lunes, 27 de septiembre de 2021



 A diferencia de Marx, Engels convivía abiertamente con sus dicotomías. A la vez que era un rebelde en su casa, trabajaba en el negocio de la familia. A pesar de haber dejado la escuela a los diecisiete, llegó a tener algo más que nociones de veinticuatro idiomas. Aunque fungía de honorable hombre de negocios y miembro de la bolsa de algodón de Manchester, vivía abiertamente con su amiga de la clase trabajadora, una pelirroja irlandesa analfabeta llamada Mary Burns. Fue Mary quien le llevó a los barrios bajos irlandeses por la zona de Oxford Road, peligrosos para todo el que no viviera allí. En esas visitas descubrió Engels las escenas que aparecen en su obra pionera La condición de la clase obrera en Inglaterra :

    «Montones de desperdicios, despojos y nauseabundas inmundicias que yacen por todas partes entre los charcos envenenan la atmósfera con sus efluvios, cargados y oscurecidos por el humo de una docena de chimeneas de fábricas. Una muchedumbre de andrajosas mujeres y niños pululan por allí, tan sucios como los cerdos que bullen entre pilas de basura y en los lodazales […]. La raza que vive en estas cabañas ruinosas; tras ventanas rotas […] o en oscuros y húmedos sótanos […] ha llegado realmente al nivel más bajo de la humanidad […]. En cada una de estas madrigueras con dos habitaciones como máximo; un desván; y quizás un sótano, viven veinte seres humanos como promedio».
    Sorprendentemente; esto era aproximadamente un año antes de la hambruna irlandesa provocada por la mala cosecha de patatas, cuando murieron un millón de personas y muchas más se vieron obligadas a emigrar volcándose sobre «pequeñas Irlandas» por toda Gran Bretaña y Norteamérica. Una vez que Engels paseaba con un colega hombre de negocios y le indicó que estos barrios eran una vergüenza para Manchester; su acompañante escuchó cortésmente y le comentó al despedirse: «Y, sin embargo, aquí se genera una buena cantidad de dinero. ¡Buenos días, Señor!».
    Engels se había tropezado brevemente con Marx cuando éste era director del Rheinische Zeitung, pero en esa oportunidad ninguno de los dos había quedado muy impresionado. Marx no reconoció un espíritu afín en Engels hasta que éste mandó artículos para el Anuario germano-francés . La segunda vez que se encontraron, Engels estaba disfrutando de una corta visita a París de camino a su casa en su viaje de vacaciones. El bon viveur comunista y el desaliñado periodista fumador de tagarninas descubrieron que tenían en común mucho más que sus grandes barbas. A lo largo de la visita de diez días de Engels, los dos entablaron una profunda relación que había de durar toda la vida. Engels fue el único amigo con el que nunca riñó. Por su parte, Engels reverenciaba a Marx, y no es una exageración. Dedicó una buena parte de su tiempo y dinero a apoyar a su amigo y héroe, por no hablar de la energía emocional y física que demandaba esta exigente tarea.

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