Nunca como en aquellos días me sentí tan integrado a aquella ciudad y a la media docena de amigos que empezaban a ser conocidos en los medios periodísticos e intelectuales del país como el grupo de Barranquilla. Eran escritores y artistas jóvenes que ejercían un cierto liderazgo en la vida cultural de la ciudad, de la mano del maestro catalán don Ramón Vinyes, dramaturgo y librero legendario, consagrado en la Enciclopedia Espasa desde 1924.
Los había conocido en septiembre del año anterior cuando fui desde Cartagena -donde vivía entonces- por recomendación urgente de Clemente Manuel Zabala. jefe de redacción del diario El Universal , donde escribía mis primeras notas editoriales. Pasamos una noche hablando de todo y quedamos en una comunicación tan entusiasta y constante, de intercambio de libros y guiños literarios, que terminé trabajando con ellos. Tres del grupo original se distinguían por su independencia y el poder de sus vocaciones: Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor y Alvaro Cepeda Samudio. Teníamos tantas cosas en común que se decía de mala leche que éramos hijos de un mismo padre, pero estábamos señalados y nos querían poco en ciertos medios por nuestra independencia, nuestras vocaciones irresistibles, una determinación creativa que se abría paso a codazos y una timidez que cada uno resolvía a su manera y no siempre con fortuna.
Alfonso Fuenmayor era un excelente escritor y periodista de veintiocho años que mantuvo por largo tiempo en El Heraldo una columna de actualidad -‹Aire del día»- con el seudónimo shakespeareano de Puck. Cuanto más conocíamos su informalidad y su sentido del humor, menos entendíamos que hubiera leído tantos libros en cuatro idiomas de cuantos temas era posible imaginar. Su última experiencia vital, a los casi cincuenta años, fue la de un automóvil enorme y maltrecho que conducía con todo riesgo a veinte kilómetros por hora. Los taxistas, sus grandes amigos y lectores más sabios, lo reconocían a distancia y se apartaban para dejarle la calle libre.
Germán Vargas Cantillo era columnista del vespertino El Nacional , crítico literario certero y mordaz, con una prosa tan servicial que podía convencer al lector de que las cosas sucedían sólo porque él las contaba. Fue uno de los mejores locutores de radio y sin duda el más culto en aquellos buenos tiempos de oficios nuevos, y un ejemplo difícil del reportero natural que me habría gustado ser. Rubio y de huesos duros, y ojos de un azul peligroso, nunca fue posible entender en qué tiempo estaba al minuto en todo lo que era digno de ser leído. No cejó un instante en su obsesión temprana de descubrir valores literarios ocultos en rincones remotos de la Provincia olvidada para exponerlos a la luz pública. Fue una suerte que nunca aprendiera a conducir en aquella cofradía de distraídos, pues teníamos el temor de que no resistiera la tentación de leer manejando.
García Márquez
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