza humana». Debido a la ira, dice, vemos a nuestro alrededor a personas asesinadas, envenenadas y demandadas; vemos ciudades y naciones arruinadas. Y aparte de destruir ciudades y naciones, la ira puede arrasarnos individualmente. Después de todo, vivimos en un mundo en el que hay mucho por lo que enfadarnos, lo que quiere decir que a menos que aprendamos a controlar nuestra ira, estaremos perpetuamente enfadados. Y estar enfadados, concluye Séneca , es perder un tiempo precioso. [1]
Algunos sostienen que la ira tiene su utilidad. Señalan que cuando nos enfadamos, estamos motivados. Séneca rechaza esta afirmación. Es cierto, postula, que a veces la gente se beneficia de su ira, pero de ello rara vez se deduce que debamos acoger la ira en nuestras vidas. Después de todo, hemos de tener en cuenta que a veces a la gente le beneficia sufrir un naufragio y, sin embargo, ¿quién en su sano juicio daría pasos para aumentar sus posibilidades de naufragar? Lo que preocupa a Séneca respecto al empleo de la ira como herramienta motivacional es que una vez activada seremos incapaces de desactivarla, y que cualquier bien que nos aporte inicialmente será (de media) ampliamente superado por el perjuicio subsiguiente. «La razón — advierte — nunca recurrirá a la ayuda de impulsos desenfrenados sobre los que no tiene autoridad.» [2]
¿Está diciendo Séneca que alguien que ve cómo asesinan a su padre y violan a su madre no debería enfadarse? ¿Que debería permanecer impertérrito y no hacer nada? En absoluto. Debería castigar al agresor y proteger a sus padres, pero mientras lo hace ha de permanecer lo más sereno posible. De hecho, probablemente hará un mejor trabajo a la hora de castigar y proteger si puede evitar enfadarse. En líneas generales, cuando alguien nos agravia, ha de ser corregido «por la admonición y por la fuerza, con suavidad y también rudamente». Sin embargo, esta corrección ha de hacerse sin ira. Castigamos a la gente no en retribución a lo que ha hecho, sino por su propio bien, para disuadirla de volver a hacer lo que ya hizo. En otras palabras, el castigo debería ser «una expresión no de la ira, sino de la cautela ».
William Irvine
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